MUTACIÓN DEL PAISAJE CULTURAL
FILANDEÑO.
Hace
143 años, la selva húmeda Andina cubría el 100% del territorio Filandeño. Hoy
solo quedan aproximadamente 2.800 hectáreas contenidas en el Distrito de
Conservación de Suelos Barbas–Bremen, que representan el 60%
del área protegida, espacio que alberga una formidable diversidad de flora y fauna.
Desde la fundación de Filandia la vocación económica estuvo enmarcada en las actividades agropecuarias (plátano, yuca, caña de azúcar, frutales y ganadería). A finales de la primera década del siglo XIX, muta a la actividad cafetera, asociada a los cultivos de pan coger, fusión que proveía lo indispensable para el diario vivir de sus habitantes.
Práctica fundamentada en la permacultura sustentable que por más de 100 años consintió un componente familiar amplio conformado por padres, hijos, abuelos, tíos y jornaleros, quienes vivían en las parcelas de la época dorada del Paisaje Cultural Cafetero, gozando de la soberanía alimentaria y de un devenir apacible y placentero. Semblanza que se irradiaba al centro urbano, como complemento en la provisión los bienes y servicios, indispensables en el desarrollo de la caficultura.
Acontecer reflejado en su gastronomía tradicional, en desayunos con arepa acompañada con huevos preparados al estilo montañero, seguidos de un espumoso chocolate. Almuerzos aderezado por una suculenta sopa de arroz con albóndigas, y si no es del gusto por la sopa de arroz, entonces unos frisoles con garra, acompañado de arroz y carne molida. Si no apetecía los manjares antes mencionados, entonces se podía satisfacer el paladar con suculento “sudao”, y/o un sancocho. Hoy esto es solo historia de los privilegiados tiempos pasados.
Vertiginosamente el pasaje caficultor, antes sosegado, tranquilo y de abundancia, ha venido transmutando a paisaje ganadero, platanero y aguacatero, conllevando los deplorables efectos ambientales como la denudación, compactación y lavado de los suelos; haciéndolos improductivos, disminuyendo y contaminando las micro cuencas y sus rondas de bosques protectores, con la consecuente disminución de la biodiversidad asociada a estas, además, la pérdida de la identidad cultural y sentido de pertenencia. Situación que ha provocado la emigración campesina a los centros poblados, a falta de fuentes de trabajo como consecuencia del cambio en las practicas agropecuarias.
El resultado de este panorama ha obligando la búsqueda de otras alternativas sustento buscadas en los centros urbanos, a donde emigran multitudes de desarraigados campesinos desempleados, que llegan a aumentar los cinturones de miseria, drogadicción, alcoholismo prostitución, desnutrición y violencia intrafamiliar.
Álvaro Hernando Camargo Bonilla