CAMINO DEL QUINDÍO, RUTA LIBERTADORA EN LA CAMPAÑA DEL SUR
(1813-1816)
En el desarrollo de las movilizaciones de Independencia, el Camino fue necesario para el tránsito de ejércitos procedentes de Santafé hacia el occidente con el propósito de apoyar a las regiones de la gobernación de Popayán, leales a la causa libertaria.
La Campaña del Sur, liderada por Antonio Nariño, fue un paso más de los patriotas
en la consolidación de los procesos independentistas del Nuevo Reino de Granada con respecto a la corona española. Tenía como objetivo desalojar a los realistas en el sur de la Nueva Granada.
las Provincias Unidas del Valle del Cauca con sede en Cali, solicitaron apoyo a Santafé para enfrentar la amenaza realista, proveniente de Popayán a finales de 1810.
La Junta de Santafé envió dos compañías al mando del coronel Antonio Baraya, quien inició la marcha el 15 de noviembre de 1810, tomando el camino del Quindío hasta Cali, llegaron el 24 de noviembre a Ibagué; reiniciaron la marcha el 5 de diciembre por el camino del Quindío, alcanzando el 13 del mismo mes la ciudad de Cartago; continuando la marcha el 20, y llegan a Cali el 26 de diciembre.
Recorrieron a pie y a caballo aproximadamente 500 kilómetros en varias jornadas, con sus respectivos descansos, dedicados a la recuperación de los semovientes y de los soldados, inexpertos y sin mayor preparación física, representando un gran esfuerzo en la diversidad de climas por los cuales debían atravesar las tropas.
El itinerario seguido por la tropa fue el siguiente:
15 de noviembre de 1810, salida de Bogotá.
24 de noviembre, llegada a Ibagué.
5 de diciembre, iniciación de la marcha por el camino del Quindío.
13 de diciembre, término del movimiento anterior en Cartago.
20 de diciembre, salida de Cartago a Cali.
26 de diciembre, llegada a Cali y termino del movimiento.
Batalla de las Cañas o Combate de las Cañas El día 9 de octubre de 1812
Algunas de las contiendas armadas de la causa libertaria se presentaron en inmediaciones del camino del Quindío, en la vereda las Cañas del municipio de Alcalá, en límites con la vereda Las Pavas, de Filandia.
En 1813, el ejército español en cabeza de Juan Sámano invadió al Cauca, los patriotas se replegaron de Popayán hacia Cartago. Unos 150 patriotas procedentes de Popayán se unieron al francés Manuel Roergas de Serviez, comisionado por el gobierno de Santafé para reforzar las tropas. Sámano ocupó a Cartago, con 1.000 hombres, y el 26 de julio de 1813 se enfrentó a Serviez, en “Cerrogordo” y Las Cañas.
Con los soldados y oficiales que partieron de Popayán y que llegaron a Cartago, la tropa alcanzó 400 efectivos, comandados por el coronel francés Manuel Roergas de Serviez.
Emprendieron la retirada hasta Piedra de Moler, a la ribera derecha del río de La Vieja, con el objeto de evitar ser atacados por los españoles y de permanecer en observación mientras, reforzados por las tropas de Santafé, podían tomar la ofensiva contra Sámano. Infructuosa espera, no llegaron los refuerzos, no obstante, éstos haber arribado a Ibagué, mas no tenían autorización de proseguir su marcha hacia Cartago.
Después de vadear el río, continuaron su retirada por el camino y obtuvieron noticia de que el ejército enemigo podía interceptarlos marchando por una ruta paralela y que llevaba hasta el punto de El Roble; entonces, aligeran su retirada, llegando a Las Cañas, con la idea de encontrar allí el destacamento militar esperado. Fue en vano la espera de las tropas auxiliares, pues, aunque éstos habían llegado a Ibagué, no habían recibido órdenes para continuar su marcha y atravesar la montaña del Quindío.
En este estado de cosas, Sámano ocupó a Cartago, con 1.000 hombres. Serviez observaba desde la cima de “Cerrogordo”, sintiendo el deseo de atacar al general español y de sus tropas, riéndose a carcajadas como un insensato, ordenó que un destacamento de 25 hombres defendiese, a las órdenes del bravo capitán José Joaquín Quijano, el acceso del cerro, mientras él iba a Piedra de Moler, distante más de media hora, a traer el resto de la columna.
A la altura de “Cerrogordo”, empezó la escaramuza. Aceleraron la marcha para auxiliar oportunamente al capitán Quijano, pero esto era imposible. Este oficial se defendía ya en retirada, porque le había sido imposible impedir el paso con un piquete de 25 hombres a una masa de 1.000 soldados, a quienes, no obstante, disputaba el terreno palmo a palmo. Después de perder algunos hombres, entre ellos a uno de los mejores oficiales, el capitán José María Barrionuevo, que cayó gravemente herido. Serviez dispuso entonces que el teniente Manel Antonio Pizarro, con 12 hombres, permaneciese hasta nueva orden al pie de la barranca que servía de trinchera.
La tropa pasó una noche cruel, acosada por el hambre, amenazada de muerte, pues se hallaban a tiro de fusil del enemigo realista. Agazapados en los troncos de los árboles que servían de trinchera, sentían el ladrido de los perros que traían los españoles, lo que les advertía su aproximación. Los españoles en vez de explorar el campo se contentaban con hacer grandes descargas en dirección a donde ladraban los perros. Después de tan horrible noche, a las seis de la mañana pasaron el río, y a las siete continuaron la retirada por el camino del Quindío, en orden y sin perder de vista la avanzada enemiga.
A poca distancia de un desfiladero llamado el “Salto de la Parida”, ordenó Serviez hacer alto, y construyeron algunas trincheras, en caso de ser atacados. Llegó a noticia que el enemigo podía emboscarlos, marchando por una ruta paralela que conducía al punto denominado El Roble, entonces, continuaron la marcha de retirada ya casi entrada la noche.
Al día siguiente llegaron a “Las Cañas”, en donde se aseguraba encontrarían el destacamento auxiliar, que se sabía había marchado ya de Ibagué, pero no encontramos ni siquiera noticias. Serviez resolvió hacer alto allí, siempre con la esperanza de la llegada de los auxilios que venían de Ibagué y que esperaba llegara de un momento a otro.
Al segundo día se reunieron los oficiales bajo unos guayabos, con la intención de quitar el mando a Serviez, fundados en que los proyectos temerarios del jefe no podían producir otro efecto que el sacrificio infructuoso del resto de la columna, reducida ya a unos 70 hombres entre oficiales y tropa. La resolución había ya sido adoptada unánimemente, y se iba a poner en ejecución, cuando el fuego del enemigo taladró de nuevo y se prendió de nuevo el combate.
No quedaban haciendo frente sino el comandante Serviez y los oficiales Pizarro, Molina y Esparsa con cosa de 20 soldados, entre los cuales estaba José Hilario López.
Serviez dirige personalmente algunos tiros de metralla con un pedrero de hierro, que tenían montado y atado sobre unos estacones a falta de cureña; también hacía fuego con su carabina, siempre animando con su heroico ejemplo. Más de media hora de combate, en que cayó al teniente Molina gravemente herido, y 20 soldados. Aun así, Serviez no desconfiaba del éxito. Herido en una pierna, ordena al teniente Pizarro hacer una carga al enemigo con seis hombres. Pizarro obedece lleno de energía.
Se van en combate cuerpo a cuerpo, y en la refriega pierden 3 hombres. El enemigo les obliga a replegarse, en medio de una situación tan crítica, dispuso que salvaran el pedrero haciéndolo cargar sobre una mula que estaba tras un rancho, más al instante en que lo cargaron, cayó el animal herido por las balas enemigas.
Ante el hecho, Serviez ordena que descargaran el cañón de la mula muerta y lo ocultaran entre el bosque. En este tiempo ya estábamos solos tres, y nos salvaron huyendo por el camino, bajo una granizada de balas, y en la huida encontraron unos 10 hombres más de los que habían abandonado antes el campo de batalla.
La retirada hacia la montaña del Quindío
Fue una sufrida retirada, atravesando la desierta montaña del Quindío. No tenían cobijas para abrigasen del frio durante la noche, principalmente en el páramo. El alimento en la travesía fue carne medio cruda de mulas moribundas, que los pasajeros abandonaban porque se estropeaban y no había esperanza de salvarlas. Por fortuna los enemigos solo los persiguieron algunas leguas, y los dejaron hacer el tránsito, en el que emplearon seis días, hasta su llegada a Ibagué.
En inmediaciones del tambo de Las Tapias, encontraron el destacamento de los soldados destinados para su auxilio, quienes los socorrieron con víveres que fueron consumidos con avidez u gracias a ello no murieron de hambre. En este estado de cosas, llegaron a Ibagué a fines de julio de 1813. La columna estaba entonces reducida a unos 20 oficiales y otros tantos individuos de tropa.
Por: Álvaro Hernando Camargo Bonilla
Licenciado en ciencias sociales universidad del Quindío
Especialista en docencia
Miembro de número de la Academia de Historia del Quindío