ENFERMEDADES
TRASMITIDAS POR LOS CONQUISTADORES A LOS INDIGENAS.
Las
referencias de cronistas conquistadores del Nuevo Reino de Granada, refieren
como hechicero al indígena que ostentaba esta dignidad, también denominados: “piache”,
“chamán”; nigrománticos que curaban, adivinan e invocaban a los dioses.
La
cosmogonía de la vida se fundamenta a en el animismo; cada elemento de la
naturaleza tenía un espíritu y un poder de decisión sobre el destino del
hombre, en ocasiones bondadoso, en otras malignas. Salud y enfermedad dependían
de la ruptura del equilibrio de poder entre ambos y del predominio de
cualquiera de ellos.
La
hechicería logro aciertos y desaciertos observados en la diaria intención de
curación de las enfermedades con la práctica de la medicina empírica ejercida
por los “piaches”, “chamanes. Hechiceros que en sus coloquios exaltaban en
pláticas melifluas a los espíritus, que si no curaban al menos influía en el
espíritu de los enfermos fortaleciendo su deseo de curarse.
Para
los ellos, la enfermedad procedía del demonio, que se apoderaba de la persona y
para curarlo, era menester extraerlo del cuerpo del paciente, lo que se lograba
a través de gritos y alaridos, imprecaciones, contorciones, giros de los ojos,
saltos epiléptoides, música de cascabeles, sonidos guturales y chasquido de
dientes, entre otras cosas más.
Se
remediaba con yerbas, raíces, saín (grasa) de aves, peces y otros animales,
seguido por un vocabulario reservado al “chaman”. Ellos creían que las enfermedades casi
siempre procedían del embrujamiento y que había diferentes formas de obtener los
padecimientos; el aire frio, el helado viento, exponerse a la intemperie en la
presencia del arco iris, bañarse después de enterrar un muerto, etc. Tenían
terror a la sangre procedente del ciclo menstrual de la mujer, aludían que su
presencia obedecía a la posesión de la mujer por el diablo en cada luna nueva.
En
el aprendizaje para obtener la dignidad de “piache “y/o “chamán”, consumían
mucho ají y poca sal; constantemente se bañaban en infusiones de cocimientos de
plantas; cargaban una mochila con muchas hierbas, como la accederá, ortiga,
limoncillo, tabaco, coca, yagé, arrayan y cortadera. Hierbas que utilizadas más
como amuleto que de brebaje para curar.
Para
la mordedura de serpiente usaban la corteza del árbol denominado “paloculebra”,
que raspaban, lo hervían en agua y se bebía. Para curar la picadura de los
gusanos urticantes, buscaban el gusano, lo mataban, luego le sacan las tripas y
se las untaban en la picadura.
Las
enfermedades más sufridas por los indígenas fueron el pian (erupción), sarna, carate, la lepra y la viruela. Contagios traídos
por los españoles y trasmitidos a los indígenas que se contaminaron y
diezmaron, enfermedades que llegaron en las carabelas, galeones y fragatas invasoras.
La
lepra, que inicialmente la padeció Jiménez de Quesada, quien murió en 1579; y
el presbítero Santibáñez Brochero, en Santa Fe en 1646, se supone que fue
traída y propagada por los conquistadores.
La
enfermedad que más asoló al Nuevo Reino de Granada fue la viruela, que se
presentó en varias temporadas. La primera en 1566, su virulencia ocasionó la
mortalidad del 90% de la población indígena, y las sobrevientas aterrorizados
huyeran a la selva, abandonando las poblaciones fundadas por los españoles. Ante
su malignidad, no servía de nada los tratamientos de médicos, curanderos y
teguas; nada, ni siquiera los ritos religiosos. En 1700 surgió una epidemia,
que causo tan solo en Santa Fe, 700 fallecidos. En 1782, otra infestación de
dos años de duración y una cuarta epidemia en 1801, que diezmó la población de
la capital del virreinato en un considerable porcentaje.
Para
la época, el sabio Mutis aconsejó el aislamiento y practico la inaculación de
la pústula en la piel sana, luego, para 1796, se inventó la vacuna y a principios
del siglo XIX, Jaime Balmis y José Salvaní llegaron de España a dirigir la
expedición de vacuna por el virreinato de la Nueva Granada.
El
paludismo, conocido como malaria (mal aire) o el mal del “chucchu” (palabra
quechua que traduce temblor), causo más mortalidad entre los ibéricos que entre
los indígenas, pues éstos ancestralmente utilizaban el remedio que se hacía de
la corteza de la quina, que molían e ingerían en abundantes y concentradas
infusiones.
DESCUBRIMIENTO DE LA
CURA DEL PALUDISMO.
Par
el año de 1630, enferma de paludismo el corregidor de Loja, de la Audiencia de
Quito, Juan López de Cañizales, un misionero jesuita le da a tomar una
maceración de la corteza que le había obsequiado el cacique de Malacatos, y el
corregidor se curó.
Para
el año de 1638, se ha señalado la leyenda de la Condesa y Virreina Francisca
Henríquez de Rivera, esposa de Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla,
Cuarto Conde de Chin-chón, Virrey del Perú qué según se dice enfermo de
paludismo en Lima, y Juan López de Cañizales, conociendo de la enfermedad de la
Virreina, envío unos trozos de la
corteza del árbol de Quina, que lo había curado a él con especial
recomendaciones de su uso, para que la condesa se salvara si tomaba el nuevo y
secreto remedio indígena. La leyenda de la condesa sirvió para la primera
denominación del nuevo fármaco, que hasta entonces no tenía nombre, pero ya lo
tuvo, y legendario: Los polvos de la
Condesa.
Los
jesuitas no se hicieron esperar, y se interesaron por el nuevo remedio, único
en la época para curar el paludismo y lo introdujeron en Italia en 1642, bajo
la denominación de “Polvos de los
jesuitas”.
Atacado
por el paludismo el Padre Juna de Lugo, se salva con los polvos venidos de
Loja, y en consecuencia le asigna el nombre de “Polvo del Cardenal”.
A
las tres denominaciones populares para la quina, se suma una cuarta, la de los
españoles que loa denominaron “Cascarilla”. El paludismo causo más mortalidad entre los
ibéricos que entre los indígenas pues éstos ancestralmente utilizaban el
remedio que se hacía de la corteza de la quina, que molida y concentrada en infusión
se ingería en abundante proporción.
Fue
en Malacatos, provincia ecuatoriana de Loja, que un indígena revela las
propiedades antipalúdicas de la Quina, que en quechua se denomina Quina-Quina,
doscientos cincuenta años antes de que el bacteriólogo Laverán detectara el
parasito que producía la malaria.
Álvaro
Hernando Camargo Bonilla.
Fuente:
Antonio Martínez Zulaica. La Medicina del siglo XVIII en el Nuevo Reino de
Granada. Publicaciones de la Universidad Pedagógica y tecnología de Colombia.
Tunja Boyacá. Ediciones “La Rana y el Águila. Tunja 1972.
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