Microhistorias del
territorio
SILLEROS
Y CARGUEROS.
Por oscuros callejones a espaldas de silleros y cargueros
se transitaba de Ibagué a Cartago.
La
historia clasifica separadamente a uno y
otro. El primero cargaba personas, y el segundo transportaba cargas.
"SILLERO": llevaba sobre sus
espaldas a personas. Se diferenciaban de los cargueros por tener un paso firme,
seguro y cómodo.
"CARGUERO": llevaba cargas,
soportaba mayor peso.
Desde niños se preparaban para cargar sobre
sus hombres personas y mercancías por el
camino del Quindío, como si fueran bestias de carga. Su fortaleza les permitía
soportar personas y bultos de cerca de setenta kilos. Caminaban entre cuatro y
cinco días por caminos dificultosos, casi sin descanso, desde la mañana hasta
el atardecer.
Estas
personas componían una raza especial, separada del resto de la población, no
solo en lo referente a su aspecto moral sino al físico. Debido a tal práctica,
su cuerpo poseía una complexión atlética, que se acerca mucho a una descripción
de Hércules. La fuerza que poseían era fabulosa.
Su
aspecto físico, fue descrito por viajeros así: “de piel clara, de un amarillo
obscuro, producto de los rigores del clima que debían soportar. De rostros, un
poco alargados y de rasgos expresivos,
que mostraban un aire de bondad y melancolía que contrastaba con el
orgullo obstinado de los nativos”.
LA SILLA.
Armazón
de guadua (latas de guadua), cuyas medidas eran: de unos tres pies (91cms), largo,
y de ancho, un pie (31.5 cms), ensambladas y amarradas entre sí con bejucos,
provista de espaldar con una inclinación de 60°, con el fin de que el
transportado pudiera juntar su espalda con la espalda del sillero. En la parte baja de la silla se amarra una
tabla, en ángulo recto, que tiene las mismas dimensiones del ancho. Vista así,
toda la estructura semeja una silla sin patas.
Dos
fuertes pretinas a manera de arnés, situadas en los extremos de ambos
bastidores de la silla, mantenían todo en ángulo recto, sirviendo al propio
tiempo de brazos a los que el viajero podía asirse. Un pedazo de bambú de un
pie de largo, colgaba en su parte inferior y le servía como estribo, si es que
el acarreado podía considerarse como un
jinete de caballería.
El armazón colgaba
del sillero mediante tres ataderas (cinchas) fuertes, dos le franqueaban
los hombros y cruzaban el pecho del
sillero, sujetadas a los brazos traseros de la silla. Además, sostenían con la frente otra correa que iba adherida a los
extremos superiores del armazón, cuerda atravesada en la mitad del espaldar.
En este punto se centraba el mayor peso. Los pies se colocaban en un puntal
horizontal de bambú, sujetado por piolas a la armazón de la silla.
Entre
la espalda y la armazón de la silla, se colocaba una especie de almohada de
lana. Fuera de esa pieza, los silleros iban completamente desnudos. Solo
llevaban unos pantalones de lino, arremangados hasta las rodillas, de modo que
nada les pudiera impedir el libre movimiento de sus piernas.
Así avanzaban silleros y cargueros por peligrosos
senderos con tan pesados fardos a la espalda; sólo una larga práctica había podido
avezar sus cuerpos a trabajo tan rudo y azaroso.
Álvaro Hernando Camargo Bonilla
Miembro de la Academia de Historia del Quindío.
Vigía del Patrimonio.