GABRIAC EN SU VIAJE POR SUDAMERICA, NUEVA GRANADA, ECUADOR, PERÚ Y BRASIL, CRUZÓ EL PASO O CAMINO DEL QUINDÍO.
Fuente de la Imagen: Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
“Pero fue el Conde Gabriac, ciudadano Galo, quien,
por su alto grado de sensibilidad artística y su agudo sentido de observación,
quien corroboró la especial calidad connatural de los ibaguereños en cuestión
de música
y la bautizó como “Ciudad Musical”.[1]
Crónica del paso del Quindío del diplomático y viajero francés Jean Alexis Cadoine, quien bajo el pseudónimo de Conde de Gabriac, en los años 1866 y 1867, exploró la Nueva Granada. Aventura que plasmó en el libro denominado: “Paseo por Sudamérica, Nueva Granada, Ecuador, Perú, Brasil”, en donde en uno de sus capítulos refiere su travesía por el paso o camino del Quindío, en su paso para Quito.--Viajero explorador, diplomático y agregado de la delegación francesa, conocido como el Conde de Gabriac, realizó un largo viaje por América del Sur.
En su paso por Colombia en el siglo, XIX (1866-1867), cruzó el camino del Quindío y describió sus impresiones en el libro denominado: Promenade à travers l'Amérique du sud: Nouvelle-Grenade (CAMINATA A TRAVÉS SUDAMERICA, NUEVA GRANADA, ECUADOR, PERÚ Y BRASIL)[2], obra ilustrada con mapas, gráficos de paisajes de la época, y la cotidianidad vivida en su viaje. Además, designo a Ibagué con la denominación de “Ciudad Musical”1..
Su tránsito por la Nueva Granada. en Barranquilla, el 1° de agosto de 1866. Navega diez días por el rio Magdalena, desembarca en el punto denominado Caracolí, en el puerto de Honda , al día siguiente, a las once en punto, previa adquisición mulas, monturas y demás arreos necesarios, partió para Bogotá, acompañado por nueve viajeros bogotanos y una cantidad de arrieros y mulas. Advertido por el grito de partida emitido por los arrieros: ¡Vamos! Vamos ¡Adelante!, marchó treinta y cinco leguas, itinerario en que empleo cuatro días, llegando a Bogotá el 13 de agosto de 1866.
En la capital de la Nueva Granada, se entrevistó con el general Tomas Cipriano de Mosquera, quien lo recibió y averiguó de los fines y objetivos de su viaje, seguidamente redactó y le proveyó cartas de recomendación para alcaldes y otros personajes que pudieran servir de referencia y apoyo en el viaje. Inmediato, dispuso los preparativos y suministros necesarios para un mes de viaje, tiempo presupuestado para recorrer de Bogotá a Cartago, a donde tenían calculado llegar el 30 de agosto de 1866.-
Comenzó su marcha el 21, de agosto de 1866, equipado de los suministros necesarios (tiendas de campaña, colchones, mantas, utensilios de cocina y alimentos), provisiones y equipos, conducidos por un arriero en dos mulas de carga, que llevaban nuestras prendas personales, nuestros baúles, bolsos, sábanas, mosquiteros, esteras de junco, hamacas, fusiles, municiones, etc. sobre nuestras monturas calabaza de aguardiente, un diccionario y gramática española, libros de notas, cuadernos de bocetos, fósforos, velas, cigarros, cubiertos, chocolate, vasos, monedas pequeñas, revólveres, puñales, armas, cartuchos abrigos, ponchos de goma y sombrillas.
Provisto de credenciales de la Emperatriz Josefina, que fueran presentadas en Bogotá al Presidente Tomas Cipriano de Mosquera, quien le facilitara ayuda, para emprender la travesía en compañía del Visconde Blin de Bourdon, partieron de Bogotá, el 7 de julio de 1866, rumbo a Ibagué. que para la época, fungiera cómo pequeño poblado, delimitado por un lado por el valle del Magdalena, y la Cordillera llamada Quindío (Quinndioù), lugar de donde emprendió el cruce del Quindío
BOSQUE DE PALMERAS DE TOCHESITO
(Dibujado por M. PARENT, a partir de un boceto de M. le Viscount BLIN DE BOURDON.)
ESCENA
NOCTURNA EN UNA CABAÑA DE CHOLLOS
(Dibujo de M. PARENT, a partir de un boceto de M le Comte DE GABRIAC.)
PUENTE
DE BAMBÚ EN EL VALLE DEL CAUCA
(Dibujado
por M. DARDOIZE, según un boceto de M. le Viscount BLIN DE BOURDON.)
“De vez en cuando, una choza india viene a nuestra vista y uno de sus habitantes nos trae de inmediato una calabaza llena de guarapo, una especie de cerveza hecha con jugo de caña de azúcar semiterminado; era nuestra única distracción. Este licor es agradable, pero la chicha de maíz que se hace más generalmente es mucho menos bueno. Lo peor es que todos usa la misma calabaza, y no puedes rechazarla sin convertir amigos en enemigos.
A penas arribamos, nos fuimos de paseo por Ibagué, linda pequeña ciudad, aislada por un lado por la sabana, y por el otro la cadena principal de la Cordillera que se llama Quindiù (Quinndioù), lugar y que está casi impasable.
Sobre
todo, era importante conseguir mulas para al día siguiente, porque no teníamos
tiempo que perder y los caballos de Bogotá no irían más lejos. Sin embargo,
esta operación es siempre laboriosa en el Nueva Granada; pero en Ibagué, siendo
el viaje del Quindiù, como dijo el General Mosquera muy penoso, para nosotros
es aún más difícil encontrar propietarios que quieren entregar sus animales a
cualquier precio. Estos arrieros se dan el título de dueños de las bestias, y
su fisiología es curiosa de estudiar.
A la una de la tarde nos traen las cinco mulas que habíamos alquilado para la travesía del Quindío y nos vamos inmediatamente nos hundimos en enormes bosques y comenzó el doloroso ascenso del Quindiù que es, como ya he dicho, el paso más difícil de la Cordillera central y el más hermoso de las montañas de Nueva Granada.
Desgraciadamente,
el camino que seguíamos era Muy malo. En efecto, el suelo de Quindiù es espeso
y pegajoso, por lo que retiene el agua indefinidamente y forma un lodo
inconmensurable y eterno, cuyo la reputación se establece en toda América del
Sur
ESCALANDO EL QUINDIU
(Dibujado por M.
PARENT, a partir de un boceto de M. le Viscount BLIN DE BOURDON.)
LA
TRAVESÍA
Lo más importante, conseguir las mulas
para el viaje, porque los caballos de Bogotá, únicamente llegaban hasta Ibagué,
como había dicho, el paso del Quindiù se mostraba muy dificultoso, pero, fue aún
más difícil encontrar propietarios que quieren alquilar sus animales a
cualquier precio.
Los arrieros pretenden ser de
clase económica alta, son dueños de las cabalgaduras, y de los prados donde
pastan sus recuas de acémilas, además, cobran muy caro el alquilar de sus
muladas. Su condición es curiosa, a pesar de su ostentación de potentados
propietarios, caminan descalzos y se atavían con las mismas vestimentas
desordenadas de los arrieros. Los más elegantes se visten el lujo de unos
calzones y una ruana roja, marrón o azul. Todos se ponen de acuerdo para fijar
el precio del alquiler de las acémilas, el cual casi siempre es arbitrario,
pero no es exorbitante en comparación de los que estábamos acostumbrados a
pagar en Europa, el precio varía de 6 a 12 francos por día, (doce horas), por
cada mula, cualquiera que sea el tiempo real de marcha. Los dueños aspiran que marchemos
los más apacible posible para que sus animales no sufran durante el viaje.
Para no perder tiempo, nos
dirigimos al alcalde, quien es el que establece las condiciones de alquiler con
los dueños de las bestias, confiado en la influencia de las cartas del General
Mosquera, decidimos solicitar al alcalde conseguirnos cinco mulas para el día
siguiente en loa mañana, lo cual prometió de inmediato.
Todo el mundo sabía que íbamos a
ingresar en una montaña casi inaccesible, cruzar trechos completamente
deshabitados, donde era fácil tendernos una emboscada, así que no estaba
enojado del prestigio que me dio mi arma y aun todo dependía de mí para
aumentarlo. Blin, al ver el desconcierto de la población de Ibagué, aprovechó
para hacerles creer que había en nuestros baúles revólveres que se dispararon
solos cuando un ladrón lo tocaba, creo que esta idea contribuyo mucho al
respeto de nuestras propiedades.
Durante la jornada tuvimos el
honor de recibir la visita espontánea de las personas más ilustres de la
ciudad, entre otros un profesor que, siendo médico, conocía de manera
imperfecta la geografía.
De hecho, después de haberle
dicho que teníamos la intención de volver a Francia por el Amazonas, respondió
con elegancia: “¡Sí, señores, se van a la Patagonia!” ¡El médico nunca entendió
cómo supuso llegar al Brasil sin rodear el Cabo de Buena Esperanza! ¿Quizás se
refería al Cabo de Hornos?
Desgraciadamente, el camino que
seguíamos era muy malo. En efecto, el suelo de Quindiù es espeso y pegajoso,
por lo que retiene el agua indefinidamente y forma un lodo inconmensurable y
eterno, cuya reputación se establece en toda América del Sur, en ningún otro país
del mundo se encuentra uno así. Durante unas cincuenta leguas, estaremos en un
verdadero pantano que rara vez tiene menos de un pie y medio de profundidad.
Las mulas se hunden
constantemente en él hasta que pecho y no podían salir de él si no se había
tenido cuidado hacer zanjas transversales de metro a metro, que da al camino el
aspecto de una escalera, todo lo cual los escalones serían canales de barro,
pero de gran ventaja de ubicar este lodo y ofrecer límites a los resbalones de
mulas. Durante la temporada de fuertes lluvias, es absolutamente imposible cruzar
el Quindiù; es solo en la llamada estación seca, cuando tuvimos la suerte de encontrar,
que uno lo cruza en seis o siete días.
De repente mi mula dio un tropezón más pronunciado que los otros. Entonces creí que iba a caer en el precipicio cercano, tuve ánimo y me tiraré en la dirección opuesta, en este momento pensando mejor caer en el barro que correr el riesgo de matarme por una segunda tarde. Sin embargo, me sorprendió mucho encontrar que, gracias a mi buena voluntad, estaba todavía a caballo, no pude explicará este milagro. Fue solo mi inmensa espuela que me había servido de paladio hundiendo una pulgada en el vientre de mi pobre mula.
Estábamos así desde la mañana,
cuando por fin llegamos cerca de una pequeña choza en la que entre sin
ceremonia. Tres hermanas vivían allí solas. y en silencio como las criadas de
Las Juntas. Lejos del mundo, no tenían preocupaciones y parecían muy felices. Sólo
se preocupaban por la preparación de sus comidas y esta labor ocupaba todo su
tiempo. una desgrana maíz,
la segunda los tritura entre dos piedras, y la tercera formaba pequeños panes
que luego tostaba sobre un gran fuego colocado en el medio de la habitación.
En Cordillera Central de la Nueva
Granada, siendo su altitud muy considerable, las noches son frías a pesar de la
proximidad del ecuador; también los Chollos mantienen continuamente el fuego,
ellos lo alimentan con tres grandes trozos de madera que se tocan en las puntas
y que se encargan de atizar de vez en cuando. Igualmente, no hay ningún tipo de
chimenea, por lo que se presenta un humo incesante, y para no sufrir demasiado,
uno debe tener cuidado siempre de colocarse lado del viento. Los muebles de la
cabaña donde estábamos pernoctando consistía en un solo tronco de árbol, y su
decoración, un mono y un racimo de plátanos.
Las mujeres nos ofrecieron algunos de estos frutos y un pan de maíz, que habría formado toda nuestra cena, sin las pastillas de caldo que teníamos la precaución de tomar de Francia. Mientras Fernando tendía nuestras hamacas, nosotros conversábamos con nuestras camareras.
Además de las bonitas palmitas de las que acabo de hablar, de elegantes helechos arborescentes de ocho a diez metros de altura se encuentran en todos los lados. El Quindiù, es, creo, el único lugar en la tierra donde hay tan hermosos helechos. Estos helechos tienen la forma general de palmeras, pero su follaje, de una ligereza admirable, se asemeja al encaje más fino. También encontramos en esta sección de la Cordillera un arbusto enteramente morado que hace el efecto de un enorme ramo de flores, pero él menos golpeado que el cámbulo escarlata de la cordillera oriental, aunque desde el punto de vista del arte sus follajes tienen colores más armoniosos.
Hacia la puesta del sol, pasamos
por una hermosa cascada que tratamos de dibujar, pero ¿Qué pincel podría dar la
idea? ¿Qué cuellos les devolvería las sombras de estas flores inclinadas sobre nuestras
cabezas? ¿Cómo representar estas lianas, estas plantas, escaladores corriendo
en todas direcciones, agitados por el aliento de la brisa, y estos ligeros
vapores refractando los destellos del arco iris? ¿Cómo concebir lo genial que
se experimenta cuando, después de un doloroso día de viaje, bajo un sol
tropical, de repente llegamos al borde de un riachuelo claro, amenizado por el
suave murmullo del blanco de la cascada? La música por sí sola puede producir
lo mismo que las huellas dactilares. Escuche la Sinfónica Pastoral de Beethoven
o el sueño de una noche de verano de Mendelssohn, y habréis oído mi truco.
Por la noche, nos detenemos en una pequeña cabaña. situado al borde de un torrente. Desde las montañas boscosas nosotros miramos los alrededores por todos lados, y en la medida de lo posible mirando hacia abajo, solo vemos enormes bosques Es un espectáculo completamente nuevo para los europeos, gente acostumbrada a ver altas montañas cubiertas de nieve. Los Alpes, los Pirineos, el Atlas, el Líbano, el Tauro, son pintorescas, pero áridas y salvajes; nosotros no nos cansamos de contemplar este magnífico panorama, donde lo elegante se combina con lo grandioso.
Al comienzo de nuestro viaje a
Nueva Granada, constantemente nos jactábamos de la Sabana de Bogotá y el Valle
del Cauca, mientras sólo hablábamos en deshonrar el magnífico Quindiù. Estos granadinos,
nativos descuidando el lado artístico, sólo se preocuparon por el valor
territorial de su país, y solo ven en el Quindiù el mal estado de sus caminos y
la gran y dificultad de camino de lodo. Seguramente el camino que ellos han
dicho es horrible, pero solo tienes que admirar, ver por todas partes nuevas
maravillas, tantas y tan notables que no podemos enumerarlos sin ser censuradas
de exageración. De hecho, lo que venimos ver sería sólo el preludio de lo que
nos esperaba.
El valle de Totchesito, al que pronto llegamos, reservaba para nosotros pinturas aún más espléndidas. Los, todas las plantas que acabo de mencionar dan paso a una innumerable cantidad de palmas de cera, notable por la colosal altura de sus estípites y la resina de un blanco nacarado con el que están cubiertos. Estos árboles se aprestan unos contra el otro, que aplastan las plantas vecinas y es imposible despejar un camino entre ellos, incluso con un hacha en la mano, como en las otras partes de la selva virgen. También, aunque teníamos un fuerte deseo de ir de caza de tigres, que son numerosos en este lugar, tuvimos que renunciar a esta acción y recurrir a monos y pavas, de las cuales matamos muchos sin salir del camino. El Quindiù varía como un caleidoscopio sus fantásticos efectos. A pocas leguas de Totchesito, la selva adquiere un tono diferente. Hay árboles centenarios, que datan de la prehistoria del mundo, se extienden majestuosamente sus ramas cubiertas de líquenes, musgos y rojas orquídeas Todo está lleno de vegetación y hasta el camino que seguimos, ejecutado a golpes de machete, se cierra rápidamente detrás de ti. Vimos lianas por todos lados blancas y flexibles, adornadas de árbol en árbol o estiradas como las cuerdas de un barco. Unos pocas soportan parásitos leves o se entrelazan con plantas trepadoras y así forman adornos de encantadora elegancia.
En el momento de nuestra travesía el cielo estaba despejado y en el suelo del camino brillaban ojos de luz del sol, que se filtraba por las hojas de los árboles. Las mariposas de terciopelo negro o azul iluminaban esta imagen y pájaros de todos los colores revoleteaban sin miedo saltando justo debajo de nuestros pies, pinchando flores o gorjeando sus canciones de amor. aquí hay más varios tweets que anoté para probar que las aves del Nuevo Mundo reúnen el encanto de ramaje a la belleza del plumaje. Su voz es general, justo, fuerte y armonioso, pero todavía melancólico. Pobres pequeños seres, ¿serían infelices? La última de estas tonadas es la que hacen los gallos del Tochecito. Creo que es único en su clase y bastante digno de ser reproducido aquí, aunque no sea nada agradable.-
Sin embargo, todavía no estábamos en la cima de la Cordillera Central. Cansado de ver que cruzábamos constantemente subidas cada vez más empinadas sin llegar a la cumbre, muchas veces le preguntábamos a nuestros guías: "Es aquí la montaña definitiva? Pero ellos siempre respondían: No, señores, todavía no, ¡pero pronto! …¡Un día finalmente, el camino se volvió tan atroz que nos llena de esperanza! porque las cosas son excesivas corta duración. Los abrevaderos de barro de que he hablado, habiendo más separación, se convirtieron en piscinas de más de una metro de profundidad, en medio del cual temíamos a veces para ahogarnos.
Los árboles caídos de los lados del camino bloquearon el paso, de modo que en cada paso teníamos que desmontar de las mulas y pasar por encima o por debajo tirando, excitando y fustigando las mulas recalcitrantes, librándonos de las ramas que como flechas tendidos nos cegaban constantemente y a veces nos golpeaban con fuerza. Se suben viejos troncos lo suficientemente altos como para golpearnos las rodillas, y las zarzas nos arañaban por todos lados. Nuestras ropas estaban hechos jirones, nuestros cuerpos en sangre, y nosotros solo defendíamos nuestra cara cubriéndola con de nuestros sombreros de paja como escudos. Además, era de esperar que cayera en cualquier minuto, para tomar una decisión con valentía y pensar sólo en hacerlo en las mejores condiciones posibles. También yo pensaba a cada paso: Aquí me voy a resbalar, eso es seguro, pero me tiraré sobre este montón de lodo que me parece cómodo. Allí, mi mula tiene muchas posibilidades de romperse las patas delanteras, pero tendré cuidado de agacharme con mesura hacia atrás y sentarse con mesura en su grupa, etc. En los claros más pequeños a través del bosque siempre descubríamos vistas de pebres, pero cada día las comprábamos más caras está mintiendo. Finalmente, cuando llegamos a la cima, todavía tenía que cruzar un lugar casi intransitable.
CORNISA QUINDIU
(Dibujado por M. PARENT, a partir de un boceto de M. le Viscount BLIN DE BOURDON.)
Llegados a este famoso paso,
nuestros arrieros descargaron las mulas; entonces, después de tenerlos todos
descargadas y desensilladas, los condujeron por un desvió donde tenían que
cruzar pantanos nadando.
Durante este tiempo llegamos, no sin dificultad, a una roca escarpada tan empinada que había sido imposible escalarla sin hacer el más mínimo corte. Algunas huellas del paso de los indios, solo nos permitía poner los pies y avanzar, aferrados a las cepas de árboles que colgaba sobre nuestras cabezas. Pero, una vez desde el otro lado, no todo estaba terminado, se trataba de y transportar también nuestros baúles. Para ello, Fernando amarró uno a uno a una cuerda que tiró del otro extremo, para permitirnos cogerlo en caso de caída; luego lo cargó en sus hombros y caminaba como un equilibrista. Su equipo nos pareció muy problemático, me quedé contra la roca levantando los brazos, para fijar los pies y evitar que me resbalara, mientras estaba apoyado. Blin que, colocado abajo en un suelo más sólido, se apoyó en mí de la misma manera.- Repetimos esta operación varias veces, demasiado feliz de no tener lluvias, porque que habría hecho aún más difícil. Todo nuestro equipaje fue traído sucesivamente de esta manera. Es in concebible que el gobierno no se moleste en hacer trabajos para mejorar este lugar del camino. Unas cuantas minas que nosotros jugaría al menos produciría algunas grietas lo que facilitaría mucho el paso. Afortunadamente, no nos pasó ningún accidente, y pronto llegamos la cumbre del Quindiù.
Esta última parte de montaña, se
evidencia una gran cantidad de cruces, que, como ofrenda, colocan en el punto
culminante los cargueros. A partir de
ahí, disfrutamos de una un día espléndido, y la Cordillera se extendía por todos
lados en tal manera, que sus cimas onduladas semejan de las olas del mar. Mientras
admirábamos este panorama, la tormenta tronaba, con velocidad pasaban por
nuestros pies pequeñas nubes blancas sin elevarse hasta nosotros.
La ladera de la montaña a la que
acabábamos de escalar tiene una apariencia completamente diferente. El camino
se presenta excelente, su pendiente es suave, igual, la diferencia de los
bosques del lado de Ibagué, aquí toman un aspecto más alegre y más elegante. Parece
que la naturaleza descansó allí de un cataclismo colosal. No teníamos por qué
quejarnos de esta transformación, pues después de cinco días de viaje llevando
una vida muy difícil, las chozas en las que nos detuvimos eran de cada vez más
miserables y sufrimos mucho de hambre.
Así son generalmente como van las
cosas. Al llegar a la puerta de cada cabaña, preguntábamos si querían vendernos
huevos (la única comida que es posible conseguir en este país): "Ay huevos?
pero la respuesta estaba invariablemente en todas partes: “¡No, ay! Contestaban con pachorra y mentira india. Desesperados irrumpimos en
las chozas y asaltamos todo hasta que tuviéramos que encontrar a allí. Casi
siempre acabamos descubriendo un suministro de huevos escondidos en algún
agujero, y, no teniendo nada más, nos tragamos unos quince entre nosotros, pero
sin pan, sin sal, y muchas veces enteramente crudo, nos vimos obligados a salir
antes cortamos leños para encender el fuego.
En las cabañas, el más rico tiene una colgada cerca al fogón una sarta de carne seca, colgada, eso nos parecían asquerosos e indescriptible, nos inspiró una repugnancia que nuestro apetito por días no pudimos superar. Fundamentalmente, los Chollos son naturalmente hospitalarios, ofrecen su sucias sus habitaciones a los viajeros, y si no lo hacen no es por lo poco que tienen, es por necesidad de ocuparlas sus propias familias. La mayoría, se precisa decir, que han sido molestados en todo momento por los españoles y los oficiales se llevaban todo y no pagaron nada. Es por esto último que hoy los indios muestran tan poco afán por la presencia de extraños
En las Cordilleras las noches son frías y como no hay camas en ninguna parte, solo la hamacas, que son esencialmente frescas por su naturaleza, viéndonos obligados a ir a la cama completamente vestidos, un ejercicio que a menudo, acaba por volverse muy fatigoso. Además, las paredes de las chozas están compuestas simplemente por un armazón de cañas y palos, que permite el paso del viento continuamente, y los techos, construidos con unas hojas de palmeras, que no lograban que la lluvia se filtrara por todos lados. Una tarde, después de tomar sentados en nuestros baúles, un de esas comidas ligeras que acabo de mencionar, Fernando extendía nuestras hamacas entre varias otras que pertenecen a los chollos, negros, arrieros, mujeres, niños, indios y cazadores, y que se cruzan alrededor, formaron un laberinto inextricable entre nosotros. En verdad, esta instalación carecía de clase social, presentando algunas desventajas. Por nombrar solo una: yo me encontré colocado en forma horizontal, en un desván donde dormía el padre tullido de esa comunidad. Al principio de la noche todo fue bien; pero tan pronto como me entregué al sueño, sentí una precipitación polvo e insectos de todo tipo cayendo sobre mí y entrando en mis ojos. Cada vez que el el anciano se daba la vuelta, la estera de caña que le servía de cama dejaba salir chorros de basura, con el riesgo de cegarme y envenenarme. Ante la imposibilidad de mover mi hamaca en el medio de la oscuridad, decidí abrir mi paraguas, gracias a lo cual pude amanecer el día sin siguiente sin mayores inconvenientes.
Entre la fastuosidad de la vertiente occidental de Quindiù, lo que más nos impactó fue un inmenso bosque compuesto exclusivamente de bambú. Yo tengo la experiencia de viaje de unas cuarenta mil leguas durante quince años y nunca he visto nada tan variado ni tan espléndido como la montaña que atravesábamos. Nuestra excursión no podía terminar mejor que por esta admirable avenida de bambú que se desplegaba ante nuestros ojos. Estos arbustos crecen muy juntos, se elevan esbeltos, e inclinan levemente sus penachos por el efecto del viento. Destacan sus suaves copos verdes armoniosamente contra el fondo oscuro de la vegetación tropical. El sauce llorón no daría nada a los europeos sólo una vaga idea, porque su tallo es macizo y el grueso de sus hojas caen al suelo, mientras que el bambú fino como un junco, vuela rápido y se mezcla con el azul del cielo, así como una elegante nubecita.
Nos prometimos llegar a Cartago el 30 de agosto,
por lo que ese día tomamos íbamos camino de madrugada. Desafortunadamente,
después de caminar hasta la una de la tarde sin parar, llegamos a la Rio de la Vieja.
Sin embargo, el paso de un río es siempre una operación difícil en la Nueva Granada,
y de noche se hace casi imposible. Los barqueros, son gente insoportable en
todos los países, el barquero, dijo que, hacia su trabajo de vadear el río,
solo acosado por nuestra necesidad. Pronto la noche nos invade por completo, porque
bajo estas latitudes la perpendicularidad de la eclíptica elimina el
crepúsculo.
A pesar de esto, y aunque muy
cansados, resolvimos hacer las tres horas de caminata que al parecer nos llevaría
a Cartago. Nuestros guías y arrieros afirmaban que era imposible; pero como teníamos
lo razones para suponer que tenían mal voluntad, los obligamos a caminar y nos
fuimos sin tomar una sola comida y sin siquiera escuchar sus razones
No podíamos mostrar más perseverancia, pero el destino no hizo ningún caso de nuestra determinación. Fernando estaba en connivencia con los arrieros, y nos llevó intencionadamente a callejones sin salida, o él tomaba caminos equivocados, o estos eran realmente intransitables, el hecho es que cada paso presentaba una nueva dificultad; — el camino era estrecho, las ramas numerosas, las zarzas nos rasgaban las piernas, — y en estas tierras calientes y húmedas, las serpientes eran numerosas y podían mordernos con mucha facilidad, ya que a menudo nos veíamos obligados a poner los pies en el suelo para arrastrar nuestras mulas por la brida. Además, bajo los árboles altos que nos rodeaban, la noche se había vuelto completamente oscura, por lo que no sabíamos por dónde caminar.
De repente nos encontramos en una roca húmeda, oblicua y resbaladiza, y
suspendida en el borde del Rio Vieja*! Fue
sólo arrastrándonos a cuatro patas que fuimos capaces de cruzar esta
cornisa; en cuanto a nuestras bestias, se negaron absolutamente a dar un solo
paso, y Fernando, que caminaba en el reconocimiento, gritó que el camino era
aún peor más adelante. Finalmente, pensando que a este ritmo nunca
llegaríamos antes de la luz del día y que correríamos el riesgo de perdernos en
el bosque, perdimos animo por completo. Tuvimos que retirarnos y pedir
hospitalidad en la cabañita del barquero, que nos ofreció un pedazo de pescado
seco de única consolación. En cambio, al día
siguiente estábamos de pie con el sol.
Después de haber atravesado muchas heliconias entrelazadas
con palmeras espinosas que nos despedazaban, llegamos a Cartago*, una
gran aldea de poca importancia, pero muy bien ubicada a orillas del Rio Vieja*
y rodeada de bosquecitos de latanias (2), cañas salvajes y cabuyas
rojos (3). En estos hermosos países, la naturaleza lo hace
todo para el hombre, y eso es afortunado para las miserables razas de América
del Sur, que, de otra manera, se morirían de hambre.
Aparte de los frutos de todo tipo que ya he mencionado, aparte de las verduras como la yuca, la mandioca, la papa y el cará*(4), que crecen casi espontáneamente, mencionaré las palmeras como ejemplo de la prodigiosa riqueza de estas tierras. Hay alrededor de trescientas especies diferentes de palmeras y la mayoría de ellas son o pueden ser útiles para el hombre. Los principales son: la palma de bosque cuyas hojas se usan para hacer techos, y los estípites para hacer lanzas, arcos, etc... La latania (2), del que se hacen las cuerdas y los sombreros. El árbol del coco, que produce coco. La palmera datilera, que produce dátiles. El palmito, cuya parte superior es tan delicada y tan agradable de comer. La palma de cera, que deja salir esta sustancia de su corteza. Por último, la palma de mantequilla (5), cuya sabrosa pulpa se parece tanto a la mantequilla de vaca que es muy difícil distinguir una de otra. ¿No es admirable ver tanta variedad de producción en un solo árbol que crece sin cultivar? La palma de cera es, como dije, la más elegante y alta, pero la palma de mantequilla es la más rica y hermosa. Su cabeza, abundantemente provista de hermosas hojas verdes, forma una esfera muy regular. Por lo tanto, es, en comparación con otras plantas de la misma especie, como una rosa doble junto a las rosas del campo. Los alrededores de Carthago están cubiertos de ella.
Por otro lado, no hay nada que ver en
la ciudad, que se ubica entre las Cordilleras Central y Occidental, y que también
se encuentra aislada del mar y de Bogotá. No tiene ningún recurso, y por la
noche sólo se puede caminar cuando hay luna, porque las linternas aún no han
llegado hasta allí. Viendo el estado de las cosas, sólo usamos nuestras cartas
de recomendación para conseguir mulas lo antes posible. Después de varias idas
y venidas, finalmente encontramos las adecuadas, y nos prometieron traerlas al
día siguiente a las cinco de la mañana. Por supuesto no llegaron hasta las once
de la mañana, y como sólo tenían seis horas de retraso, lo que es poco en Nueva
Granada, pensábamos añadir una propina al precio acordado, cuando el arriero
vino a reclamarnos cuarenta y cuatro piastras en lugar de treinta, precio ya
exorbitante por dos días, sobre todo en la llanura. Así que despedimos al
ladrón y pasamos el día hablando con todos los dueños de las bestias* de
la ciudad y sus alrededores, pero se acordaban entre ellos como ratones de
feria y se apoyaban mutuamente en sus nuevas reclamaciones.
Hubiéramos querido salir a pie para
desconcertarlos, pero nuestro equipaje nos lo impidió, y nos vimos obligados a
concluir el trato con el menos exigente. Todo esto nos llevó hasta las siete de
la tarde, y luego, los horribles dueños* trataron de obstaculizar
nuestra salida, con el pretexto de que la hora era demasiado tarde; pero ya que
teníamos nuestras bestias nos pusimos en marcha, abriéndonos el camino a latigazos.
Sin embargo, esta ejecución se llevó a
cabo sin ninguna ayuda de Fernando, que siempre se inclinaba por tomar partido en
contra de nosotros, con el fin de preservar sus amistades en las diversas regiones
por donde pasábamos, que él tendría que seguir recorriendo toda su vida. Pero
ese día le hablamos con tanta severidad del tema que no quiso volver a hacerlo.
En Cartago nos habían advertido que la
carretera era frecuentada por bandidos muy peligrosos y que no era prudente
aventurarse a salir de noche. Así que, al salir del pueblo, armamos nuestros
revólveres y nos pusimos a la defensiva, listos para enfrentar todas las
eventualidades. Incluso admito que no nos hubiéramos enfadado si hubiéramos
tenido una pequeña aventura con ladrones, pero por desgracia todo ocurrió tan
regularmente como el paseo de los estudiantes de la Inmaculada Concepción, y cerca
de las dos de la mañana nos fuimos a dormir a una vieja hacienda*,
arruinada desde la emancipación de los negros. Los hijos de los hacendados de
esta propiedad, vivían vegetando allí miserablemente, ignorando hasta el nombre
de sus padres.
Este es el destino de todas las haciendas*
de Nueva Granada, y también será el destino de las fazendas*(6) de
Brasil, el día en que, bajo alguna influencia, los negros lograran conquistar
su libertad.
Al día siguiente, salimos al amanecer
y se apretaron nuestros corazones al cruzar los campos, que rodeaban esta casa
en ruinas y que se habían vuelto salvajes y sin cultivar; esos mismos que en el pasado
estuvieron cubiertos de ricas cosechas de café, algodón y caña de azúcar.
Un ramo de bambú colocado como adorno en el centro del jardín atestiguaba su
antiguo esplendor, así como una joya en una momia negra.
(1) Cámbulo: Erythrina poeppigiana conocido como bucare
ceibo, cámbulo, písamo, poró y cachingo.
(2) ¿El autor llama a una planta “latanier” literalmente “latania”, que es una
palma originaria de la isla de Reunión, y que tal vez sería en realidad la
palma cica?
(3)“rouge cabuyas” en el texto original: podría ser una mala ortografía del
autor que querría decir “cabuya” un sinónimo de “fique”, pero no sabría
explicar porque “rojos”.
(4) En Colombia el cará se conoce como ñame.
(5) El autor llama “palmier à beurre” literalmente “palma de mantequilla” lo
que parece ser la palma de aceite.
(6) Fazenda : Hacienda en brasileño.
Extracto “Promenade à travers l’Amérique du Sud” del Cte de Gabriac (p.80 – p.98)
Traducción Mathieu Barreau
Revisión Milena Bautista
[1] GACETA DEL CONGRESO 318 viernes 11 de
agosto de 2000 Página 7
[2] PARÍS. VALLE DE LA IMPRENTA, 15, RUE BREDA, llave
DESDE GABRICA. LIBRO DECORADO CON VEINTE Y UNO GRABADOS EN MADERA Y DOS MAPAS
GEOGRÁFICOS. PARÍS MICHEL LEVY HERMANOS, LIBREROS EDITORES CALLE VIVIENNE, 2
BIS Y EN LA NUEVA LIBRERÍA, 15, BOULEVARD DES ITALIENS. 1868.
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