FRAY, PEDRO DE AGUADO. RECOPILACIÓN
HISTORIAL DE SANTA MARTA Y EL NUEVO REINO DE GRANADA.
1503-1590
Fray Pedro de Aguado (Valdemoro, España, 1538 - 16091) fue un franciscano español, provincial del convento de Santa Fe en el Nuevo Reino de Granada, (actual Colombia). Además, fue autor de varias crónicas de la conquista de las actuales Colombia y Venezuela.
BIBLIOTECA VIRTUAL LUIS ÁNGEL ARANGO.
El
libro sétimo se escribe y trata la población y fundación de la ciudad de
Ibagué, hecha por el capitán Andrés López de Galarza, que antes había sido
contador de la hacienda real del Nuevo Reino de Granada, en el año de mil
quinientos cincuenta, siendo oidores de la Chancillería y Audiencia real del
Reino los licenciados Góngora y Galarza.
“CAPÍTULO PRIMERO CÓMO
FUE NOMBRADO POR LA AUDIENCIA DEL NUEVO REINO EL CAPITÁN GALARZA PARA QUE
PACIFICASE Y POBLASE EL VALLE DE LAS LANZAS, Y LOS DEMÁS INDIOS QUE HAY ENTRE
TOCAIMA Y CARTAGO, Y LAS CAUSAS DE ELLO, Y LA GENTE QUE JUNTÓ Y SALIDA QUE CON
ELLA HIZO.
Después
de la fundación de la Audiencia real y Chancillería en el Nuevo Reino de
Granada, que fue el año de cincuenta, por el mes de abril, la primer comisión
que se dio para ir a poblar por los oidores de ella, que eran los licenciados
Góngora y Galarza, fue el capitán Andrés López Galarza, que antes había sido
contador de la hacienda real en la ciudad de Santafé; de donde resultó poblarse
la ciudad de Ibagué, que hoy permanece; de cuya fundación y trabajos que en
sustentarla y pacificarla han pasado los españoles que en ella han residido se
tratará, mediante Dios, en la siguiente narración. Lo cual pasa de esta manera:
Había entre la ciudad
de Tocaima, del Nuevo Reino, y la villa de Cartago, de la gobernación de
Popayán, ciertas poblazones y valles de indios muy belicosos y guerreros que
impedían la travesar y pasar de un pueblo a otro y de una gobernación a otra por breve camino, y causaban que los viandantes y la
comunicación y comercio de estas dos gobernaciones fuese por partes y caminos
muy largos y ásperos y malos, llevando la derrota por los pueblos de Neiva y
Timaná, por donde se pasaba un muy largo y despoblado páramo, tan frío y
perjudicial que en él se helaban y perecían muchas personas de las que habían
de andar esta jornada; y demás de esto y de la aspereza y maleza de este
camino, se hacía un grande rodeo de
muchas leguas, que doblaba el trabajo a los que lo caminaban su grande longura;
y porque para remediar y atajar todos
estos inconvenientes no había otro medio alguno salvo pacificar y allanar los
naturales de los valles de las Lanzas y de Choa, que son los que entre Cartago
e Ibagué estaban, con otros muchos naturales a ellos comarcanos, juntáronse
y concertáronse los vecinos de las ciudades de Santafé y Tocaima e hicieron que
sus procuradores, con otros del distrito que con ellos se juntaron, pidiesen a
la Audiencia que nombrase persona y diese comisión para que entre los naturales
dichos poblase un pueblo y pacificase el camino real por donde con más
comodidad se tratasen y comunicasen los pueblos del Nuevo Reino con los de la
gobernación, demás de que por mano de los españoles que allá poblasen serían
los naturales doctrinados y puestos debajo del dominio de la Santa Madre
Iglesia, y darían la obediencia a su majestad, y con ello los reinos de su
corona real se acrecentarían, y las rentas y quintos reales serían más, porque
la tierra tenía, según decían los que en ella y cerca de ella se habían
hallado, grandes insignias y muestras de minas de oro y plata, demás de que
serían los naturales reducidos a vivir políticamente y en razón y justicia y
sin perjuicio unos de otros, y al contrario de como lo hacían, matándose y
comiéndose, de todo lo cual tenían bastante información.
Y
pareciéndoles bien a los oidores, y muy justa y acertada la petición, y
habiendo sido bastantemente informados de la braveza y crueldad de estos indios
y gentes del valle de las Lanzas y sus comarcas, y cuán bárbaramente y contra
natura vivían, matándose unos a otros para solo efecto de comerse, y para
sustentar esta su bruta costumbre, sin causa ni razón ninguna, se movían
guerras más que civiles los unos a los otros, y así entre sí se consumían y
apocaban; y de la utilidad que a las repúblicas de los españoles se les seguía
con que por las tierras de estos indios hubiese camino abierto y seguro por
donde se comunicasen y tratasen la gobernación de Popayán y el Nuevo Reino con
menos trabajo que antes se solía hacer, nombraron
a Andrés López de Galarza por capitán y
justicia mayor para todo lo dicho y para hacer y juntar la gente de a pie y de
a caballo que para ello fuese menester y quisiese; y juntamente con esto le
dieron poder para que pudiese encomendar los indios de las provincias dichas en
las personas y soldados que con él fuesen y se hallasen en la poblazón y
pacificación del pueblo o pueblos que poblase; cosa que desde su tiempo acá
ni aun muchos años antes se había jamás dado a ningún capitán de los que iban a
hacer nuevas poblazones o descubrimientos; pero como a este tiempo no había en
las cosas de las Indias las delicadezas que ahora hay, ni había suspensión en
las nuevas poblazones, ni se ponían los escrúpulos en el encomendar de los
indios que ahora se ponen, concedían las Audiencias con más facilidad
cualquiera cosa que se les pedía, lo cual no se hace ahora, que no sólo no se
da poder para poblar ni encomendar indios, mas ni aun para hacer depósitos de
ellos que tengan ni puedan tener ninguna fijeza.
El
capitán Andrés López aceptó sus poderes y provisiones, y luego comenzó a usar
de ellas y juntar soldados y aun vecinos de unos y otros pueblos, de todos los
cuales, en pocos días, juntó de la otra
banda del río grande, al paso que dicen de la canoa de Montero, noventa y tres
hombres españoles, los cuarenta de a caballo y los demás peones, todos bien
aderezados, según la usanza de las Indias, con armas de hierro y de algodón.
De todo lo cual hizo reseña y registro delante de Juan de Avellaneda, alcalde
de Santafé, a quien la Audiencia real había enviado con comisión bastante para
que en aquel paso registrase y mirase toda la gente, así española como
naturales, que con el capitán Galarza iban, y los examinase y supiese de ellos
si había alguno que lo llevasen forzado o contra su voluntad; y a los que
deliberaron no querer seguir ni ir con el capitán Galarza, los volvieron a tierra
de paz, donde los dejaron en su libertad y se volvieron a sus casas y tierras y
naturalezas.
Llevó consigo, entre la
demás gente, el capitán Galarza un sacerdote llamado Francisco González Candis,
con todo el recaudo necesario para decir misa, la cual oída un día después de
San Juan, de junio del mismo año de cincuenta, se partieron todos en concierto
y con buena orden la vía del valle de las Lanzas, a cuyo principio
llegaron sin sucederles cosa próspera ni adversa, los primeros días del mes de
julio, donde el capitán Galarza y toda su gente fueron alojados, y allí
divulgadas unas ordenanzas hechas por el mismo capitán, para el buen gobierno
de su gente y compañía, por las cuales, con gran rigor, prohibió los pecados
públicos, blasfemias y todo abuso de juramentos de que los soldados suelen usar
muy comúnmente. Prohibía, asimismo, amenazando con gran castigo a los soldados
que, sujetándose a su avaricia hiciesen fuerza a los naturales, tomándoles sus
haciendas y comidas y robándoles lo que en sus casas tenían de cualquier
condición que fuesen. Exhortaba por las propias ordenanzas, que conservasen en
paz y amistad a todos los naturales que la diesen y ofreciesen, y no se la
quebrantasen y traspasasen, ni les hiciesen ningunas ofensas, injurias, males y
daños en sus personas, hijos y mujeres, de las que comúnmente los libres
soldados en las Indias suelen hacer a todos géneros de personas, usando con
ellos de bárbaras crueldades; con apercibimiento de usar con cada uno del que
lo contrario hiciese de todo el rigor que las leyes disponen y castigos que
señalan y mandan dar a los que semejantes delitos cometen; y otras muchas cosas
muy a propósito de lo que tenía y llevaba entre manos; sólo para poner pavor y
terror y aun castigo en algunos soldados de cruel y mala inclinación, porque
para muchos y muy principales hijosdalgo, que en su compañía llevaba e iban,
ninguna de estas leyes era menester.
Era
el capitán Galarza hombre de buena habilidad y cortesano y bien entendido y
concertado, y bien hablado, y así hacía más con sus persuasiones y buenas
razones que con todas estas capitulaciones y ordenanzas que por vía de leyes
hacía; y así estaba afablemente con todos los que excusar podía, solía (?).
Hecho
esto, nombró capitanes y caudillos y otros ministros y oficiales, que en
semejantes jornadas se suelen nombrar para diversos sucesos y acaecimientos, a los capitanes Francisco de Prado, vecino de
Tocaima, y Juan Bretón, vecino de Timaná, que en el mismo tiempo había
salido del valle de la Plata y despoblado a Neiva, por no ser parte para
sustentarse en ella, y con ocho soldados se había juntado con el capitán
Galarza, para entrar en estas tierras del valle de las Lanzas; los cuales dos
capitanes señaló y nombró por sus sustitutos y caudillos sobre toda la otra
gente que consigo llevaba, que, como se ha dicho, era la más de ella muy
principal, y de los señalados y conocidos por tales eran Mendoza de Artiaga,
caballero vizcaíno, alguacil mayor de la Audiencia; Álvaro García, Bartolomé
Tala, Larena, soldados que habían sido del mismo Juan Bretón; Lope Salcedo,
Pedro Gallegos, Gaspar Tavera, vecinos de Tocaima, y Francisco de Trejo, vecino del propio
pueblo, uno de los que más calor metían y habían puesto en que se hiciese y
efectuase esta jornada, porque por noticia le había sido encomendado el valle
de las Lanzas, y había procurado entrar dentro y nunca se había atrevido, con
compañía ni sin ella, temiendo la mucha y belicosa gente que en él había y el
daño que le podría sobrevenir por entrar temerariamente en una poblazón de
tantos naturales y tan indómitos; pero había sabido de otros indios más
cercanos a Tocaima y que trataban con éstos, la mucha gente que en este valle
había, y cómo era menester juntarse copia de españoles para entrar en él, y así
venía ahora a hallarse presente y a ver si era cierta la noticia que se le
había dado, y si había la gente y naturales que le habían dicho y certificado
algunos indios ultra de los dichos. Iban otros muchos vecinos de Tocaima, y
soldados de mucha cuenta y pundonor, de quien se hace muy gran ponderación y
estimación en el Reino; de suerte que con razón se jactaba y podía jactar el
capitán Galarza que debajo de su bandera y mando había congregado y juntado
parte de la mejor gente que en el Reino había entrado, y así iban todos muy
conformes y con toda amistad y concordia, sin recibir ni tener entre sí ninguna
discordia ni dar a su capitán ningún desabrimiento.
CAPÍTULO SEGUNDO DE CÓMO LOS ESPAÑOLES, SALIENDO DEL ALOJAMIENTO DEL VALLE DE LAS
LANZAS, SE METIERON LA TIERRA ADENTRO HASTA LLEGAR AL PUEBLO DEL CACIQUE
LLAMADO LA EMBITEME. CUÉNTASE DE LA BESTIALIDAD QUE ESTOS INDIOS USAN EN
COMERSE UNOS A OTROS.
En
el tiempo que los españoles y su capitán estuvieron en este alojamiento del
valle de las Lanzas, a quien sus propios moradores llaman Combayma, mediante los buenos tratamientos que a los indios se les
hicieron, salieron todos de paz e hiciéronse amigos con los españoles y
proveyéronles de comida con que se sustentaron el tiempo que allí estuvieron; y
porque esta buena obra no fuese remunerada con ingratitud y obras malas,
Galarza se excusó de entrar en las poblazones de los indios, por no dar ocasión
a algunos atrevidos soldados y a los indios ladinos que en su servicio
llevaban, que metiéndose por las casas y pueblos de los indios les hiciesen
algunos daños y posiblemente les tomasen lo que tuviesen y les diesen ocasión a
que los que de su voluntad habían dado la paz y coligado de enemistad con los
españoles, constreñidos a redimir las vejaciones que se les hiciesen, se
rebelasen y tomando las armas se moviesen con ánimos guerreros contra los
nuestros.
Tenía
ya Galarza noticia y sabía cuán briosa y belicosa gente era la de aquel valle,
y con cuánta obstinación peleaban y se defendían si una vez tomaban las armas; y
así, apartando y excusando todas estas ocasiones, alzando sus toldos y tiendas,
tomó la vía de cierta poblazón llamada
Metaima, que estaba apartada de aquel alojamiento donde había estado, tres
leguas, de la cual le habían dado noticia los indios del valle de las Lanzas, y
aun le dieron guías para que por derecho y buen camino lo llevasen y guiasen a
la poblazón y tierra de Metaima, cuyos moradores luego tuvieron noticia y
aviso por sus espías y centinelas de la vía y camino que los españoles
llevaban, y pretendiendo estorbársela se juntaron y congregaron todos los más
que pudieron, y en un pedazo de arcabuco o montaña de casi dos leguas que los
españoles habían de pasar, derribaron todos los árboles que junto al camino
iban asidos, para con ellos embarazar y ocupar el camino, de suerte que por él
no pudiesen pasar los caballos; pero todo este impedimento y estorbo les fue
inútil, porque como los españoles iban proveídos de hachas y machetes y otras
herramientas actas para semejantes necesidades, fue abierto nuevo camino por
mano de Lope de Salcedo y por otros españoles a quien el capitán Galarza envió
al efecto, por donde sin ningún peligro pasaron los caballos y todo el bagaje y
carruaje que los españoles llevaban con gente, que hacían gran ostentación y muestra
de ir más españoles y gente de guerra de la que iba.
Llegados a Metaima, los indios, viendo
que su ardid no les había aprovechado cosa ninguna y que los españoles y sus
criados les podrían hacer mucho daño, no curaron ponerse en defensa ni ausentarse;
mas estándose con sus mujeres e hijos en sus poblazones, salieron sus principales que se llamaban Ilobone y
Otaque con sus mujeres e hijos y con muchos indios cargados de comidas de
maíz, turmas, ñames y raíces de apios, guayabas, curas y otras frutas de la
tierra, a recibir a los españoles; y llevándolos a sus propias casas los
aposentaron en ellas, que eran unos bohíos que comúnmente los españoles llaman
caneyes, por ser de diferente hechura que los demás, y ser las casas de que
usan los indios de tierras calientes, por la mayor parte hechas de aquesta hechura:
son de vara en tierra y no muy anchos; tienen de largo a setenta, ochenta y a
cien pasos; son cubiertos de palmicha, o de hojas de bihaos, o de paja o heno,
que en tierra rasa se cría. En cada bohío de estos vivía casi toda una familia
o cognación, porque se hallaba en cada casa de estas haber y morar de cincuenta
personas para arriba.
El
capitán recibió con alegría su amistad, y con afabilidad y benevolencia les
habló largo por medio de los intérpretes y lenguas que llevaba, haciéndoles
saber algunas cosas tocantes a nuestra religión y fe católica, exhortándoles a
tenerla y creerla y a conocer y adorar un solo Dios inmortal, creador y hacedor
de todas las cosas, manifestándoles la ceguedad de su manera de vivir y
gentilidad y el engaño en que el demonio, capital enemigo del género humano,
los tenía a ellos y a todos los demás indios; y después de esto, como para
vivir naturalmente bien y conforme a justicia, les era necesario ser vasallos y
súbditos del Emperador y Rey de Castilla, cuyos súbditos él y los demás
españoles que presentes estaban eran; y juntamente con esto les pidió que les
diesen guías para pasar adelante a ver y andar las demás poblazones comarcanas
a aquella provincia.
Los
indios, aunque atentamente oyeron todo lo que Galarza les decía, ninguna cosa
les fue más grata y amable que el pedirles guías para pasar adelante y el
decirles que no se les haría ningún daño ni lo recibirían, porque juntamente
con lo demás les dijo Galarza que en ningún tiempo se les haría agravio por sus
soldados y compañeros, y que si algún español o indio de su servicio les
damnificase, se lo dijesen y manifestasen, que él lo castigaría y satisfaría el
agravio que hubiesen recibido, porque le era así mandado por el Rey y señor que
a aquella tierra les había enviado. De estas dos cosas últimas se holgaron
extrañamente los indios, y más con el dar a entender que querían pasar
adelante, porque como ellos tenían gran miedo de los españoles y les habían de
proveer de lo necesario de sus comidas a ellos y a sus criados, hacíaseles muy
pesado el gasto de solo medio día que allí habían estado, y así le respondieron
a Galarza que no sólo le darían guías, pero si fuese menester indios para
llevar las cargas adelante también lo harían, y si quería que al momento se lo
traerían todo: tanto era el deseo de echarlo de su tierra y poblazones.
Pero
Galarza, que no pretendía andar la tierra tan por la posta, se detuvo en este
alojamiento tres días con toda su gente, después
de los cuales tomó guías y lo necesario y se fue con su gente la vía de Ibagué,
pueblo de indios enemigo y contrario de los de Metaima, aunque de una misma
nación y lengua; porque en toda esta provincia los naturales son enemigos entre
sí y se hacen guerra unos a otros sólo por comerse y sustentarse de sus propias
carnes, no guardando en esto aun siquiera la costumbre que entre brutos
animales se tiene, que es no comerse los de una especie unos a otros, porque es
averiguado que el tigre no come ni aun acomete a otro tigre, el león a otro
león, el oso a otro oso, el perro a otro perro, ni el gato a otro gato, y solos
los hombres, y entre los hombres solos los indios se halla comerse unos a otros
y matarse y hacerse guerras para sólo este efecto; porque entre los que tienen
y osan esta perversa y depravada costumbre jamás se ha hallado ningún género de
riquezas ni haciendas más de las comidas de maíz y otras raíces silvestres, y
si se halla algún otro es poco para que por respeto de robarse y saquearse y
tomarse las haciendas los unos a los otros se hagan guerra. Pero ello es
averiguado y muy cierto, que por solo el apetito del comer se mueven las
guerras entre ellos, y cuando las
comunes ocasiones de matarse faltan entre estos bárbaros, tienen por medio para
venir a las manos el juntarse y congregaras en ciertos tiempos del año en
algunas partes que tienen señaladas, y allí van todos indios de cada pueblo o
parcialidad con sus armas en las manos y llevan consigo sus mujeres, las cuales
llevan cosas que feriar y trocar entre sí, y juntas las mujeres de todos los
pueblos de un valle o comarca, hacen sus ferias y contratación unas con otras,
todas juntas, y en tanto que las mujeres están haciendo este mercado, los
varones se están por sus parcialidades juntos, con las armas en las manos y
apartados unos de otros, mirando el mercado que las mujeres hacen.
Conclusas
estas ferias de las mujeres, y apartadas unas de otras a donde estaban sus
maridos, ellos hacían cierta señal y comenzaban todos a pelear unos con otros,
y a herirse y descalabrarse muy reciamente con las armas que traían, hasta que
caían algunos muertos en el suelo, los cuales tomaban los del bando contrario y
se los llevaban para comer, y ellos mismos, cuando les parecía, se apartaban y
hacían señal de retirarse, y se volvía cada cuadrilla a su pueblo con la carne
o indios muertos que habían podido haber.
Tornando
al viaje de los españoles, salidos de Metaima
dieron en el río de Tolima, el cual tiene este nombre de los propios naturales
de aquella tierra, que en su lengua llaman a la nieve tolima, y porque este río
bajaba del cerro nevado de Cartago, donde tenía su principio y nacimiento, y
las aguas de él eran derretidas de la propia nieve, que es mucha y dura todo el
año, y le llamaron el Tolima, que como he dicho, quiere decir nieve, y los
españoles le llaman río de Tolima. Este hallaron muy crecido y de dificultoso pasaje, a causa de
ser grande su velocidad y corriente, y no tener ni hallarse en él ninguna tabla
ni vado por donde pudiesen pasar sin temor de perder algunas piezas del
servicio, porque los naturales de
Ibagué, que cerca de él estaban poblados, aunque para pasarlo tenían y usaban
puentes, en sintiendo que los españoles se les acercaban las deshicieron y
quebraron todas, queriendo con esto excusar el pasaje a los nuestros,
pareciéndoles que un río tan ahocinado y cargado de piedras como este iba, en
ninguna manera lo pasarían los españoles si no era haciendo puentes; pero,
finalmente, ninguna de estas oposiciones fue parte para que los españoles se
detuviesen sin pasar el río mucho tiempo, porque luégo que vieron su furia y
aspereza, metieron sus caballos en medio de la corriente, y haciendo de ellos
puente pasaron toda la gente y chusma que tenían que pasar y su fardaje, y
alojándola de la otra banda del río, sin que indios de paz ni de guerra se les
acercasen, el siguiente día
marcharon adelante y llegaron a la junta de dos ríos, el uno que baja del valle
de Anaima, y el otro el valle de Matagaima, en
donde había una meseta llana que en redondo tenía como media legua, en la cual
el cacique y señor La Embiteme tenía parte de su poblazón, y en ella un gran
golpe de gente de guerra con las armas en las manos, esperando a que los
españoles llegasen o pretendiesen subir cierto paso o subida que para la mesa
de la poblazón había, el cual pretendían defender obstinadamente, porque fuera
de aquella subida no había otra en toda la mesa que fuese acomodada para poder
por ella subir los caballos al llano de la poblazón.
Los
españoles, aunque reconocían la ventaja que los indios les tenían, así en
tenerles tomado el alto y paso de la subida, como por su mucha multitud, que al
parecer eran más de dos mil indios de pelea, no por eso dejaron de írseles
acercando y llegándose a ellos hasta ponérseles a tiro de piedra. Los bárbaros,
como vieron la osadía con que los españoles, menospreciando su multitud y
poder, se les habían acercado, comenzaron a dar muy grandes alaridos y a tocar
sus fotutos y cornetas y otros rústicos instrumentos de canillas de indios
muertos que consigo traían, dando muestras de querer despedir y arrojar las
armas arrojadizas que traían contra los españoles; pero luego se reportaron,
pareciéndoles que era bien hacer antes alguna amonestación a los nuestros para
justificación de su causa, que comenzar la pelea; y así les dijeron, de suerte
que los intérpretes lo entendieron, que se volviesen atrás y no curasen de
pasar adelante, si no querían en breve tiempo verse sepultados en sus vientres
y destruidos y arruinados todos, sin que uno ni ninguno escapase, con lo cual
enteramente pagarían su temeridad y atrevimiento. Los soldados y caudillos,
alborotados de ver la soberbia y elación con que los indios hablaban, quisieran
incontinenti arremeter a ellos, para desbaratándolos y matando los que pudiesen,
alcanzar con darles a conocer su poca constancia en cosas de guerra, y el poco
valor que para con los españoles tenían; pero el capitán Galarza, conociendo la
locura y fragilidad de aquella bárbara gente, hizo que los suyos se reportasen
y mudasen consejo, y llegando a las lenguas o intérpretes que tenía, les hizo
que hablasen a los indios y les dijesen la poca razón y causa que tenían para
hacer los fieros que habían hecho y dicho, porque él y los demás españoles no
iban a hacerles guerra ni mal ni daño alguno, sino a manifestarles la ley
evangélica cuya profesión tenían y guardaban, y por ello se llamaban
cristianos, mediante lo cual su principal intento era darles a conocer el
verdadero Dios inmortal, y enseñarles la observancia de sus mandamientos y su
fe católica, mediante la cual y el bautismo que se les daría, queriéndolo ellos
recibir, serían salvos y gozarían de la perpetua bienaventuranza que Dios, por
su misericordia, daba a los cristianos que profesaban y guardaban su ley; y que
temporalmente eran vasallos del Rey de Castilla, señor muy poderoso, a quien
estos indios llaman en su lenguaje Amimo, a quien obedecían y servían todos los
cristianos y todos los indios, al cual ellos asimismo debían obedecer y servir
y reconocerlo por tal, y a él en su nombre dar la obediencia y hermandad; por
tanto, que dejadas las armas, se abrazasen con la paz que él les ofrecía y que
él los recibiría en su amistad y haría que ninguno de los que con él venían,
españoles ni indios ni otra persona alguna, no les hiciesen mal ni daño ni les
agraviasen en cosa ninguna. Y en estas razones y otras que los indios
replicaban, fueron detenidos sin acometerse ni hacerse mal alguno los unos a
los otros, hasta puesta de sol, en el cual tiempo los indios mudaron [de]
propósito, dejando de seguir lo que al principio habían comenzado y se
retiraron y apartaron del paso y subida que estaban guardando y pretendían
defender, y dieron lugar a que los españoles subiesen sin guerra ni pelea al
llano y mesa de la poblazón, donde los propios indios los aposentaron en sus
propias casas, y estuvieron allí con ellos toda la tarde hasta que anocheció y
todos se recogieron a donde les pareció, porque el siguiente día en toda la
poblazón ni en lo que de la comarca se divisaba, no pareció ninguna persona de
los naturales, sino solos los españoles y su servicio, que se quedaron alojados
en los bohíos y casas de los indios.
CAPÍTULO TERCERO. CÓMO
LOS INDIOS PROSIGUIERON SU PAZ, Y GALARZA SU DESCUBRIMIENTO, Y PASÓ AL VALLE DE
ANAIMA, DONDE TUVIERON CERCADO A SALCEDO LOS INDIOS, Y TUVO NOTICIA DE LOS
INDIOS DE BUGA Y GORONES. ESCRÍBESE EL MODO DE LAS ARMAS CON QUE ESTA GENTE
PELEA.
Puso
mala sospecha a los españoles el haberse retirado y ausentado los indios con
sus mujeres e hijos, porque se tiene ya experiencia que cuando después de haber
dado la paz se recogen y desaparecen que es para poner sus mujeres, hijos y
haciendas en partes seguras y revolver, con las armas sobre los españoles; pero
éstos, esta vez, no lo hicieron así, antes conservando de su parte y
prosiguiendo adelante con la paz que habían dado, volvieron pacíficamente a su
propio pueblo, donde los españoles estaban alojados, y allí les traían de la
comida que tenían y algunas chagualas de oro que contrataban y feriaban con los
españoles y con los indios de su servicio ladinos.
Lo
que más los naturales procuraban haber de la nuestra era sal de la del Reino,
que es en panes, en pedazos grandes, y algunas gallinas blancas, porque de las
otras ellos no las querían, y algunos otros rescates, y cuentas de España, que
los españoles llevaban para el efecto, porque de todas estas cosas, y de otras
muchas, es esta tierra muy estéril y falta. Daban en pago de un pedazo de sal
de dos o tres libras, una chaguala de oro fino que pesaba seis pesos y donde
arriba, y por una gallina lo mismo, y al respecto pagaban los demás rescates y
contratos.
Detúvose
en este alojamiento el capitán Galarza con sus compañeros ocho días y más
tiempo, donde le vinieron todos los naturales de aquel valle de paz y amistad,
y entre ellos los caciques y señores del valle de Matagaima, y del valle de
Anaima le vinieron a ver los caciques de Vilacaima. El valle de Matagaima
tendrá dos leguas y media de largo, todo poblado lo raso de él, porque esta
tierra toda es doblada y muy quebrada, y todos los valles son rasos y pelados,
sin monte alguno hasta la mitad de las lomas y cuchillas, y de allí para arriba
es arcabuco o montaña muy crecida y espesa; y esto es general en toda tierra de
Ibagué. El valle de Anaima tendrá cuatro leguas de largo, y donde arriba y todo
lo raso de él, que se entiende lo bajo, estaba poblado.
Las
armas de que generalmente usan los naturales de toda esta provincia y región de
Ibagué, son lanzas hechas de los ijares de unas gruesas cañas huecas que los
españoles llaman guaduas, las cuales son muy largas: hiéndenlas los indios y
cuartéanlas y lábranlas, de suerte que les queda de cada una de ellas hechas
tres o cuatro lanzas de a veinticinco y treinta palmos de largo; y a las puntas
de estas lanzas engiren una punta de palma delgada, que es madera más recia y
tiesa, para con ella hacer mejor golpe. Con estas lanzas usan unos escudos o
paveses de cuero de anta seco y tieso, que es gran amparo y defensa y muy
ligero. Estos escudos traían los indios colgados al pescuezo y cuando peleaban
y jugaban de sus lanzas los echaban delante para amparo de las barrigas, y
cuando se retiraban o huían, cosa muy común y nada vergonzosa para ellos, se
los echaban muy ligeramente a las espaldas, colgados del pescuezo como los
tenían, y así huían, yendo adargados y arodelados por detrás, que les era harto
remedio para no recibir mucho daño de los que iban en su alcance. También
usaban con los mismos escudos dardos de palma arrojadizos y macanas muy agudas
a manera de montantes, hechas de madera de palma negra. Usan asimismo para la
guerra hondas con que arrojan y tiran con gran furia piedras y guijarros
rollizos del grandor de huevos, de los cuales traen consigo mochilas llenas
para tenerlos más a mano al tiempo del menester. También se aprovechan en la
guerra de las hachas de cobre que tienen para cortar madera.
En
todos estos géneros de armas son tan diestros estos indios, que aunque ellos en
sí son gente bruta, y las armas son tan rústicas como por lo dicho se puede ver,
defendían con ellas y con sus bríos, que no eran de menospreciar, muy bien la
tierra, porque cualquiera de los naturales de esta provincia nunca rehusaba el
esperar uno por uno a cualquier español y pelear con él a pie quedo, y si como
en los ánimos tenían igualdad la tuvieran en las armas, averiguadamente se
estuvieran el día de hoy por conquistar, y antes hubieran hecho daño que
recibídolo; pero como traen los cuerpo sin ninguna defensa, porque todos andan
en carnes y así pelean, métense sin ningún temor los soldados armados por entre
ellos, y allí cada cual les hiere como puede, según se ofrece la ocasión y
necesidad.
Aunque
los indios del valle de Anaima, o algunos de ellos, habían salido de paz e ido
a visitar al capitán Galarza a su alojamiento, no por eso su amistad fue
sincera y llana, antes muy doblada y llena de maldad, como lo dieron bien a
entender dende a poco que Lope de Salcedo con ciertos soldados, que por
compañeros le fueron dados, entró en sus tierras y poblazones, contra los
cuales tomaron las armas no yéndoles a hacer ningún daño ni mal tratamiento más
de haber la poblazón y gente que era, y a descubrir camino para que el resto de
los soldados y carruajes pudiesen pasar adelante.
Juntáronse
gran número de indios de aquel valle, y cercando y tomando en medio a Salcedo y
a los españoles que con él estaban, les pusieron en grande aprieto y riesgo de
matarlos a todos, porque como esta gente sea animosa y su pelea sea cercándose
abarloar con los españoles, los cuales no tenían consigo caballos, que es toda
la fuerza de esta guerra, ni arcabuces, y el número de los combatientes tan
desigual, porque para cada soldado de los que con Salcedo estaban había quince
y veinte indios, fueron los nuestros forzados a dar mayores muestras de su
valor, peleando con la turba de los bárbaros, que los tenían cercados, y
haciendo en ellos todo el estrago que podían, no cesando de pelear ni soltando
las armas de noche ni de día de las manos; hasta que teniendo noticia el
capitán Galarza del suplicioso y peligro en que estos soldados estaban, porque
de ello le fue dado aviso por mano de indios amigos, envió más copia de gente y
soldados, que juntándose con los cercados y acrecentándose a todos con el
número el ánimo, sacudieron y echaron de sobre sí honrosamente la gente de la
tierra, que con intera esperanza estaban de haber presto victoria de los
españoles que cercados tenían, con cuyas vidas y cuerpos entendían hacer
devotos sacrificios a sus carniceros vientres, sepulturas de carne humana.
Vuelto
Salcedo y los demás españoles, el capitán Galarza se partió luégo otro día con
toda la compañía junta. Marchó concertadamente la vía de Anaima, lo cual visto
y entendido por los naturales de aquella poblazón, determinaron entre sí tomar
de nuevo las armas, y acometiendo a los españoles hacer en ellos la resistencia
que les fuese posible; para el cual efecto se juntaron, en el propio sitio
donde habían tenido cercado a Lope de Salcedo, más de cuatro mil indios de
guerra, con todos los géneros de armas arriba nombrados.
Era
este lugar un sitio muy llano, puesto por ribera y barranca de una quebrada que
bajaba de la sierra y venía a dar al río principal, que pasa y corre por medio
del valle. Este llano, pareciéndoles a los indios que era acomodado para el
alojamiento de los españoles y que se habían de ir derechos a él, fortalecéroslo
con mucha cantidad de hoyos que en él hicieron de a dos estados de hondo cada
uno, y muy llenos de estacones de palos de palmas las puntas para arriba, y por
encima cubiertos con varas delgadas y | paja y tierra encima, para que
estuviesen ocultos y no los echasen de ver hasta que estuviesen en la celada o
trampa. El anchor de cada hoyo de estos era tal, que cabía en cada uno de ellos
dos hombres con sus caballos armados; y cierto era invención con que pudieran
hacer muy gran daño a los nuestros, si no fuera gente recatada para tener
cuenta con semejantes cautelas y engaños, porque los bárbaros para más incitar
y convidar a los nuestros a que cayesen en los hoyos, aguardaron a los
españoles junto a ellos para que arremetiendo o codiciando dar en los enemigos,
y arremetiendo con la furia que suelen, hallasen por delante aquella manera de
foso, y cayendo dentro se metiesen las estacas por los cuerpos y muriesen a
cuchillo de palo.
El
capitán Galarza, según lo tenía por costumbre, luego que vio y reconoció que
los indios les estaban esperando para pelear con ellos, hizo detener la gente
antes de pasar la quebrada, y comenzó a hacerles requerimientos y
protestaciones, convidándoles con la paz, y dándoles noticia del efecto de su
venida y entrada en aquella tierra, según lo había hecho siempre antes de venir
a pelea con los indios; y en estos requerimientos se detuvo un gran rato, de
suerte que viendo los indios que se detenían los españoles y creyendo que su
detenimiento era por su temor y por estar ellos con las armas en las manos
esperando el reencuentro, desampararon el puesto que tenían, y volviendo las
espaldas se dieron a huir por entre los hoyos y a dejarlos atrás. Los españoles
se movieron perezosamente contra ellos, no queriendo hacerles daño ni bañar con
sangre de aquellos bárbaros la tierra, pretendiendo conservarlos para después
tener quién les sirviese y sustentase. Pero como un Juan Ortiz de Zárate,
vizcaíno, quisiese señalarse, procuró tomar la delantera a todos sus compañeros
y puso las piernas a caballo, y encarando a unos indios que de industria
estaban esperando, fue tan veloz e inconsiderado en su arremetida y con ella
desatinó de tal suerte a los indios, que ellos y él y su caballo todos cayeron
dentro del hoyo y celada; pero el daño no fue igual a todos, porque como los
indios cayeron primero, con sus cuerpos ocuparon las estacas que en el hoyo
había, metiéndoselas por las carnes, y así Juan Ortiz y su caballo no
recibieron ninguna lesión, y fueron sacados del hoyo sanos y salvos, con lo
cual fue descubierta la celada y fosos que los indios tenían hechos, y cesó el
daño que pudieran recibir, porque dende en adelante caminaban todos con gran
cuidado, mirando con atención dónde ponían los pies.
Alojáronse
aquella tarde en un lado o punto de la sabana, que estaba más escombrada y
limpia de hoyos, y dende en adelante, por más de veinte días, se corrió toda la
poblazón y tierra de este valle de Anaima, sin que los indios osasen venir a las
manos con los nuestros, ni en ninguna parte de él tuviesen pelea ni batalla
trabada los unos con los otros, más de ponerse por los altos y arcabucos a dar
grita; y cuando la comodidad de la tierra les ofrecía ocasión, desde algunos
altos, junto a la montaña, echaban a rodar contra los nuestros grandisimas
piedras que pesaban, según su grandeza, a diez y a quince y veinte y a más
quintales, porque con palancas movían en lo alto de las laderas las peñas que
la naturaleza había puesto y criado en lugares tan pendientes que con sólo
menearlas o moverlas con los palos las hacían rodar con extraña furia. Mas,
aunque en lugar muy perjudiciales a los nuestros les daban esta batería, fue
Dios servido que nunca se recibió ningún daño.
En
este valle sucedió que después de haberse mitigado los indios y dado muestras
de querer la paz y amistad de los españoles, un soldado extranjero, llamado
Ricardo, llevaba consigo un indio ladino que entendía bien la lengua de aquella
tierra, y como el Ricardo fuese algo codicioso y viese que entre aquellos
naturales había algunas piezas de oro, envió al indio ladino que fuese y
anduviese entre aquellos naturales y les dijese que el capitán lo enviaba a que
le diesen oro, porque lo había menester, donde no que irían los soldados a sus
rancherías a hacerles guerra. Los indios, con este temor, dábanle al indio
ladino de Ricardo todo el oro que podían. Ultimadamente sucedió que Ricardo
envió a su indio ladino por oro, el cual encontró con cierto principal que le
dijo que él tenía un poco de oro que dar al capitán, pero que él en persona se
lo quería dar por su propia mano. El ladinejo, queriendo salir con su demanda
sin ser sentido, esperó a que fuese de noche y vínose con el principal y otros
indios al alojamiento, y como estaban ya puestas velas y era ya cuando llegó al
alojamiento muy tarde, fue sentido de las velas, los cuales creyendo que eran
indios que venían a dar sobre los españoles, dieron alarma y con su entrada
hubo alguna turbación entre los soldados, porque todos o los más salieron al
rebato, con la alteración que semejantes casos suelen causar. Tomaron los
indios, y súpose de ellos la causa de su entrada a tal hora, y del ladino el
oficio que él y su amo traían en tomar con honesto modo el oro a los indios; de
lo cual se enojó mucho el capitán Galarza, y haciendo apariencias de que quería
castigar con pena pública al Ricardo, él mismo incitó secretamente a los
soldados que le rogasen por él y se lo quitasen, para con aquella ostentación y
muestra de castigo poner temor en semejantes soldados para en adelante; pero el
indio ladino pagó por él y por su amo, porque fue públicamente azotado y
cortados los cabellos, aunque todos los indios son de tan poca vergüenza que no
sienten por afrenta el azotarlos.
En
el tiempo dicho dieron de todo punto la paz a los españoles muchos de los
naturales de este valle que a los principios dieron muestras de obstinación en
su rebeldía, para por presencia venirles a servir; entre los cuales fue el más
principal el cacique llamado Bombo; de los cuales el capitán se procuró
informar de la gente que de la otra banda de la cordillera había, y si podría
pasar adelante en descubrimiento del camino para Cartago, porque el valle se
remataba allí, en la propia cordillera que está entre el río grande de la Magdalena
y el río de Cauca. Los indios le dijeron que, pasada esta cordillera, a la otra
vertiente de ella había mucha copia de naturales, pero que no sabían distinguir
si entre ellos, o cerca de ellos, hubiese pueblo de españoles, como lo había,
más de que certificaban lo de los naturales, los cuales, según después pareció,
era en Buga la grande, donde pobló el capitán Alonso de Fuenmayor un pueblo del
propio nombre y los gorones que sirven a Cali.”
Transcripción:
Álvaro Hernando Camargo Bonilla