LOS PIJAO DE LA SIERRA.
Las
provincias de Otaima, Bulira, y Totorambo, adyacentes a las de Maito, Cacataima
y Otaima, ubicadas en las laderas Oriental y Occidental de la montaña del
Quindío, territorio rayano al camino que comunicaba de Ibagué a Cartago y Buga,
constituían el territorio de los “Pijaos de la sierra”, denominados así por los
cronistas españoles, montaña que establecía la frontera natural con los
denominaos “Pijaos del llano”.
Habitaban lo más fragoso y recóndito de las sierras, valles y cabeceras de los ríos; terrenos rodeados por espesas selvas a los que difícilmente se podía acceder, yendo por caminos limitados por serranías, precipicios, e inhóspitas selvas, espacios que se constituyeron en localidades de guerra contra de los ibéricos, así lo expresaba Juan de Borja: “La dicha cordillera donde habitan los indios rebeldes es la de mayor aspereza que se conoce en todas las Indias, de altísimos cerros y quebradas, con los espesísimos bosques y muebos riscos y despeñaderos de muy gran peligro, sin apacibilidad de tierra llana, con más apropiada disposición para fieras que para habitación de hombres humanos”.
EL CACIQUE CARLACÁ,
GRAN GUERRERO, MOHÁN, HECHICERO Y ADIVINO.
Antes
de las batallas, para augurar su resultado, en ceremonias chamánicas quemaban
palo de balso, y según el color de la ceniza determinaban en atacar o no
atacar. Si la ceniza daba color negro, no asaltaban, por presentir un mal
pronóstico; si resultaba blanca, revelaba un buen resultado; y si se presentaba
parda, indicaba un dudoso e indiferente suceso.
Los
Pijao asaltan el fuerte el, más de doscientos guerreros Pijao de las Provincias
de Otaima, Cacataima, Mola, Anaitoma y de Amoyá, acometieron
En
el ataque, en que fue herido de muerte Calaca, la ceniza del balso apareció
parda, e ignorando al presagio, con la esperanza de victoria, en alianza de
Cocurga y Coyara, y más de ciento y cincuenta guerreros Pijao, bien armados,
emboscados en el monte atacaron el fuerte del capitán Ospina.
ANICA, INDÍGENA ESPÍA
DE LOS PIJAO.
La
indígena Anica, de rostro blanco, baja estatura, flaca y de unos cincuenta años
de edad, natural de Buga, acompañada de su hijo llamado Metaquí, y su yerno Imbí,
que habían sido capturados el Capitán Felipe Rojas, y remitidos a Chaparral, en
donde le expresaba en lengua Pijao al capitán Ospina, ser cristiana, y que la
tenían prisionera los Pijaos, y buscaba amparo de los españoles para que no la
matasen. A los seis o siete días de haber arribado la indígena, llegó su yerno
Imbí, quien en lengua Pijao manifestaba que querría hablar con su Bota (que en
su lengua quiere decir madre), Anica expresó que era su yerno, padre de Imbí, y
que venía en son de paz, y que se regresaría en tres días.
Anica
solicitó permiso para salir del fuerte y hablar con él. El capitán accedió a su
pedido, y ordenó que la dejasen transitar libremente, con la intención de
obtener información de los propósitos de Anica. Igualmente, ordenó que a
prudente distancia la siguieran doce arcabuceros por lo que pudiera suceder, y
que si algo extraño sucedía él daría un disparo, que sería la señal de algún
azaroso suceso.
Por
esos momentos un indio viejo arribo procedente de la provincia de Behuni, amigo
de Cocurga llamado Coyara cacique principal de la provincia, quien fue sorprendido y
sospechando los españoles de algún ardid, de inmediato lo apresó y condujo al
fuerte, y allí le hicieron confesar que se habían confederado más de doscientos
guerreros Pijaos de las provincias de Ptaima, Cacataima, Mola, Anaitoma y parte
de la de Amoyá, para atacar el fuerte, y desarraigar de sus tierras, a los
invasores que tanto daño les propinaban.
LA MUERTE DEL CACIQUE
CALARCA.
El año de 1607 se señala
como la época de la muerte del Cacique Calarcá. Las crónicas indican que murió en medio de un
combate en 1607. Otra versión épica refiere su muerte en un enfrentamiento con el cacique Baltasar, que traiciona la causa Pijao y se alío con los españoles, y quien en un combate atravesó
la humanidad de Calarcá con una lanza de treinta palmo, como venganza de la
muerte de su hijo concebido de la unión marital con una española.
Fray Simón, refiere la
muerte de cacique Calarcá a causa de un disparo de arma de fuego disparado por
el capitán Diego de Ospina y Medinilla en una incursión de Calarcá y sus guerreros
a un palenque defendido por Ospina en la cordillera del Quindío.
Aproximadamente
a las nueve de la mañana, Anica pidió permiso para salir, llevando dos
calabazos, simulando que iba por agua, estratagema que sirvió para informarle a
los indígenas emboscados, el eminente triunfo en el ataque, dado los pocos
soldados españoles que custodiaban y el decaimiento del Gobernador, que padecía
de fiebres, motivación que aprovecharon los indígenas para embestir al fuerte.
Aproximadamente
a las diez de la mañana, estando los ibéricos sosegados a la hora del desayuno,
pues pensaban que los ataques Pijao se acometían de ordinario al comenzar la
madrugada, o por la tarde; Anica, le había informado a Calarcá y sus guerreros,
que a esa hora desatendían la guardia de la puerta del fuerte por estar
solazados fumando tabaco, tal situación fue aprovechada para arremeter apresuradamente, en ese instante
solo se alcanzó a oír la advertencia de un indio de servicio español que
advirtió del ataque, y gritaba: señores, ¡Pijaos! señores, ¡Pijaos!. No fue suficiente la advertencia, y los
indígenas entraron por la puerta del fuete, que la constituía un hueco angosto en
que sólo cabía una persona de lado, y que atrancaban con un rollizo madero que
alzaban cuando se había de entrar. Cuando trataron de defenderse los españoles,
ya estaban adentro del fuerte, Carlacá, Cocurga, y Coyara y otros guerreros que
entraron trepando el cercado del fuerte y se enfrentaron con cuatro soldados
que fueron sometidos
El
ataque fue comandado y encabezado por Calarcá, Cogurga, Coyara, y otros
indígenas que traspasaron la fortificación, trepando por la empalizada. Calarcá
llevaba su rostro decorado con rayas pintadas de rojo y amarillo, penetró por
el costado izquierdo del fuerte, topando en un rancho a un soldado enfermo, de
nombre Francisco de Guevara, a quien Calarcá de propinó dos o tres lanzazos. Otro
indio que entró con Calarcá intento prender fuego a la habitación del
gobernador, tetra que no tuvo efecto, pues el gobernador se encontraba alerta
con su pistola que tenía cargada y colocada debajo de la almohada de su cama,
la tomó, y mientras la preparaba para disparar, le volvieron a arrojar otros
dos lanzazos. Cuando Calarcá intentaba propinarle otros lances, el Gobernador
accionó la pistola la cual no dio fuego por haberse derramado la pólvora. Un
negro esclavo de nombre Juan Bioho, salvó de la muerte al gobernador Ospina, al
interponerse entre el indígena y el gobernador; razón por la cual no pudo Calarcá
ultimar al Gobernador. Calarcá, viendo cerca de si al negro y que iba a
socorrer al gobernador, le dio tal empellón que le hizo volver algunos pasos
atrás, y Coyara le propinó un lanzazo, que le pasó el brazo derecho sobre la
muñeca.
El
enfrentamiento del negro y Calarcá, fue aprovechado por el gobernador para cargar
de nuevo su pistola, la que disparó al tiempo que se preparaba Calarcá para
tirarle otro lanzazo.
Un
balazo de cuatro municiones engrasadas con cebo de tocino de cerdo, dio en el
pecho de Calarcá, quien, herido de muerte, cayó a tierra herido y aturdido por
el balazo, en esta situación, fue auxiliado por Coyara, que, arrastrándose,
salieron era del rancho, y del palenque, siendo socorridos por los demás
indios.
El
suceso de Calarcá con el Gobernador desmotivo a los guerreros Pijao que
atacaban el fuerte, procedieron a hurtar lo que más podían, como la ropa de los
soldados, que estaba tendida secándose al sol, y otras cosas más que se
encontraban en los bohíos. Cargado cada cual con la que pudieron arrebatar,
procurando salvar sus vidas, huyeron trepando la empalizada del fuerte. Una vez afuera, sin persecución de ningún
español, se llevaron cargado en hombros a Calarcá que todavía con algunos
alientos, volvió a su tierra en donde posteriormente a causa del daño que le
hizo el disparo del Gobernador, murió al quinto día. Se dice que se ordenó a
los indígenas tener oculta la noticia de su muerte, secreto que estuvo oculto
por más de dos meses enteros. Dicen que cuando iba a entrar en el fuerte tropezó,
y quedo teniendo en el suelo esto por mal agüero, y manifestó a sus compañeros,
que no había entrado por hallarse ya en la puerta, de lo contrario no hubiera
ingresado.
Por: Álvaro H. Camargo Bonilla
Bibliografía:
Pedro Simón. Las conquistas de Tierra firme en las indias Occidentales. Tomo V. Tercera parte. 7ª. Noticia. Capítulo XLI., XLII. Págs. 288 a 295. Casa Editorial de Medardo Rivas. Bogotá. 1892.