domingo, 19 de noviembre de 2023

TRATASE DEL VOLCÁN DE CARTAGO.


TRATASE DEL VOLCÁN DE CARTAGO.


"Pero no podré excusar tratar algunas otras cosas que ellos no han tratado y de su volcán y lo que con él sucedió el año de mil y quinientos y noventa y cinco (1595), a doce de marzo, domingo de Lázaro, que llamamos en la cuaresma.

La reventazón que con evidencia vieron y oyeron los de este Reino fue a doce de marzo, domingo de Lázaro del año de mil quinientos noventa y cinco (1595), como a las once del día, cuando dio tres truenos sordos como de bombarda, tan grandes que se oyeron más de treinta leguas por toda su circunferencia, causados de haber reventado esto cerro por bajo de la nieve por el lado que mira al Este y nace este río Gualí. Abrió de boca más de media legua, en que quedó descubierta mucha piedra azufre, y debió sin duda hacerse la reventazón por el lado y faldas que siempre las tenía abiertas por muchas partes, á causa de que debe de tener fuego muy profundo, y la boca de la cumbre angosta, y poder por allí vomitar tanta maleza como arrojó en esta ocasión. En la parte por donde reventó ahora tienen su principio dos famosos ríos, el que hemos dicho de Gualí, vecino a esta ciudad, y otro mayor que él, á cinco leguas camino de la de Ibagué, que llaman el de la Lagunilla, ambos, como hemos dicho, dé la nieve que se derrite de lo alto. Estos debieron de atajarse con la tierra que arrojó la reventazón, y rebalsando algún tiempo sus corrientes, salieron después con

tanto ímpetu, ayudado por ventura de nuevas fuentes que se abrieron en esta ocasión, que fué cosa de asombro sus crecientes, y el color del agua que traían, que más parecía que agua, masa de ceniza y tierra, con tan pestilencial olor de piedra azufre que no se podía tolerar de muy lejos. Abrasaba la tierra por donde se extendía el agua y no quedó pescado en ninguno de los dos que no muriese. Fue más notable esta creciente que en el río de Gualí, en el Lagunilla, cuya furia fue tal que desde donde desemboca por entro dos sierras para salir al llano, arrojó por media legua muchos peñascos cuadrados, en que so echó de ver su furia más que si fueran redondos, y entre ellos uno mayor que un cuarto de casa. Ensanchase por la sabana más de media legua de distancia por una parte y otra, mudando por la una de nuevo la madre, y anegando la inundación todo el ganado vacuno que pudo antecoger en cuatro ó cinco leguas, que fue así extendido hasta entrar en el de la Magdalena, abrasando de tal manera las tierras por donde iba pasando, que hasta hoy no han vuelto á rebrotar sino cual y cual espartillo. No se sabe haber hecho otros daños.

A la parte oriental de esta ciudad, siete u ocho leguas va corriendo Norte Sur la gran cordillera de los Andes, de quien tantos han tratado; la cual por esta parte y por la que mira al Oriente, que da vista al Valle de Neiva, por donde corre el Río de la Magdalena, hace espaldas a las grandes Provincias de los Pijaos; y por la que mira al Occidente las hace también a las Provincias de los Putimaes: gente los unos y los otros confederada por la igualdad que tienen en alterados ánimos, guerreros bríos y voraces hambre de carne humana; un pedazo de esta cordillera, que es de más levantadas cumbres y de distancia de más de cuarenta leguas (según me ha parecido siempre que la he visto de lejos), está toda nevada, sin que en toda la vida se descubra, antes cayendo siempre una sobre otra, debe de ser mucha la que hay al principio de esta región nevada, que corre Norte Sur; tomándola por la parte del Norte, levanta una teta o peñol redondo y tan alto, que de casi todas las partes, que lo son en este Nuevo Reino, se descubre siempre que el tiempo está despabilado y de buen brusco, por estar tan empinado y todo él cubierto de nieve, fuera de lo último de su cumbre, que la derrite la fuerza del calor. Fuego y humo que sale a las veces por la boca que tiene abierta, en que ge

remata su punta, que a las veces suele ser de manera que de noche, bien a lo largo de él, a su pie y faldas, que ya no están nevadas, se puede leer una carta. Bajará en redondo ocho leguas, y distará de la ciudad de Cartago diez y siete, por donde va el camino, aunque por el aire se pueden quitar las diez.

Sucedió, pues, que el día, mes y año dichos, habiendo salido el sol muy claro y despabilado, a dos horas de su luz, que sería como a las ocho, salió de este volcán un tan valiente, ronco y extraordinario trueno, y tras él otros tres no tan recios, que se oyeron en distancia de más de cuarenta leguas en su circunferencia, y mucho más a la parte que soplaba el viento; tras los cuales comenzaron a salir tan crecidos borbollones de ceniza orizente (?) una noche muy

oscura de tempestad y sin luna, y comenzó a caer envuelta con piedra pómez, tan menuda como arena, que fue acrecentándose poco a poco, hasta ser como menudo granizo, y que hacía el mismo ruido que en los tejados. Duró esto como dos horas, habiéndose aclarado algo el aire, hasta que después de ellas tornó a oscurecerse con un nubarrón tan espeso que no se podía leer una carta, con ser casi medio día, prosiguiendo siempre el llover la ceniza y piedra pómez, hasta las dos del día, con aquella oscuridad, ponqué aclarando entonces, quedó el horizonte como día nublado. No cesó de llover de esta ceniza en toda la noche, de suerte que a la mañana estaba toda la tierra cubierta do más de una cuarta de piedra pómez y ceniza, que bajando pegajosa con la humedad que debía de tener el volcán de donde salía, se pegaba mucho a donde quiera que caía; y así se descubrió al otro día la tierra tan triste y melancólica, cubierta de ceniza, árboles y plantas, sembrados, casas y todo lo demás, que parecía un día de juicio. Los ganados bramaban por no hallar qué comer; las vacas no daban leche a sus becerros; las legumbres de las huertas no se parecían, y como por la mayor parte es toda esta tierra de montañas y arboledas, que todo el año están frescas, verdes y alegres a la vista, se acrecentaba la melancolía de verlas hechas montes y árboles de ceniza, que se extendió tanto hacia la parte del Occidente, adonde debiera de correr el viento, que llegó hasta la ciudad de Toro, que está de la de Cartago veintiocho leguas, que con las ocho que hay de volcán a la ciudad de Cartago, vienen a ser más de treinta y seis las que voló, con gran daño de esta ciudad de Toro, pues acertando a estar tiernos los maíces, todos los derribó. Los ríos y quebradas corrían espesos, de suerte que los peces que tenían huían de una parte y otra sin saber a dónde; muchos de ellos saltaban a tierra buscando socorro contra el raudal de la ceniza.

Acudió al del cielo la ciudad de Cartago con procesiones, sacrificios y otras plegarias a Dios, que fue servido con su acostumbrada piedad usarla en esta ocasión, enviando tan abundantes aguaceros, jueves y viernes siguientes, que lavaron todos los árboles y tierra, dejándola alegre y regada, de que estaba harto necesitada, por estar muy seca antes quo sucediera esta tempestad. La cual conocieron algunos caminantes que yendo de la ciudad de Mariquita á Cartago, tres días antes tuvieron tan grandes temblores y bramidos de tierra, que entendieron perecer, y el sábado en la noche, antes del domingo que llovió esta ceniza, vieron estos españoles que arrojaba el volcán gran número de piedras pómez, tan grandes como huevos de avestruz; de allí para abajo hasta grueso de huevos de paloma, tan encendidos y chispeando, como sale el hierro de la fragua, que parecían estrellas erráticas; daban algunas sobre ellos y sobre sus caballos, que no los inquietaban poco.

La parte que este cerro mira al Oriente, que es la de la ciudad de Mariquita, por una pequeña abra, por donde salía tanta agua como una naranja, reventó con tan gran fuerza que hizo una abertura de más de trescientos pasos en ancho, y de doscientos estados en hondo (de suerte que se hubo de echar el camino real que iba por allí, por otra parte), y por la que salía la poca agua comenzó a salir tanta como grueso de dos bueyes, que dura hasta hoy, con que creció en aguas el río de Gualí, que es el que riega los cimientos de la ciudad do Mariquita; el cual y otro su compañero, que corre al Sur, que llaman el de la Lagunilla, y se originan ambos de la nieve que se derrite de este cerro, corrían tan cuajados de ceniza que más parecía mazamorra de cernada que agua.

Salieron ambos de madre, dejando la tierra por donde derramaron tan quemada, que en muchos años después no producía la tierra ni aun pequeñas hierbas; los pescados de ambos ríos, que por ser muy grandes tienen muchos, no pudiendo huir de la tempestad encenizada que los traía antecogidos, perecían entre aquel barro cenizoso, que llegando así ambos ríos al de la Magdalena, donde entran, no dejaron de turbarle algo sus aguas, aunque son tantas.

Paréceme podemos conjeturar en el suceso de este volcán lo mismo que dijimos en nuestra segunda parte del de la Grita, que hizo volar aquel cerro en el Valle de los Bailadores, porque según vemos en el reventar tanta agua en este de Cartago, debió de ser que ella venía por una gran caverna, desmandada de otra parte por aquella cordillera abajo, y llegando a aquel volcán que allá en las entrañas está ardiendo, como se conoce en el fuego y humo que echa de cuándo en cuándo, con la contradicción del agua y fuego le hizo vomitar aquella ceniza y piedra pómez por donde pudo (al modo que se levanta la ceniza cuando se le echa agua al fuego), y reventando ella por la parte más flaca, vino a salir aquel borbotón de agua tan grande y a durar sin cesar, por durar el origen de donde viene."

Fuente: FRAY PEDRO SIMÓN. NOTICIAS DE LAS CONQUISTAS DE TIERRA FIRME EN LAS INDIAS OCCIDENTALES DEL NUEVO REINO DE GRANADA TOMO IV CAPÍTULO VI. Pág. 186