“La Burila” estampó malestar e incertidumbre para todos los colonizadores rasos localizados en la “Hoya del Quindío”.
En 1850, en la “Hoya del Quindío” estaba habitada por animales de todos
los pelambres: jaguares, osos de anteojos, dantas, nutrias, cusumbos, jabalís,
hasta la tatabra, entre muchos más. Igualmente
aves, de de coloridos plumajes. Todos ellos ocupaban los espesos
guadales e colosales árboles, donde además habitaban serpientes, bichos y otras
formas de vida.
Su territorio contenía terrenos impolutos, fecundos, donde brotaban las
semillas sin necesidad de arar. Solamente era necesario la socola y la quema,
para surcar y sembrar. Ostentaba una pródiga biodiversidad, nunca
antes vista por los inmigrantes que horadaban esta fértil tierra, provista de agua en abundancia
y por lo menos un metro de capa humus.
Acariciaron estos prolíferos territorios inmigrantes oriundos de
disímiles comarcas, huyendo de las confrontaciones civiles de fin de siglo XIX y
en búsqueda de nuevas oportunidades se aventuraron por el camino del Quindío, y sobre sus
márgenes, fundaron a Boquía. De
aquí, irradiaron la colonización de Salento, Filandia, Circasia, Calarcá, Armenia,
Pijao, Génova y Quimbaya.
Las tierras no tenían dueño, eran baldías, estaban en pura montaña. Se
rumoraba la presencia de oro, de guacas que los indios enterraban para que no
se lo robaran los blancos. Oro de minas
de veta y aluvión. Todo el que daba un azadonazo obtenía grandes tesoros.
Todos los que se establecieron en la hoya del Quindío habían vivido en
paz con sus familias. Pronto llegaron los malos días y las desgracias a causa
de los poderosos tentáculos de una nefasta empresa que borro por completo la
felicidad primera de los moradores de tan agraciado edén.
Aparece BURILA, nombre derivado de la fracción indígena denominada Bulirás o Burilás de la gran
familia de los Pijaos. Empresa que marcó en forma intensa la colonización del
territorio del Quindío y el norte del Valle del Cauca. Este vocablo estampó
malestar e incertidumbre para todos los colonizadores rasos localizados en la
“Hoya del Quindío”.
Sociedad anónima, constituida por el señor Lisandro
Caicedo, que, junto a cien accionistas de reconocida influencia económica y
política de Caldas, Valle del Cauca y formalizada por escritura pública número 693 de 25 de noviembre de
1884, otorgada en la notaria de Manizales.
La Compañía tenía por
objeto la explotación de las minas, salinas y carboneras existentes en dichos
terrenos. La propiedad de esta compañía era un paralelogramo de 125 mil
hectáreas entre Bugalagrande y el páramo del Quindío que incluía los municipios
de Zarzal, Sevilla, Caicedonia (Valle), Génova, Pijao, Buenavista, Córdoba,
Calarcá y Armenia (Quindío).
La anarquía, económica,
política y administrativa originada por tres guerras civiles (1876, 1885 y la
de los “Mil Días"), afectaron a los colonos recién asentados en la “Hoya
del Quindío” y fue aprovechada para constituir la compañía de Burila, en el año
de 1888.
La compañía no ejecutó
durante mucho tiempo actos de dueño. Se limitó a esperar. Mientras tanto, la
montaña cedía al golpe de las hachas. Se replegaba. El colono era un pedazo de
destino simple, ahogándose en la fiebre y en la soledad.
Para entender el poderío
que represento esta nefasta empresa en el proceso colonizador del Quindío y
norte del Valle, hay que otear la los personajes que conformaron su capital
accionario, “paladines” como: Manuel Antonio Sanclemente, Eliseo Payán, Rafael
Reyes y Ezequiel Hurtado, ex Presidentes de la República; los presbíteros
Rafael Aguilera y Juan N. Parra, los doctores señores Lucio A. Pombo, José
Miguel, Marcelino, Silverio y Gabriel Arango, Juan de Dios Ulloa, Eduardo
Holguín, Manuel María Castro, Eustaquio Palacios, Fortunato, José María y
Narciso Cabal, Belisario Zamorano, Manuel U. Carvajal, Emidio Palau, C. H.
Simonds, Elías Reyes, Leopoldo Triana, Alejandro y Juan de Jesús Gutiérrez ,
Manuel María Sanclemente, Norberto J. Gómez, el Banco Industrial de Manizales,
el Banco del Cauca, Simón López, Manuel María Grisales, Daniel B. Ceballos.
Históricamente rigieron
la Burila, desde 1884 en adelante, Marcelino y José Miguel Arango, padre e hijo
este último del notable jurista y
miembro de la Suprema Corte de Justicia; Víctor Cordobés, Manuel
Grisales, Antonio María Restrepo Euse, Francisco Velásquez, Marcelino Arango
entre otros. Durante los últimos tiempos de la guerra de 1900 y años siguientes
hasta 1906, Marcelino Arango. Algunos de los antes mencionados se hicieron
propietarios de terrenos, como las
haciendas de Maravales, Pijao, Buenos Aires, Ceilán, La Palmera, El Gigante,
Italia, Altamira, Cuba, Arcadia, y muchísimas otras.
Patronos mercaderes de
tierras baldías, despojaron a cincuenta mil colonos pobres, cuya única riqueza
y poderío eran su trabajo y deseos de establecer su núcleo familiar lejos de la
influencia de las guerras de fin de siglo XIX, para poder vivir en paz.
Disfrazaron su apetito
rapaz y usurero, cambiando la denominación de concesión de tierras, por el
rotulo de empresa. Su propósito, igual o peor que el de sus similares: Aranzázu
y Villegas, caracterizadas por el brutal e inhumano despojo a colonos pobres en
la región del sur del estado soberano de Antioquía.
En los recién fundados
caseríos de Calarcá y Armenia, se hicieron famosos por su arbitrariedad y
agresividad el agrimensor, Jose Lino Rodríguez y los corregidores Lino Tabares
y Melitón Arias, esbirros de la burila. Cumpliendo órdenes de sus superiores y
en complicidad con las autoridades judiciales y de policía, despojaron,
depredaron sin indemnización y con apariencia legal a los colonos. A los que se
oponían les quemaban sus ranchos y cultivos, obligándolos a desocupar o pagar
onerosos precios por la tierra que con sacrificio habían desbrozado.
¿Qué se podía esperar de
estos “prohombres”, representantes de los poderes religiosos, políticos y
económicos, ante las justas reclamaciones de posesión y derecho de baldíos
ocupados por desarrapados e ignorantes colonos?
“Jose Lino Rodríguez era
un coronel de primeras letras con una fuerte voz de mando. Había hecho la
guerra del 85 y también la campaña de los mil días. Esta última a órdenes del general Marín.
Nacido para la milicia tenía natural propensión por las armas. Después de la
batalla de Piedras rodeó un batallón enemigo y dio la orden de pasar a cuchillo
a los soldados mientras estos dormían. Así se ganó el grado de coronel.
Al salir de Rionegro, su
pueblo, no era más que un muchacho infatuado…Llego a Armenia con dos pantalones
de campaña, una cicatriz en la frente, un máuser y una irrefrenable pasión por los caballos…”.[1]
Esbirros, sin expresión
humana alguna, violentos, crueles; en asocio de bravucones que cumplían al pie
de la letra las órdenes del agrimensor
representante de Burila, emprendieron a toda clase de bellaquería y atropello
en contra de los poseedores de las mejoras en
litigio con La Burila. Destrucción de cercados; derriba de árboles sobre
los caminos; arrasamiento de sementeras, frijolearas, yucales, plataneras; bestias acabando los cultivos. Se sospechaba, pero no se atrevían a señalar
abiertamente a los responsables de los atropellos, por miedo a las represalia.
Forasteros camorristas
merodeaban las parcelas en líos con Burila, resguardados con grandes ruanas, aparecían por todas partes,
miraban todo. No decían nada, solamente escuchaban. Su misión era acosar a los
colonos para que desocuparan sus predios. Por las noches se dedicaban a
destruir cercados, baldaban los ganados, destruían cementeras, incendiaban las
casas de los colonos. Todo encaminado a
dar termino a los largos y constantes pleitos a través del terror.
Las autoridades locales
alinderadas con los socios de la Burila, se hacían los de la oreja mocha. Muchos de las autoridades estaban compradas
por representante de la burila, quien pagaba sus complicidad sufragando deudas
de juegos de azar a jueces y corregidores, que habían pagado con la plata de
los depósitos judiciales.
Agrimensores de La
Burila, cortejados de autoridades judiciales y alguaciles, previo boleto por
parte de los bravucones de la Burila, se dirigían borrachos, agresivos a la
mejoras de los colonos para hacer efectivas las diligencias de lanzamiento. Con engaños
procesaban a los colonos, bajo el argumento de que no tenían derechos,
al no contar con los títulos de propiedad.
Sin más preámbulos, se procedía al lanzamiento.
Ante la escalada de la
Burila, muchos sucumbieron y entregaron sus mejoras sin luchar. Se convirtieron
en jornaleros, otros prefirieron el éxodo, en silencio esperaban sin afán
cualquier cosa.
Catarino Cardona fue el
primer abogado llegado a la región Quindiana. Asumió la defensa de los colonos
ante lo cual las autoridades al servicio de la compañía certificaron falsamente
que sufría de lepra, por lo que fue enviado a Agua de Dios.
Logró que treinta mil
colonos firmaran un memorial dirigido al gobierno para pedir la anulación de
acto administrativo por medio del cual se reconocía a Burila como la única
dueña del territorio. Sólo en 1930 después de un largo y sangriento conflicto
el Ministro Juan Antonio Montalvo decide poner fin al asunto, mediante
resolución del 26 de febrero, en la cual pone en pie de igualdad a colonos y
Compañía:
El 12 de diciembre de
1912, el Ministerio de Obras Públicas, revocó todos los derechos sobre los
terrenos de Burila. Los colonos cultivadores de la región a que se refiere la
providencia pudieron solicitar, de acuerdo con el Código Fiscal y con las leyes
que lo adicionan y reforman, las adjudicaciones de baldíos a que tenían
derecho.
Álvaro
Hernando Camargo Bonilla.
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