domingo, 31 de julio de 2022

NARRACIÓN DE JUAN DE DIOS RESTREPO RAMOS (EMIRO KASTOS), DE SU PASO POR EL CAMINO DEL QUINDIO.

JUAN DE DIOS RESTREPO RAMOS (EMIRO KASTOS) 
Y SU PASO POR EL CAMINO DEL QUINDIO. 

Nació en Amagá Antioquia, en el año de 1825 y murió en Ibagué, 1884. Fueron sus padres Don Francisco María Restrepo y Doña Beatriz Ramos. Se dedicó a la agricultura, comercio e industria, labores ejercidas sin mayor éxito. Su niñez y primeros años de juventud los vivió en Medellín y en Santafé de Antioquia. En 1840 empezó a estudiar Derecho en Bogotá y fue alumno de Ezequiel Rojas y Florentino González, además, avezado lector y escritor de diferentes temas, que publicaron los periódicos: El Neogranadino, El Tiempo, de Bogotá, y El Pueblo, de Medellín, suscritos con el seudónimo Emiro Kastos. 

Sus escritos recopilados y publicados en 1859 y 1885, en Bogotá y Londres, respectivamente, con el nombre de Artículos de costumbres. Juan Fonnegra realizó una compilación de artículos de escritores colombianos, que se imprimió en Londres, el 4 de junio del año de 1885, donde narra las impresiones de su viaje al Cauca, itinerario que comenzó en Ibagué, iniciando su relato con la siguiente expresión: “Ibagué es un rincón del mundo, de donde se sale con pena y al cual se vuelve siempre con placer.” Veamos la trascripción de su travesía. 

Una de sus crónicas que denominó: Impresiones de un viaje al Cauca, fundamentada en el itinerario de viaje que comenzó en Ibagué, y la describe como una agradable población ubicada al pie de de la montaña del Quindío, a donde los antioqueños estaban emigrando dedicándose a apertura fincas, cría cerdos, y al cultivo de caña de azúcar para la elaboración de panela, y a la minería de oro.

En su Viaje por el camino del Quindío lo describe como una ruta de horror, infestada de todo tipo de fieras salvajes, abismos, hoyos, rodaderos, fangales y derrumbes.  Inició el camino atravesando el río Combeima por un novísimo e imponerte puente de hierro, lugar en donde encontró una recua arriera que llevaba objetos telegráficos del gobierno, y procedentes de Barranquilla, y que, de Bogotá, se trasportaban a Cali y Buenaventura alomo de mula.

Al pesar de la reseña aterradora del camino, también describe las compensaciones que ofrecía a los viajeros, en especial, a los lugareños de la montaña, a quienes la vida de las selvas los seducía.

Para emprender la travesía se dependía de la logística dispensada por silleros, cargueros, lichigueros, petaqueros y baquianos Ibaguereños, quienes conocían de memoria palmo a palmo la montaña. Estos personajes seducían a los que contrataban sus servicios, por su formalidad, y honradez. Todos ellos, demostrados arrieros y caminantes famosos, graciosos y joviales, quienes animaban a sus clientes narrando mitos y leyendas durante el viaje, historias como las embestidas de animales salvajes, y las fantasmagóricas apariciones de espíritus, espantos, además, y todos sucesos presentados en los temibles desfiladeros por donde se rodaban los bueyes y las mulas con sus cargas.

Se vadeaban torrentosos, pedregosos y raudos arroyos, en donde no se podían descuidar, pues esas raudas corrientes les podía arrebatar sus vidas y los animales de carga. Estas contingencias se superaban y de nuevo se emprendía la marcha franqueando colinas, laderas, hondonadas, saltos, fangales y matorrales que dificultaban la marcha, y hacían penosísimo el tránsito, especialmente en las épocas de lluvias, en que se transitaba por enormes lodazales, antes de alcanzar el culmen del Boquerón de la montaña del Quindío,

Todas esas vicisitudes se compensaban con el disfrute de sus afamadas, frescura inolvidables aguas de delicioso sabor y frescura, las fuentes termales, la pureza del aire que se respiraba, y la vista de una maravillosa flora compuesta por infinidad de plantas, palmeras, orquídeas y parásitas, que adornaban la ruta semejando inolvidables pensiles sostenidos por la enmarañada selva, y en el medio del sendero, una alameda circundada de árboles de sietecueros que con sus flores violáceas y fucsias semejaban un gigante florero, adornado por la  presencia de los maravillosos e inmensos palmares que se divisaban a partir del tambo de Cruces, lugar de pernoctada en donde se descansaba y se sentía gran alivio de haber salido sano y salvo del ajetreo del camino. Hazaña que se celebraba libando un reparador, trago de brandi, y fumando un cigarro, antes de conciliar el sueño en una cama bien tendida y abrigada, luego de degustar de una cena confortable.

Luego de la cena, antes de conciliar el sueño, se sentaban en el corredor del tambo, a disfrutaba de la presencia de las esbeltas palmas de cera y enormes árboles de sietecueros (flor de mayo), siluetas que contrastaban con el firmamento tachonado de fulgurantes estrellas que se exhibían en el firmamento; nubes blancas revoloteaban en el espacio formando figuras caprichosas. La luz de luna se desplegaba a través de las palmeras delineando sobre el suelo figuras ilusorias, y a lo lejos el murmullo de los arroyos y mil sonidos más que semejaban como si la misteriosa naturaleza respiraba.

Visones fantasmagóricas que llevaban a fantasía y cavilaciones extrañas, sintiendo que no se tenía familia ni patria, que no pertenecían a ninguna civilización, ni sociedad, y que sólo conformaban una fracción, una partícula del universo, y que se sumergían en la selvática heredad, como el animal, el árbol, la césped y la flor; agudización que se interrumpía solo a causa de estruendo derivado por la caída de los árboles que los excitaban y volvían a la realidad de gélido frio de la cordillera, y que aliviaban con una copa de brandi.

Restrepo, narra sobre el asentamiento de antioqueños en la montaña del Quindío; al respecto, manifestaba lo siguiente: “el antioqueño y las montañas son consustanciales, se buscan y se completan”.

Los antioqueños reverenciaban las montañas proveídas de selva; en busca de éstas, emigraron por miles al Cauca y Tolima. Especialmente a lugares donde sabían de la existencia minas, tierras fértiles, a donde partían en multitudes, viajando los hombres a pie, las mujeres en mulas, y los niños llevados en canastos cargados por bueyes.

Emigraron de Antioquía a causa de que las tierras antioqueñas se tornaron un poco improductivas, lo que fundamentaban en la expresión: “las tierras están cansadas”; asimismo, otra causa de la inmigración la concebía el alto número de habitantes e que ya no cabían en Antioquia.

Animados e impetuosos, no se resignaban a este estado de cosas; huían de la pobreza, buscando mejorar su condición. Profundamente católicos, amantes al trabajo, y reacios otros credos religiosos, se levantaban temprano a buscar el sustento para sus numerosas familias Antes de amanecer estaban en pie moliendo el maíz para elaborar arepas, cocinado la mazamorra y los frisoles.

Se ubicaron en faldas, hondonadas, y riscos, en donde construían sus chozas provistas de cultivos de maíz, frisoles, y enormes calabazas llamadas “vitorias”; que mezcladas con panela y leche constituía un alimento agradable; además, forraje abundante para la criar vacas y cerdos.

Restrepo estima que, para la época de 1886 en la ladera Oriental de la montaña del Quindío, se avecindaron unos 3,000 antioqueños que se ubicaron en las montañas y márgenes de río Coello y el Anaime. Al otro lado de la cordillera, en la ladera Occidental, territorio del del Cauca, otros 3,000, en el encantador valle de Boquía, y a dos leguas adelante el pueblo de Filandia. Territorios llenos de corrientes cristalinas, praderas verdes, tranquilidad, y belleza, que provocó abandonar el peregrinaje, y afincó el espíritu errante del antioqueño.

 TRASCRIPCIÓN

Salimos de Ibagué el día no recordamos: las fechas no son nuestro fuerte, ni sabemos para qué sirvan. Si se perdieran todos los calendarios, y se confundieran las fechas y el curso del tiempo, habría dos gremios felices: los que debemos plata a los ingleses y a los bancos, y las mujeres: todas se declararían nuevecitas, ninguna pasaría de veinticinco años. Ibagué es un distrito inmenso: tiene a retaguardia el infinito del Quindío, que se está llenando de población antioqueña; ésta pone dehesas y cría cerdos en grande escala, inunda con ellos los mercados del Magdalena y los lleva hasta La Mesa y Bogotá. 

Su producción de panela y azúcar es importante, abundantes y vigorosos filones de minas de oro. La salida de Ibagué para el Quindío es de lo más pintoresco. Se baja de la planicie en que está la ciudad al Combeima, se pasa el río por un elegante puente de hierro. 

El Quindío como vía, como camino nacional es una cosa sin nombre. Dicen que Bolívar nombró una vez al General Murgueitio gobernador del Chocó y este describió el camino así: Una ruta de horror, esa huella de dantas, de continuos saltos, hoyos, rodaderos, fangales y diabluras que llaman camino del Quindío. De treinta años para acá, el abandono de esa vía, habiendo allende el Quindío 500,000 habitantes y la mitad en territorio de la República, los gobiernos liberales han visto esa importante vía con indiferencia criminal; y siendo un camino muy bien trazado, la mayor parte por terreno firme, con siquiera rozarlo y ponerlo al sol, con poco gasto y pequeño esfuerzo, la muy corta distancia entre Ibagué y Cartago se reduciría a tres pequeñas jornadas cómodas y agradables. 

Pasando el Combeima encontramos un cargamento de útiles telegráficos que el gobierno enviaba de Bogotá para el Cauca. Todos los días vernos pasar por Ibagué cargamentos de aisladores y de ácidos en vía para el Cauca, que de Barranquilla han ido a Bogotá, y de ésta al Cauca, hasta Cali y Buenaventura, atravesando a lomo de mula media República y cuadruplicando los gastos. 

El solo sentido común indica que los útiles telegráficos para el Cauca deben introducirse por Buenaventura. El Quindío, a pesar de ser un camino horrible, ofrece compensaciones para nosotros que somos hijos de la montaña, y para quienes la vida de los bosques tiene mucho atractivo. 

El Quindío no puede atravesarse sino con peones Ibaguereños, que conocen la montaña á palmos, formales, buenos arrieros y caminadores insignes. Nos tocó uno famoso, provisto de todas estas cualidades, y por añadidura decidor y divertido. Contaba cuentos de cacerías de dantas, aventuras con tigres, y aun nos dijo que una noche se había sentado sobre un espanto. Cada rato encontrábamos rodaderos de animales, y en un punto donde había dos juntos nos dijo: -Por aquí se rodaron dos bueyes con la carga. -Pero, hombre, si hemos oído decir que los bueyes no ruedan. -Los médicos también se mueren, señor, pero el buey rueda con más talento, no se desnuca fácil como la mula. En un contadero-puntos claros y llanos donde se componen las cargas-nos dijo, después de quedar satisfecho del arreglo de las petacas: - El hombre necesita trajinarse; hay algunos que llegan a viejos y no saben echar una encomienda. 

Hasta el ladrón necesita trajín, y si no que no se meta en el oficio. Para robar se necesita ser muy malicioso. El verdadero Quindío, solemne y majestuoso, comienza en la segunda jornada, en Toche. De allí para adelante es donde se encuentran esas aguas de frescura y sabor inolvidables, esa atmósfera oxigenada que se aspira con delicia, y esa flora maravillosa de donde se han sacado para exportar millares de parásitas, que adornan los jardines de Europa. El vallecito de Toche se atraviesa entre una alameda de árboles de flor de mayo, que no dejan ver hojas sino un mosaico de vivos y delicados colores. 

El paso del río Toche, donde con cuatro reales puede hacerse un puente, es hoy un torrente rápido y pedregoso, tanto que arrebato el macho de nuestro equipaje, y fue milagro que se salvara. De este valle se emprende la subida al páramo del Quindío por faldas y contrafuertes, y por camino muy bien trazado; pero como hace muchos años no se da allí un barretonazo, ni se abre un desagüe, ni se corta una rama, la combinación de hoyos, saltos, fangales y malezas que se enredan con el viajero hacen penosísimo el tránsito. Á veces en invierno en medio de esos lodazales se apodera del viajero una especie de vértigo, y lo mejor es acudir al recatón antioqueño, echarse dos tragos seguidos de cualquier licor, y entonces como por encanto se anima la mula, desaparecen los peligros, y el viajero pasa fácil y ligero sobre esos barrizales, como Moisés sobre el mar Rojo. Quién sabe si este denodado patriarca. antes de echarse sobre las aguas, no apelaría también al recatón antioqueño. 

Por en medio de inmensas y majestuosas palmeras llegamos a la posada de las Cruces, ya sobre la cordillera. Después de completada la jornada tuvimos que residenciar nuestra humanidad, a ver si teníamos los ojos, las orejas y los huesos completos y en su lugar. Siéntese un gran bienestar como el del que sale sano y vencedor de una batalla; se toma el trago constitucional de brandi reparador, se enciende el cigarro, y viendo tendida una cama blanda y abrigada y una cena medianamente confortable, humedecida con media botella de bordeaux, vengan trabajos. Molidos y asendereados se nos espantó el sueño; nos sentamos avanzada la noche en el corredor de la casa. 

Teníamos por delante altísimas palmeras inmóviles y un enorme árbol de flor de mayo. El cielo estaba tachonado de esas pálidas estrellas que se ven en las grandes alturas; nubes blancas revoloteaban en el espacio formando grupos caprichosos y círculos concéntricos. La luna al través de las palmeras derramaba sobre el suelo claridades y figuras fantásticas. Nada más solemne; a lo lejos se oía el rumor de los torrentes y esos mil ruidos vagos que son de noche como la respiración misteriosa de la naturaleza. 

De repente sentimos cierta somnolencia, y nuestra fantasía se entregó a las cavilaciones más extrañas: parecíamos que no teníamos familia ni patria, que no pertenecíamos a ninguna civilización, ni ningún agrupamiento humano; que no formábamos parte de esos seres orgullosos, impotentes y miserables que se llaman hombres, que carecíamos de personalidad, y que sólo éramos un fragmento, un átomo de la naturaleza universal, que, como una madre a su hijo, nos llamaba a su seno con poderosas fascinaciones. Y sentimos un inmenso deseo de acabar, de sumergirnos, de perdernos en el gran todo, como el animal, el árbol, la planta y la flor. El ruido de un árbol caído nos despertó; hacía un frío glacial; antes de acostarnos nos calentamos con una copa de brandi, que ligada con el bordeaux ayuda a hacer un poco aceptable la vida en este pequeño planeta, como llamaba a la tierra el doctor Ricardo de la Parra. 

En las soledades del Quindío no se encuentran otros pobladores que antioqueños; el antioqueño y las montañas son consustanciales, se buscan y se completan. En las faldas, en las hondonadas, en riscos que sólo parecen transitables por osos y dantas, veréis a lo lejos casitas con la obligada roza de maíz, enredaderas de friso les, y esas enormes calabazas que llaman vitorias, que mezcladas con panela y leche son alimento agradable y forraje abundante y baratísimo para criar vacas y cerdos. El antioqueño adora las montañas nuevas, es decir, que tengan bosque primitivo: en busca de éstas emigran por millares a los desiertos del Cauca y del Tolima. La llanura les es antipática; acuden sin miedo a los valles del Cauca y del Magdalena, donde hay negocios y trato, como ellos dicen; pero la casita de la familia, el hogar, lo forman siempre en las montañas. Es increíble la inquietud, la agitación, el poder expansivo de esa raza. 

En todas partes donde saben que hay minas, tierras fértiles, algo nuevo que explotar, allá corren por bandadas. Con frecuencia encontrábamos esos grupos de emigrantes, los hombres a pie, las mujeres en mulas, los niños llevados en canastos, y en bueyes el humilde menaje y las hachas y calabozos, que son sus dioses penates. - ¿Para dónde van, paisanos? -Á Filandia, señor. -y por qué dejan su tierra? -Las tierras están cansadas en Antioquia, no cabemos. 

En Filandia dicen que hay mucho monte y da mucha comida. Ya no sabemos cuántos pueblos antioqueños hay en las montañas del Cauca y del Tolima. Raza emigrante y cosmopolita, el consejo místico y enervante de la resignación no entra con ella; huir de la pobreza, mejorar de condición es su carácter distintivo. Aunque profundamente católicos, tienen el amor al trabajo y las pasiones enérgicas de los pueblos protestantes. 

Pero si hay algo superior a los antioqueños son las antioqueñas de las montañas. i Qué laboriosidad! ¡qué trabajo! qué consagración! ¡i qué desvelos y fatigas para criar esas numerosas familias! Desde horas antes de amanecer están en pie moliendo inmensidad de arepas, poniendo a cocer la mazamorra y los frisoles, haciendo el desayuno. El antioqueño, como el inglés y todas las razas trabajadoras, come mucho. Por la tarde oiréis en esos hogares el ruido monótono de la pilada de maíz: al acercaros veréis entregadas a esa prosaica tarea muchachas rubias, blancas, altas, lindas, de espalda ancha y partida como las doncellas romanas. Allí no hay vagar para la coquetería y los malos pensamientos. 

¿De dónde sale tanto antioqueño? 

El último ceso dio en Antioquia. un increíble aumento de población: parece que hay cerca de medio millón de habitantes, y sin embargo ha dado emigrantes para formar muchos y grandes pueblos en las montañas de Antioquia y el Tolima y derramar población flotante en toda la República. Esas montañas de Antioquia son un criadero de gente sin igual, un gran laboratorio de vida humana. Lo cierto es que esa raza fecunda, enérgica, cosmopolita, es una de las esperanzas del país y el factor más poderoso del progreso y la vida nacional. 

En el Quindío que pertenece al Tolima, fuera de caseríos regados, hay como 3,000 antioqueños en las faldas y márgenes del Coello y el Anaime, y al otro lado de la cordillera, territorio del rio del Cauca, habrá otros 3,000 en el pueblo de Salento. Éstos tuvieron la mala idea de construirlo en unas colinas sin agua, estando a poca distancia el encantador valle de Boquía, lleno de corrientes cristalinas, con prados verdes lindísimos. Es tal la tranquilidad, la belleza, la frescura de ese vallecito, que siempre que pasamos por allí nos provoca para clavar en él nuestra tienda de peregrinos y acabar en ese retiro nuestra vida errante. 

Dos leguas más adelante están los antioqueños fundando el pueblo de Filandia, al vapor como acostumbran hacerlo todo. Como cuarenta casas estaban construyendo a un tiempo; hoy está de moda emigrar a Filandia. Las casas las construyen con teja de madera, tablitas rajadas de cedro negro y de nogal, clavadas con puntillas de hierro; techo ligero, más decente que la paja y menos sujeto a incendios. Nos refirieron que después de cortados los trozos, un hombre hábil rajaba hasta 3,000 tejas por día. 

De allí para adelante se acaban los riscos, las faldas despeñadas, las tierras sin vegetación, y empiezan las montañas relativamente llanas, los guaduales pintorescos y la poderosa vegetación del maravilloso Cauca. En el río de la Vieja, poco antes de llegar a Cartago, comienza la voracidad fiscal de que habla el señor Miguel Samper. El paso de ese pequeño río se hace en canoa, pero en los veranos casi todo el mundo lo pasa avado. Sea de un modo o de otro, el fisco cobra 20 centavos por carga, lo mismo que por el viajero a caballo. 

En ningún río del país, ni en el costoso puente de hierro que hay sobre el Magdalena, se cobra por este servicio más de 10 centavos: para un viajero es insignificante, pero para los pobres labriegos que llevan víveres a Cartago es una socaliña insufrible. Parece que, en el puente de La Vieja, vía de Manizales, cobran 30 centavos. La carga de zarazas de 160 kilogramos, por la que en Cundinamarca se le vuelve tan duro al comercio pagar $7, en el Cauca pagan16, y hasta el ganado, los caballos y las mulas, que es la verdadera, casi la única producción del Estado, y cuya exportación debía favorecerse, esos curiosos economistas gravan cada cabeza a la salida con $3.50, y una vaca parida paga $7, el 40 por 100 de su valor. 

El Cauca es una especie de Paraguay económico, en que nadie entra ni sale sin dejar el pellejo. Uno de los grandes beneficios de la revolución francesa fue suprimir las aduanas interiores de provincia á provincia. El Cauca y Antioquia, que tanto se necesitan mutuamente, se hacen implacable guerra de aduanas. Nuestra industria tan abatida y nuestro miserable comercio reclaman ya una revolución contra esas aduanas. 

Al transmontar una falda después de pasar el río de la Vieja, en las colinas que avecinan con Cartago, se encuentra el célebre campo de batalla de Santa Bárbara. El General Santos Gutiérrez con su clarísima visión militar, escogió admirablemente esa posición para una resistencia desesperada. Hombre raro, nació guerrero. Es una de las figuras más puras, más honradas, más heroicas del liberalismo; su temprana muerte fue una calamidad. En los tiempos que alcanzamos de confusión de ideas, de casuitismo político y de relajamiento de catéteres la entereza de Gutiérrez, su liberalismo neto, puro, honrado, incontrastable, hubiera ejercido influencia, tal vez decisiva en la política del país. 

Las colinas que rodean a Cartago son bellísimas; el río de la Vieja que pasa cerca de la ciudad tiene paisajes encantadores. Cartago es ciudad antigua, estacionaria, aunque centro de un movimiento de cacao importante y con terrenos muy fértiles a su derredor. Es capital del municipio del Quindío, que tiene grandes elementos de riqueza, muchos pueblos e inmensa población antioqueña en sus montañas. La primera vez que estuvimos en Cartago, por allá en 1860, nuestro amigo Guillermo Pereira nos llevó a casa a de su tío el señor Jerónimo del Castillo."

Por: Avaro Hernando Camargo Bonilla.

Fuente: [1] ESCRITORES COLOMBIANOAS EMIRO KASTOS. RTICULOS ESCOGIDOS NUEVA EDICIÓN AUMENTADA Y CUIDADOSAMENTE CORREEGIDA. CON UN RETRATO DEL AUTOR Y UN PROLOGO POR EL DR. D. MANUEL URIBE ÁNGEL. LONDRES PUBLICADO POR JUAN FONNEGRA. Bogotá, 1° de noviembre de 1859. Pág. 343


domingo, 15 de mayo de 2022

EL PASO DE ERNST, RÖTHLISBERGER, POR EL CAMINO DEL QUINDÍO. AÑO DE 1884.


VIAJEROS POR EL PASO O CAMINO DEL QUINDIO.

Memorias de Ernst, Röthlisberger, año de 1884.

Cap. XI REVOLUCIÓN

UNAS VACACIONES AGITADAS / CAMARADAS TRAVIESOS / PRIMER RECORRIDO, HASTA IBAGUÉ / SEIS DÍAS POR EL PASO DEL QUINDÍO.

El camino del Quindío constituyo la conexión del Nuevo Reino de Granada y la Provincia de Popayán. Después de realizar las ceremonias de fundación de Ibagué, López de Galarza sale a descubrir la Provincia de Toche, también escrita Tocha, y luego pasó a la provincia de Tocina, “que está junto al morro nevado” (Aguado, 1906, pág. 352).

El camino o paso del Quindío ha sido recorrido y explorado por viajeros extranjeros, expedicionarios que han descrito e ilustrado su travesía en sus crónicas de viaje.

Entre tantos viajeros como John Hamilton Potter 1824, Car August Gosselman 1825, John Steuart 1836, Isaac Holton 1852, Charles Saffray 1860, entre otros, el suizo Ernst Röthlisberger, teólogo, abogado, filósofo e historiador suizo. llegado a Colombia a mediados del siglo XIX, contratado por el presidente Rafael Núñez, como profesor en la Universidad Nacional de Colombia, donde laboró desde el año 1881 hasta 1885 y quien fuera designado por el vicepresidente de la época, Carlos Holguín en 1881, Ministro plenipotenciario acreditado ante las cortes española e inglesa, en Berna ante el Bundesrat (Consejo Federal) de Suiza, solicitó a dicho Consejo, en nombre del Gobierno de Colombia, designara como catedrático de Filosofía e Historia de la Universidad Nacional en Bogotá. Nombramiento no muy bien visto por parte del clero y las huestes conservadores de la época, que lo desaprobaban porque difundía teorías atentatorias al misticismo católico.

En el libro El Dorado: estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana, narra y describe los aspectos geográficos, viajes, vivencias y estadía en Colombia. En el contenido del libro, referente su travesía por la montaña del Quindío, narración que permite hilvanar aspectos históricos del territorio adyacente al camino o paso de la montaña del Quindío.

De Bogotá bajó en dirección del valle del Magdalena, con rumbo al Tolima y Valle del Cauca. En su itinerario, pasó por “Boca de Monte", a unos 25 kilómetros de Bogotá, el Salto de Tequendama, Tena, la Mesa, Anapuimas, valle, Supatá, Juntas, Tocaima, Girardot, Flandes, e Ibagué, a donde llegó el 22 de diciembre de 1884.Teólogo, abogado, filósofo e historiador suizo. ​Se convirtió en uno de los primeros profesores extranjeros de la Universidad Nacional de Colombia donde laboró desde el año 1881 hasta 1885, dictando las materias de Filosofía, Historia e Historia del Derecho. Fue contratado por la Universidad Nacional de Colombia en 1881 para dictar la cátedra de Historia del Derecho y de la Filosofía. Al retornar a su país, publicó en alemán, en 1897, la obra El Dorado: estampas de viaje y cultura de la Colombia Suramericana, dos veces reeditada en español por el Banco de la República. En el mes de diciembre del año 1884, Röthlisberger partió para el Cauca y Antioquia con el fin de pasar allí algunas semanas. En particular al Valle del Cauca que lo había ponderado como extraordinariamente fértil y rico, y como algo digno de verse.

A mediados de diciembre, luego de su pasó por La Mesa, acompañado en el viaje por dos jóvenes estudiantes de medicina, uno de apellido Abadía y Tomás Uribe; un caucano, Inocencio Cucalón, que era poeta y político, y, por último, su amigo Eugène Hambursin, un muchacho belga que enseñaba en la Escuela de Agronomía de Bogotá.

Su periplo discurrió por el valle de Tena, a la derecha de La Mesa, atravesó los más hermosos praderas y palmares, en su primer día de viaje, pasaron por el Alto del Copó, una eminencia rocosa en la última estribación de la cordillera Oriental, desde donde se les presentó un admirable panorama de la Cordillera Central, que en frente se extiende, sobre el valle de Magdalena, cuyo paisaje le recordaba el de los Llanos. Descendieron hasta el pueblo de Casas Viejas, donde se repartieron en diferentes alojamientos para pernoctar.

Al día siguiente continuaron bajando, a través de un territorio bastante triste, por el ancho y pedregoso lecho del río Seco hasta llegar a la aldea de Guataquí, a orillas del Magdalena. Aldea, azotada por las fiebres y de clima sumamente cálido, motivo por el cual ofrecía una amarga estampa de desolación. El único trabajo de sus habitantes consistía en cruzar el río a los viajeros que por allí pasaban. Este punto a orillas del Magdalena se denominaba Guataquicito, en donde descansaron un poco a la sombra de una arboleda, mientras tomaban algún aliento sus caballerías.

Después de atravesar el río Magdalena partieron rumbo a Ibagué, pasaron por Piedras. El nombre del pueblo indica, que este se hallaba rodeado de piedras, que talvez están allí por antigua erupción del volcánica del Tolima, y la erupción del volcán del Ruiz, en el año 1595, que cubrió de cenizas volcánicas toda la llanura que remata en el río Magdalena.

En Piedras pasaron la noche en un mísero rancho en medio de los pastos y acostados sobre mesas o en el suelo. A la mañana siguiente siguieron por la llanura, bajo un calor terrible, sin encontrar más que algunas pocas ventas y los ranchos de Cuatro Esquinas. Después de marchar por el abrasador valle, llegaron a Ibagué, donde un grupo de estudiantes salieron a caballo a nuestro encuentro, en número de unos veinte, hasta una venta situada como a dos leguas de la pequeña ciudad. En la venta habían dado buena cuenta de todas las provisiones allí existentes, de modo que no encontramos ni un sólo huevo para el desayuno. Esta vez tuvo lugar el baile en nuestro honor, organizado por los estudiantes y que se celebró en una de las casas principales de la localidad. Allí tuvo ocasión de admirar a las bellezas de Ibagué, muchachas de fina esbeltez y ataviadas con el mejor gusto. La ciudad no desmintió tampoco esta vez su gran atractivo. – exclamó - ¡Se vive tan gratamente allí!… La vida transcurre en medio de una paz idílica. Las gentes son tolerantes y amables, casi incapaces de malas pasiones.

A pesar de los consejos que les dieron y a pesar también de la situación política —que se había vuelto amenazadora—, a los tres días se despidió de Ibagué y prosiguió su viaje, en travesía de la montaña del Quindío, em plena estación estaba lluviosa e intempestiva, donde el anunció era que el paso de la cordillera Central por el camino del Quindío, que conducía al Cauca, se encontraba en horrible estado.

Semejantes profecías habían de cumplirse con creces, pues gastaron cinco días y medio en cubrir una distancia de aproximadamente veinte leguas en línea recta. Una vez hechos los preparativos: el equipaje se hallaba dispuesto en petacas, especie de cofres de piel y de forma cuadrada, cuyas dos mitades encajan entre sí; y habían alquilado un buey que, conducido por su correspondiente peón, sirvió para el transporte de los víveres, consistentes estos en arroz, patatas, tasajo, o sea carne seca y cortada en largas tiras —que se cuece, o bien se tritura entre dos piedras para comerla sin otra preparación—, además, huevos, grasa y cacao.

Miremos su relato en la travesía de la montaña del Quindío:

“El 23 de diciembre se puso en marcha la caravana, acompañada de numerosos estudiantes de Ibagué, los cuales nos dieron escolta una hora de camino. Sólo después de muchas despedidas y abrazos y luego de brindar con las talladas cáscaras de coco llenas del inevitable brandy, nos separamos a la vista de la ciudad iluminada por el sol del crepúsculo y ya muy profunda allí abajo entre el verdor del valle. Todavía está viva en mí la escena de cuando alegremente ascendimos por el monte y desde una eminencia contemplamos una vez más el valle del Magdalena y la azul Cordillera Oriental, que ya por mucho tiempo no volveríamos a ver…

Hacia las seis hicimos alto en El Moral, colonia de una familia antioqueña que hospitalariamente nos preparó una sopa y nos hizo en su casita sitio donde dormir, aunque sólo en el suelo fue posible ofrecérnoslo. Hacía ya fresco, pues nos encontrábamos a 2.052 metros sobre el nivel del mar.

Y esta es la ocasión de describir con algún detalle las granjas de los antioqueños. El estado de Antioquia posee la raza más vigorosa, resistente y bella de Colombia, la cual, según leyes sociológicas, es también la que por ser la más fuerte de todas, corporal, intelectual y moralmente, podría ejercer una especie de predominio sobre los demás grupos étnicos del país. Los antioqueños son casi enteramente blancos o blancos por completo, en particular las mujeres, sólo el trabajo al aire libre les ha bronceado la piel. A este estado vinieron muchos españoles a causa de la gran riqueza de minas de oro. Parece que inmigraron además doscientas familias judías que, pese a haberse convertido al catolicismo, fueron expulsadas de España, lo cual, sin embargo, no ha podido ser probado históricamente. Españoles y criollos se mezclaron, pues, con los indios, que en esta región se habían distinguido por su gran valentía y dieron lugar a un tipo diferenciado, en el cual se acusan con más o menos fuerza cada uno de los elementos integrantes.

El antioqueño es musculoso, esbelto y de talla aventajada; sus facciones son regulares y en general hermosas, particularmente los ojos y la recta nariz. Le caracteriza su aversión a la pobreza y su marcada afición al lucro y la adquisición de bienes. Por tal razón no es belicoso y se inclina a la neutralidad en los conflictos políticos. Mas no es cobarde, como le atribuyen, por el contrario, sabe batirse bien. Toda vez que entiende lo útil que el saber resulta para progresar y tener éxito, acude de buena gana a la escuela. Y, como es inteligente, es también, por lo común, más instruido que la mayor parte de los habitantes de los otros estados. En la Universidad Nacional, los mejores talentos eran en su mayoría gentes de esa raza. El antioqueño es muy trabajador y nada exigente ni pretencioso. Aunque católico ferviente, tiene —dice Emiro Kastos, antioqueño él mismo— la energía y el amor al trabajo propio de los pueblos protestantes. Sus profesiones principales son la minería y las faenas del campo. En cuanto a este último trabajo, el antioqueño es el perfecto granjero que no omite esfuerzo alguno en la tala de selva virgen y que gusta, incluso, de esa tarea, pues ella le brinda la posibilidad de una nueva plantación. Y sigue incesantemente en busca de nuevas tierras. Es el yankee de este país. Casi siempre se desplaza de un lado a otro; se ven familias enteras que, a pie, tratan de dar con un lugar propicio donde establecerse. Al antioqueño se le encuentra en todos los estados de la República y también muy a menudo en el extranjero. Canta y toca la guitarra, tiene en alta estima a sus poetas, cuyas más bellas canciones suele saber de memoria. Como minero, y en general como hombre codicioso de ganancias, siente pasión por el juego. También, con ocasión de algún festejo o solemnidad, rinde culto al licor y en estado de obcecación cae en el delito. No son raras las contiendas a golpes ni las riñas con afiladas navajas barberas, en las que se trata de marcar la cara al adversario.

El antioqueño es un verdadero positivista; ubi bene, ibi patria[262] es su divisa. Pero siempre sigue siendo antioqueño y en lo posible conserva el estilo patriarcal. Su vida familiar es ejemplo de perfección y las mujeres son muy virtuosas; viven retiradas como monjas y trabajan incesantemente. En el campo las muchachas van descalzas, por lo cual sus pies son algo grandes; por lo demás, todo su cuerpo presenta, en general, una bella armonía de proporciones. La familia antioqueña tiene muchos hijos, casi siempre unos doce, pero hay casos en que la prole asciende a treinta y aún más, de tal manera que a veces es difícil distinguir entre sí la madre y la hija mayor. En las sierras del Paso del Quindío viven más de seis mil antioqueños. Después de haber talado el bosque y luego de plantar maíz o sembrar trébol, levantan pequeñas casetas de bambú, que cubren con placas de madera de cedro o nogal. Crían vacas y de manera especial cerdos; hacen queso y melaza, y llevan sus productos a los mercados de los lugares vecinos pertenecientes a otros estados, que no podrían pasar sin ellos. En las casitas a que nos hemos referido, todo se halla muy limpio, pero su característica es también la suma sencillez.

Nuestra segunda jornada amaneció lluviosa y turbia. No habíamos avanzado todavía mucho cuando en una depresión del terreno nos hallamos con tan mal camino que el cabalgar resultaba cosa verdaderamente arriesgada. Profundos surcos —barreales— cruzaban el camino unos junto a otros con desesperante regularidad; las elevaciones intermedias formaban una especie de almohadas paralelas. El animal lograba salir de una zanja, subía un escalón y se chapuzaba en un charco. Yo me apeé y preferí llevar a mi mula «Mirla» por delante. Hice bien, porque poco rato después la mula que montaba mi colega Eugène se hundió en un pozo de barro de tal profundidad que sólo asomaba la cabeza de la pobre bestia. El jinete pudo saltar sobre dos ribazos laterales. Nos costó mucho tiempo, en aquel terreno tan empinado, sacar del atasco al animal y al terminar la operación parecíamos auténticos poceros. Así se apeó, pues, mi colega y luego un tercero; seguimos caminando, pero ¡qué desfile…! Los pantalones nos los arremangamos por encima de la rodilla y nos calzamos una especie de sandalias con las que el pie desnudo pisaba más ligeramente. Como la lluvia caía de modo torrencial, nos pusimos nuestros grandes abrigos de viaje, cuyos bordes llegaban casi al suelo. Ahora podíamos considerar si tuvo razón Emiro Kastos al escribir: «El Quindío como camino, como carretera nacional, es algo que no tiene nombre». Por lo demás, nos consolamos con el famoso ejemplo de Alexander von Humboldt, que en el año 1801 anduvo a pie por estas tierras haciéndose llevar a espaldas de indios en algunos trechos de la ruta. En el año 1827, Boussingault pasó también por aquí. Las observaciones de estos dos sabios son todavía fundamentales.

Alegres y risueños, pese a todos los infortunios, avanzábamos chapoteando en el fango, fumando y charlando. Uno contó la historia de aquel viajero que, pasando a caballo junto a un charco, vio flotar en este un sombrero. Ordenó a su criado que lo recogiese y cuando el servidor fue a tomarlo del agua, detrás del sombrero salió además una cabeza. Este pertenecía a otro viajero que allí se hallaba hundido. Luego de expresar su reconocimiento por la amable atención que le habían dispensado, dijo: «Ayúdenme, por favor, a sacar también a mi mula, que está aquí abajo». Y, en efecto, sacaron también a la mula.

¡Qué fácil sería, sobre suelo tan firme, hacer aquí un buen camino! Bastaría con cortar, desde una distancia de algunos pasos de la actual vía de tránsito, la frondosidad que impide el paso del sol y la ruta resultaría practicable. Esto es lo que, con éxito, han hecho a unas leguas de Ibagué, pero la tropa que allí se empleó fue pronto retirada. Se le había encontrado una aplicación «más útil». La vegetación penetra tanto en el camino, que sólo el buey, con su andar poderoso y constante, puede avanzar por debajo, acreditándose de nuevo como magnífica bestia de carga. Pero ¡ay del que ose acercarse demasiado a la linde del camino! Eugène, al tercer día de viaje, fue atrapado por una liana que se le enroscó al cuello y del tal modo que no podía seguir adelante. Por fortuna, consiguió detener a su mula, hasta que el peón, sirviéndose del machete, le libró de la ahogadora planta.

Por Mediación y por las quebradas de Buenavista y Aguacaliente, atravesamos un abrupto y hueco desfiladero de rocas hasta llegar a Machín y al valle del río San Juan, uno de los afluentes del Coello. No vimos nada de las fuentes sulfurosas y termales, que tienen su origen en el macizo del Tolima y poco o nada de las palmas productoras de cera (Ceroxilon), substancia que se aprovecha en la fabricación de cerillas. La lluvia nos impedía contemplar la naturaleza. Sólo un interesante encuentro tuvimos: el del correo. Algunas mulas, con pesadas cargas sobre sus lomos, avanzaban en dirección contraria a la nuestra y sólo como una media hora más tarde apareció la escolta de los arrieros, algunos de los cuales traían trabucos y carabinas de las que se disparan con yesca; tan grande es la seguridad por estos caminos. Podrían transportarse miles de dólares sin que se produjera asalto ni robo alguno. A mi pregunta de si aquellas armas irían cargadas, me contestaron los hombres del correo: «No, ¿y para qué?». Más de un país europeo podría envidiar aquel paso en cuanto a seguridad y confianza.

 

En Machín pensábamos pasar la Nochebuena. Ante nuestra insistencia, el patrón se decidió a organizar allí un «baile». Hizo avisar, pues, a algunos de los músicos de los contornos para que vinieran con una guitarra, un tiple y una especie de pandero, comunicando también a los granjeros vecinos, que vivían muy diseminados por la comarca, la buena noticia de la fiesta. Después de tomar una modesta cena, a eso de las nueve, iniciase la danza en un angosto cuartito. Cuatro muchachas se hallaban acurrucadas en el suelo. Los músicos estaban arrogantemente sentados sobre unos cajones. A la luz de algunas bujías de sebo se empezó a bailar un bambuco. Sólo danzaba una pareja, pero lo hacía con toda el alma. No bailaban agarrados, sino girando en forma parecida a la de una contradanza, acercándose, retirándose, unas veces con pasión, otras con graciosos dengues. La mujer tiene una mano apoyada en la cintura y sus pasos describen la figura de un ocho sin dar la espalda al hombre en ningún momento. Su elegante cuerpo se delinea marcadamente dentro del sencillo vestido. Alternativamente se cantaban cancioncillas populares y al propio tiempo se hacían frecuentes honores al anisado. Yo hube de bailar una vez con la mujer del patrón, según las reglas de la hospitalidad. Hacia las diez de la noche me retiré de la fiesta y dormí magníficamente. Mis compañeros, que se habían retirado antes, no pudieron dormir, y ya después de la medianoche decidieron seguir bailando. Al amanecer, según costumbre, la fiesta acabó con una buena paliza que algunos de los asistentes se propinaron en el patio, hasta que el frío de la mañana fue devolviendo a los borrachos el buen sentido.

El día de Navidad fue, si cabe, más lluvioso que el anterior. Cruzamos el río San Juan, que iba bastante crecido y pasamos por Toche —2.010 metros de altitud— y por Las Cruces, y luego, siempre por terreno pedregoso y difícil, subimos hasta Gallegos —2.659 metros—, a donde llegamos a las tres de la tarde. Habíamos caminado casi nueve horas a pie, y sólo habíamos cubierto una distancia de unas cuatro leguas. En Gallegos tuvimos que prepararnos la comida nosotros mismos y secarnos de la mojadura. La consabida sopa de arroz con algo de patata, el trozo de carne seca y luego cocida y unos huevos fritos constituyeron el ya invariable menú. Lo mejor era siempre la taza de chocolate, que, por medio del llamado molinillo, una varilla de madera tallada que se gira entre ambas manos, forma sobre el líquido una capa de espuma grisácea. Pero esta bebida solía estar tan azucarada y diluida con panela, que muchas veces disentíamos si se trataba de agua de azúcar o de cacao. Exquisito sabía a continuación un trago de agua fresca de algún manantial. Como extraordinario, nos permitíamos tomar alguna vez un sabroso bocadillo, o sea compota dura de frutas cortada en trocitos cuadrangulares.

El día siguiente avanzamos entre magníficos, aunque ya no muy tupidos palmares, pasamos por Las Cejas y llegamos a lo más alto del paso del Quindío, el llamado Boquerón, a 3.485 metros sobre el nivel del mar, a cuyo flanco izquierdo se levanta la misma cumbre nevada del Quindío —5.150 metros. Soberbia, casi tanto como el panorama de los Llanos, se abre aquí la perspectiva del Valle del Cauca. Aparece como una extensión inmensa cubierta de negros y sombríos bosques, donde sólo algunos pocos ríos han excavado sus lechos. En la lejanía, formando la rampa del valle, alzase la Cordillera Occidental, uniforme y de un color negro azulenco. Este agreste cuadro podría calificarse ciertamente de adusto y grave, a no tenderse sobre él aquel cielo único, que parece superar en mucho al de Italia por su rutilante azul y su limpia claridad.

En rápida subida, por un resbaladizo suelo de arcilla roja, llegamos a la pequeña ciudad de Salento. La superior categoría de la población se hacía ya notar por la existencia del telégrafo y de una farmacia. Bajamos luego hacia el río Boquía, en cuya proximidad encontramos buen asilo nocturno en casa de un antioqueño. De este encantador y verde valle debimos salir a la mañana siguiente por el alto del Roble —2.080 metros—. Durante varias horas habían luchado hasta allí con el terrible camino nuestras pobres cabalgaduras, sucias ya hasta los ollares. Era un terreno de bosque, arcilloso e inundado. Por el mediodía llegamos a Filandia, una aldea recién fundada y en la que sólo antioqueños se habían establecido. Era día de mercado y de misa. La plaza se veía enteramente llena de gente de la nueva colonia, que charlaban sin tregua, interrumpiéndose tan sólo para arrodillarse en el momento de alzar. La música eclesiástica era horrible. Un quejumbroso clarinete y una trompeta suspiraban de continuo los mismos compases.

Sopa de maíz, pan de maíz —arepas— y hasta un trozo de pan, amén de los fríjoles y la carne de cerdo, platos habituales de la gente de Antioquia, nos compensaron debidamente de las pasadas fatigas. Y a la tarde seguimos el viaje, ahora ya sobre terreno seco, a través de unos bosques magníficos de enormes bambúes y ante los limpios y graciosos ranchitos de los antioqueños. En todas partes obteníamos, por poco precio, leche o pan de maíz.

El Quindío propiamente dicho quedaba a nuestra espalda. El Paso es tan sano, tan puro el aire, que raramente acontece que enferme algún viajero; muchos llegan a afirmar haberse curado allí de dolencias y malestares, lo que en todo caso es atribuible al mayor ejercicio.

El 28 de diciembre llegamos por fin, después de tres horas de cabalgada, al río La Vieja, que tiene allí 100 metros de anchura. Lo alcanzamos en el lugar llamado Piedra de Moler —994 metros de altitud—. En la orilla opuesta se veía una casita para el barquero. Del Valle del Cauca propiamente dicho nos separaba todavía una cadena montañosa de bastante elevación. Justamente de aquellas alturas vimos bajar un grupo de unos veinte jinetes y amazonas que ya de lejos nos hacían señales de saludo. Eran los amigos y parientes de Abadía que salían a nuestro encuentro con el propósito de ofrecernos digno recibimiento y acogida. A nosotros, sucios y mal vestidos expedicionarios, con las claras señales de casi seis días de azarosa marcha, la comitiva que se acercaba nos pareció un cortejo de hadas y de príncipes salidos de Las mil y una noches. Cuando llegamos a la otra ribera nos impresionó hallarnos en tan espléndido ambiente, rodeados de tanta civilización y casi no tuvimos palabras para corresponder a la cordial salutación que se nos dispensaba. Sentados sobre la yerba tomamos el desayuno traído por nuestros amigos, que tuvo su buen acompañamiento de vino y hasta algo de champaña. Luego se nos invitó a montar aquellos fogosos y rápidos corceles del Cauca, tan elegantes en el paso de andadura; en seguida, casi sin saber cómo, nos encontramos en la altura de Santa Bárbara, célebre por una victoriosa batalla librada allí por el general liberal Santos Gutiérrez contra los conservadores el año de 1861. Desde aquella cresta se tiene una bellísima vista de la pequeña ciudad de Cartago —989 metros de altitud—, situada en medio de prados verdes como la esmeralda entre plátanos y palmeras y reclinada junto al ondulante río La Vieja, que aquí se ha liberado totalmente de la cordillera y corre a reunirse al Cauca, del que todavía le separa una legua.

Cartago, fundada en 1540 a orillas de otro río, hasta fines del siglo XIX no se estableció en el lugar que hoy ocupa. Esta pequeña ciudad no tiene nada extraordinario. Sus calles están trazadas a cordel y empedradas de guijarro puntiagudo, impresión esta última que conservo vivamente en el recuerdo, pues a consecuencia de las niguas tenía los pies muy sensibles. La plaza mayor es amplia y cuadrada; sus dos iglesias, insignificantes. En un viejo convento, San Francisco, se hallaba establecido un colegio para muchachos. El clima es ya bastante cálido —con una temperatura media de 24 ºC—, pero el lenitivo lo ofrece el baño en el río La Vieja. De este caudal se saca también el agua para la ciudad y ello no se hace con tinas o cubos, sino con largas cañas de bambú a las que se han cortado dos o tres segmentos.

En Cartago la familia Abadía nos acogió con hospitalidad verdaderamente árabe, o sea en la forma que es proverbial en el Cauca. Particular gusto encontrábamos en los cigarros puros que con finos dedos liaban especialmente para nosotros las hijas de la casa. Era un excelente tabaco, que se cría allí cerca. Durante la operación que he dicho charlábamos con las muchachas. Ellas nos entregaban con una graciosa sonrisa el cigarro recién fabricado.

Ingrato había de ser el despertar de aquellas horas idílicas. El día de Año Viejo por la tarde desfiló por las calles algo que llamaban «música» y un hombre leía con sonora voz un pregón en el que declaraba el estado de guerra en el municipio del Quindío, cuya cabeza era Cartago. Parece que del norte de la República y de Bogotá habían llegado noticias inquietantes y que el presidente Núñez había implantado en todo el país el estado de excepción. No podíamos creer en una verdadera revolución y decidimos proseguir nuestro viaje valle arriba hasta Cali y luego, si era posible, a Popayán, para bajar luego hasta el océano Pacífico, a Buenaventura. Solicitamos pasaportes y el joven Abadía, Eugène y yo partimos alegremente el 3 de enero de 1885 por una región de colinas frondosas y tupidos bosques de bambú.[1 


[1] Röthlisberger, Ernst, El Dorado: estampas de viaje y cultura de la Colombia suramericana. Biblioteca Nacional de Colombia. Cap. XI REVOLUCIÓN. SEIS DÍAS POR EL PASO DEL QUINDÍO / LA COLONIZACIÓN DE LOS ANTIOQUEÑOS. Ministerio de Cultura: Biblioteca Nacional de Colombia, 2017

domingo, 1 de mayo de 2022

ATRACTIVOS DEL TURISMO CULTURAL FILANDEÑO.

 

ATRACTIVOS DEL TURISMO CULTURAL FILANDEÑO.


El principal atractivo de Filandia lo constituye la sociabilidad, gentileza y respeto de sus habitantes, arraigo de su cultura y tradición  campesina, reflejada de su cotidianidad, que se platica reposadamente en su parque principal, calles y en los tradicionales tertuliaderos, saboreando un agradable café. Atractivos que se viene esfumando ante la arremetida de la famosa política de “competitividad turística”, que no ha traído más que congestión, caos y desarraigo, en la otrora tranquila Filandia.

Se ha desdibujado su verdeara vocación turística, fundamentada en la los atractivos propios, constituidos por su riqueza biodiversidad  (variedad de flora y fauna), clima y su cultura.

Veamos algunos de ellos.

SU CLIMA: Exuberante pluviosidad y nubosidad, que es su clima característico y instituye a Filandia como el segundo lugar más lluvioso de Colombia, después de Lloró en el Chocó.

SU FAUNA: contenida en su área protegida (Distrito de Conservación de Suelos Barbas – Bremen), compuesta por diversas especies de pequeños mamíferos (Cusumbo, Perro de monte. Perico de pelo o perezoso, familia de monos aulladores, guatín, murciélagos, martejas; aves como la pava caucana, la pava negra, Carriquí de montaña, Barranquero, Ardillas, soledad real, cocuardilla, la perdiz colorada; reptiles, batracios, artrópodos) y  35 especies de mariposas, 15 de escarabajos, 37 de hormigas; entre otras más.

SU FLORA: En las 4.000 hectáreas de Selva Húmeda Andina, se registran plantas de familias tales como. MELASTOMATECEAE, RUBIACEAE, ASTERACEAE, ARECACEAE, ACANTHACEAE, CLUSIACEADE, HELICONIACEAE, PIPERACEAE, SOLANAEAE, SIMARUABACEAE, de uso maderable, medicinal; además posee un gran numero de orquídeas, epifitas, palmas como la palmiche, molinillo, macana y palma de cera (Ceroxylon alpinum) y helechos arborescentes.

SUS ATRACTIVOS CULTURALES que se pueden apreciar a través de un recorrido por su área urbana (centro histórico), donde los visitantes, se deleitan con la arquitectura propia de las colonizaciones, miradores naturales y las artesanías en bejuco que se exhiben en el barrio de los Artesanos (barrio San José) y en el centro de Interpretación del Bejuco y la Cestería.

SU MIRADOR COLINA ILUMINADA: Ubicado a la salida del Municipio de Filandia vía Quimbaya, frente al camposanto La Inmaculada, en donde los visitantes podrán disfrutarán de un hermoso paisaje en lontananza y la observación de algunos municipios de los departamentos vecinos de: Risaralda y Valle del Cauca).

LA RUTA DE LOS ARTESANOS: Ubicación Barrio San José. Caseta comunal

Asociación de artesanos de Filandia, en donde los visitantes podrán conocer desde la extracción del bejuco, hasta el tejido y elaboración de los canastos empleados en la caficultura

SU TEMPLO PARROQUIAL,  INMACULADA CONCEPCIÓN: es uno de los templos más antiguos del Quindío, el cual conserva la arquitectura única, ecléctica Romana con elementos góticos. Su construcción fue finalizada en 1905 y se utilizaron elementos como bahareque y maderas de la región.

EL  NOMBRE DE SUS CALLES  Y SU SIGNIFICADO: Salida a Pereira (hoy Calle del Tiempo Detenido), Calle Real, del Embudo, del Convento, de La Cruz, del Patudo, del Empedrado, El Pénsil, de san Antonio, La Pista, la Cuna de Venus, Paseo Bolívar, La Consistorial, la Falda de la paz, la Ratonera, la del Chochalito, Avenida San José, la del Parque Viejo

CENTRO DE INTERPRETACIÓN DEL BEJUCO Y LA CESTERÍA: ubicado en la Casa de los Artesanos de Filandia, antigua escuela Simón Bolívar, lugar donde acompañados por los artesanos, conocerán la historia de la tradición cultural de las artesanías fundamentadas en bejuco y otras fibras naturales.

EVENTOS, FESTIVIDADES: Semana Santa en vivo. Considerada una de las más bellas del Quindío, se celebra en marzo o en abril de cada año.

El Festival Camino del Quindío, se celebra los 20 de julio de cada año.

Queda en la cancha institucional y gubernamental la responsabilidad de la conservación y proyección de una verdadera política turística que respete la identidad de los territorios y sus comunidades.

Bienvenido el turismo responsable y respetuoso de la historia y cultura de nuestros territorios.

 

Álvaro Hernando Camargo Bonilla

viernes, 22 de abril de 2022

LEGUISLACION HISTORICA DEL CAMINO DEL QUINDIO.

 

LEY 30 DE 1890

(Noviembre 08)

Sobre fomento de varias obras públicas

El Congreso de Colombia 

Decreta: 

Art. 1. ° Los derechos de peaje y pontazgo que establece la ley 27 de 1880 en la vía pública nacional denominada del Quindío, se harán efectivos desde el 1 ° de Enero de 1891, con el objeto de aplicarlos exclusivamente á la mejora y conservación del camino expresado, según el sistema y las reglas que crea el Gobierno convenientes. 

Art 2 ° Los derechos de peaje, de que trata el artículo anterior, se causarán á deber por el hecho de hacerse el tránsito entre cualquiera de las poblaciones de Cartago, Ibagué y Salento ó entre una ó más de ellas y los caseríos situados en la vía. 

Art 3 ° Sin perjuicio de la aplicación del producto de los expresados derechos de peaje y pontazgo á la obra de qué trata el artículo 1. °, el Gobierno podrá continuar empleando en los trabajos de composición de la vía el Batallón o Batallones de Zapadores que crea necesarios 

Art 4 ° El Gobierno promoverá, de acuerdo con el Gobernador del Departamento del Cauca, la construcción de un puente de hierro ó de madera sobre el río "La Vieja" en el paso de "Piedra de Moler" ó en otro punto conveniente; y mientras puede obtenerse la ejecución de esta obra hará colocar una barca en el paso mencionado, para lo cual podrá conceder el privilegio del caso. 

Art 5 ° Los gastos que exija la colocación del puente ó de la barca, expresados, se harán, por partes iguales, del Tesoro nacional y del de Departamento del Cauca. 

Art 6 ° Lo dispuesto en los dos artículos anteriores no obsta para que el Gobierno del Departamento del Cauca pueda proveer á la realización de las obras de que allí se trata, con sus propios recursos y mediante el sistema que tenga á bien; caso en el cual se ejecutarán las obras de acuerdo con el Gobierno nacional; siendo de cargo de éste la mitad de los gastos expresados. 

Art. 7. ° Los Departamentos del Cauca y del Tolima aplicarán á la mejora y conservación del camino del Quindío las sumas que fueren necesarias, para que en todo tiempo se mantenga en perfecto estado de servicio. 

Art. 8. ° El Gobierno hará practicar una exploración por la vía denominada de "Amaime," ó por cualquiera otra que presente mayores ventajas para abrir y conservar el camino. 

Art. 9. ° Para atender al gasto de que trata el artículo 4 ° de esta ley, se destina la suma de treinta mil pesos del Tesoro nacional, la cual se considerará incluida en el Presupuesto de la próxima vigencia. 

Art. 10. Declárase camino público nacional el que, partiendo del Municipio de Honda y pasando por el de Victoria en el Departamento del Tolima, conduce al de Sonsón, en el Departamento de Antioquia. 

Art. 11. Decretase la construcción de dos puentes en el camino á que se refiere el artículo anterior, uno sobre el río La Miel; límite entre los dos Departamentos, y otro sobre el Guarinó, en el del Tolima. 

Art 12. Destínase del Tesoro nacional hasta la suma de doce mil pesos ($ 12,000) para llevar á efecto, á la mayor brevedad posible, la ejecución de dichas obras 

Art. 13. El Gobierno nacional podrá decretar y llevar á efecto los desvíos que juzgue necesarios, especialmente el que parte del puente sobre el Samaná y, pasando por el caserío de San Agustín, va á terminar en Victoria. 

Art 14. Lo dispuesto en los artículos anteriores no obsta para que los Departamentos de Antioquia y Tolima, interesados en el camino y en guarda de sus recíprocas conveniencias, atiendan, con sus propios recursos, en todo cuanto ellos se lo permitan, á la mejora y conservación de dicha vía 

Art 15. Así mismo dispondrá el Gobierno la construcción de una línea telegráfica directa entre los Municipios de Honda y Salamina, y el gasto que esto ocasione se considerará incluido en el Presupuesto para el bienio próximo 

Art. 16. Autorizase al Gobierno nacional para construir una línea telegráfica que ponga en comunicación á Neiva con Guagua, Yagnará, Retiro, Iquira, Carnicerías y Paicol. 

Art 17. Para fomentar la navegación por vapor del río Cesar, en el Departamento de Magdalena, destínase la suma de seis mil pesos anuales ($ 6,000) desde la próxima vigencia económica, y se autoriza al Poder Ejecutivo para que en licitación pública adjudique el contrato á quien mayores seguridades y ventajas ofrezca, para establecer esa navegación por vapor, periódicamente, durante tres bienios 

Art. 18 El Gobierno dispondrá oportunamente la pronta ejecución de los trabajos necesarios para la limpia canalización del caño del río Magdalena sobre el cual se halla establecida la ciudad de Barranquilla, aplicando preferentemente á dichos trabajos la draga "Cristóbal Colón" y demás elementos pertenecientes á la empresa de la canalización del río citado. 

Destínase del Tesoro público para auxiliar dichos trabajos la suma de quince mil pesos ($ 15000) que se considerará comprendido en el Presupuesto de Gastos para la próxima vigencia económica. 

Art 19. El contrato ó contratos que el Gobierno celebre conforme á la presente ley, no necesitan la posterior aprobación del Congreso. 

  

Dada en Bogotá, á cinco de Noviembre de mil ochocientos noventa. 

  

El presidente del Senado, Jorge Holguín

-El Presidente de la Cámara de Representantes, Adriano Tribín 

-El Secretario del Senado, Enrique de Narváez -El Secretario de la Cámara de Representantes, Miguel A. Peñaredonda. 

  

Gobierno Ejecutivo nacional - Bogotá, 8 de Noviembre de 1890 

Publíquese y ejecútese. 

(L S.) CARLOS HOLGUÍN. 

  

El Subsecretario de Fomento, encargado del Despacho, 

Carlos Michelsen U. 

lunes, 4 de abril de 2022

LEY 25 DE 1911 DOS CAMINOS, EL QUINDÍO y CALARCÁ.

 

LEY 17 DE 1912

(Septiembre 18)

El Congreso de Colombia

DECRETA:



Artículo 1°. El Gobierno procederá luego que estén terminados los trabajos de apertura del camino de Ibagué a Calarcá, de que trata la Ley número 25 de 1911, a hacer practicar una exploración y trazado de la vía que partiendo de Calarcá, en la hoya del Quindío, vaya a terminar en la cabecera de la Provincia de Tuluá, pasando por las nuevas poblaciones de Calcedonia y San Luis.

Artículo 2°. Hechos que sean la exploración y trazado de que trata el artículo anterior, el Poder Ejecutivo emprenderá, por administración, la apertura y construcción del camino expresado , para lo cual puede comisionar al Gobernador del Departamento del Valle o adoptar el sistema que crea mas conveniente para realizar los trabajos en el más breve termino posible.

Artículo 3°. Para los efectos de esta Ley se declara vía nacional de herradura la que partiendo de Calarcá ponga en comunicación las poblaciones de la hoya del Quindío con las de Calcedonia, San Luis y Tuluá.

Artículo 4°. Para atender a los gastos que demande la ejecución de la presente Ley se destina hasta la suma de cien mil pesos, de los cuales se apropiara en el Presupuesto de cada vigencia hasta la suma de veinte mil pesos.

Dada en Bogotá a diez de septiembre de mil novecientos doce.

El Presidente del Senado,

PEDRO ANTONIO MOLINA.

El Presidente de la Cámara de Representantes,

MIGUEL ANGEL LOSADA.

El Secretario del Senado,

Bernardo Escobar.

El Secretario de la Cámara de Representantes,

José de la Vega.

Poder Ejecutivo.- Bogotá, septiembre 18 de 1912.

Publíquese y ejecútese,

CARLOS E. RESTREPO.

El Ministro de Obras Públicas,

SIMÓNARAUJO.

El camino llamado de Calarcá que partía de Ibagué y iría a terminar en Tuluá, pasando por Calarcá, Armenia, Calcedonia y San Luis (Sevilla). Vía que, entre Ibagué y Armenia medía 80 kilómetros de extensión.

Su apertura se ordenó por la Ley 25 de 1911 y se inició, a partir de Ibagué a Calarcá en abril de 1912, bajo la dependencia de una Junta Administradora ad honorem con residencia en Ibagué. 

De Ibagué a San Miguel(Cajamarca) y de allí  hasta La Lora , de ahí hasta la línea línea divisoria entre el Tolima y Caldas y de  línea a Calarcá, en una distancia de 15 kilómetros, pasando por frente de La Cucarronera y pasando el puente de La Trilladora en las vegas del río Santo Domingo, por donde cruzaban de mil bueyadas semanales.

Fuente: [1]Banco de la Republica, Biblioteca Luis Ángel Arango.  Informe que presenta al señor Ministro de Obras Públicas el Oficial Mayor del Ministerio sobre el estado y condiciones de los caminos nacionales del Quindío y de (Calarcá, en desempeño de una comisión. Bogotá Imprenta Nacional 1917. INFORME que presenta. al señor Ministro de Obras Públicas el Oficial Mayor dell4inisterio sobre el esta.do y condiciones de los caminos nacionales del Quindío y de Calarcá, en desempeño de una comisión. Bogotá, 20 de mayo de 1917

Alvaro Hernando Camargo Bonilla.