El verdadero Dorado existía en las entrañas de la Tierra.
Fray Pedro Simón en sus crónicas se refería así:
"La Provincia de los Quimbayas, en medio de la cual está la ciudad de
Cartago, es riquísima de oro. Al comendador Ruy Váez de Sosa le mostró una
india de su servicio la sepultura de su padre el Cacique Yambo, y abriéndola
hallaron una tabla de oro con que estaba cubierto el ataúd del difunto, que
pesó $13,000 de buen oro y saco otros tantos en otras joyas."[1]
Apenas terminaba la Conquista, los rapaces
españoles se dedicaron preferentemente a la fácil y lucrativa tarea de explotar
las minas de oro. Las
hallaron riquísimas y muy productivas
en Arma, Antioquía, Buriticá, Zaragoza, Remedios y Cáceres; en Anserma,
Cartago, Cali, Popayán y Almaguer; lugares que entonces hacían parte de la
provincia de Popayán.
Referencias tomadas del cuaderno de gastos llevado
por el director de las minas de la concepción, Lázaro de Molina en el año de 1751,
ratifican lo antes descrito.
Lázaro de Molina, partió de Santa Fe, provisto de
ocho arrobas de hierro, dos de acero; once mulas, rumbo a Llano-grande (Ibagué).
Lo acompañaban un minero, dos negras, una de servicio y otra con funciones de
cocinera; todos con las provisiones necesarias en ropa, toldos, camas, aguardiente,
carne, pan y cacao, para sustento durante el tiempo de viaje.
Al llegar a Ibagué les fue preciso esperar catorce
días antes de proseguir el viaje, por necesidad de buscar en alquiler los
bueyes necesarios para proseguir el viaje por las montañas del Quindío. Allí se
aprovisionaron de aguardiente y partieron rumbo a Cartago, a donde llegaron después
de tres semanas de viaje, debido al mal tiempo durante el viaje.
De Cartago partieron para el Chamí, en donde por no
existir camino para animales, utilizaron 18 indígenas cargueros de silla, con
tercios de cuatro arrobas cada uno. En este lugar, se quedaron dos días
esperando que les aviasen los indios y
empapelasen los tercios, lo que se entiende taparlos con hojas de bijao; fueron
alquilados diez y seis cargueros de silla, porque se sustrajeron dos cargueros de
los 18 contratados; uno destinado para el jefe de la caravana, y otro destinado
al minero; lo que les salió mal después, porque el minero cayó enfermo el
primer día, y urgió darle dar el carguero del jefe para trasportar al minero
enfermo, porque uno solo no era suficiente. De modo que al dueño de la
expedición, le obligó pasar toda la montaña a pie.
PETICIÓN DEL CAPITÁN FRANCISCO FERNÁNDEZ DE
PALENCIA. AL GOBERNADOR Y CAPITÁN GENERAL DEL NUEVO REINO DE GRANADA.
El Capitán Francisco Fernández de Palencia, vecino
de Santafé, tuvo noticia de la existencia de ricas minas de oro, plata y cobre
en el remoto y desierto páramo del Quindío y sus vecinos había vetas de
minerales de plata, oro y cobre. Con el pretexto de contribuir a aumentar las rentas
reales, y a la par, poder obtener licencia y dádivas por parte de corona, por
el descubrimiento de tierras nuevas y minas para su aprovechamiento, saló de
Santafé, el mes de Noviembre del año de 1632.
Ingresó en tres ocasiones a los páramos de
cordillera, llevando consigo algunos españoles, esclavos e indios. Exploró por
espacio de cuatro meses continuos, a expensas personales, costeando el sustento,
cabalgaduras, armas, municiones, herramientas, avíos, y pago a los indígenas
que los guiaron y ayudaron a lo referido y todo lo demás que precisaba el
desarrollo de la expedición y descubrimientos, en los que gastó altas sumas de
dinero, además, de poner en ostensible riesgo su propia vida y la de sus acompañantes,
a causa de la dureza y soledad de los terrenos por donde transitaron, y la
presencia por aquellas tierras de los temibles Pijaos rebeldes resguardados en
esos parajes. En sus andanzas descubrió minas
de veta de oro y plata muy ricas, de cuyos metales llevó a Ibagué para ensayar
la calidad de los metales encontrados en las minas descubiertas, e igualmente
proceder a su registro ante el Alcalde ordinario de Ibagué, delimitando su ubicación
y pedir el permiso de laboreo por el termino de un año y definir la escogencia de una mina principal
y otra secundaria y ponerlas en labor,
como hizo constar en el respectivo registro que presento ante la real audiencia
de Santafé, además de algunas piedras con muestras del metal de las señaladas
minas, que hizo ensayar por personas peritas que certificaron su riqueza, pues
de un quintal de tierra, fructifican a más de dos marcos de plata y oro.
Por las consideraciones antes expuestas, Francisco
Fernández de Palencia, estaba resuelto de volver a las dichas minas y
poblarlas, y descubrir otras más ricas que había descubierto en aquel contorno,
y si para el efecto, debía gastar en toda su dinero, que era considerable,
pedía a las autoridades la confirmación en la otorgación de la licencia de
explotación y beneficio en los siguientes términos
“En la vía y forma que más haya lugar (le derecho y
me convenga registro ante vuestra señoría las aguas de la quebrada que llaman
de Toche desde su nacimiento hasta donde entra en el río de San Juan, con los
asientos de ingenios de moler y beneficiar metales que hubiere en la dicha
distancia”.
A Vuestra Señoría pido y suplico etc.
Francisco Fernández de Palencia.
[1]Restrepo Vicente. ESTUDIO SOBRE LAS MNAS
DE ORO Y PLATA DE COLOMBIA. Segunda edición. Imprenta silvestre t compañía. Bogotá
1888. Pág 47