XIXARAMA
Y TAMANACA EN TIEMPO DE PESTILENCIA EN CONSOTA.
En tiempos de confinamiento a causa
de la propagación de la pandemia del coronavirus, solazamos este período de
ocio imperativo con la crónica de un contagio histórico en el territorio.
Pedro de Cieza de león, en la Crónica
del Perú, en el escrito referido a la provincia de Quimbaya, de las costumbres
de los señores de ella, y de la fundación de la ciudad de Cartago, describe una
aparición fantasmal de una “pestilencia”.
Cuenta que, al pie de un pequeño
cerro ubicado a una legua de distancia de Cartago viejo, a orillas de un río no
muy grande, se asentaba un pueblo de indios llamado Consota. En este lugar
brotaba un manantial de agua salobre, en donde los vecinos tomaban el agua salada
y por medio de la ebullición en grandes calderos y pailones la evaporaban y extraían
la sal de grano blanco, tan pura como la de España, y que se consumía en la población.
Estando varias indígenas consiguiendo
sal para las casas de sus señores, se les apareció un hombre de cuerpo alto, con
el vientre rasgado y los intestinos a la intemperie, que cargaba dos niños en
sus brazos, y les dijo: “yo os prometo, que tengo que matar a todas las mujeres
de los cristianos y a todas las más de vosotras”, luego desapareció. Los indígenas como era de día no mostraron
temor ninguno, antes contaron este cuento riéndose, cuando volvieron a sus
casas.
En otro pueblo de un vecino llamado
Giraldo Gil Estopiñán vieron esta misma figura encima de un caballo, y que
corría por todas las sierras y montañas como un viento. A pocos días se presentó una pestilencia y mal
de oído, a cuya causa sucumbió la mayor parte de la población nativa y los pocos
habitantes ibéricos que quedaron, andaban temerosos de la visión fantasmal que trajo
la peste.
Los nativos asignaron la mortal
peste a la fantasmal visión, que seguía perceptible en sus mentes y temerosos, indígenas
y españoles, tenían alucinaciones que les presentaban a las personas que habían
muerto a causa de la pestilencia. Los hechiceros nativos, ante el temor de tal
situación, ofrecían y hacían pagamentos al dios del bien, Xixarama,
y culpaban de lo sucedió a los españoles, a quienes comparaban como al dios del
mal, Tamanaca.
Esta narración coincide con una
contagiosa peste de viruela, donde murieron más de doscientas mil personas en
todas las comarcas subyugadas por los españoles. [1]
Álvaro Hernando Camargo
Bonilla.
Miembro de número, Academia de
Historia del Quindío.
Vigía del Patrimonio.
[1]
Pedro de Cieza de León, CRÓNICA DEL PERÚ EL SEÑORÍO DE LOS INCAS, De la
provincia de Quimbaya, y de las costumbres de los señores de ella, y de la
fundación de la ciudad de Cartago y quién fue el fundador Biblioteca Ayacucho,
Capítulo XXIV, pág. 71