SOBREVIVIR, DESTINO ELEGIDO DEL GUAQUERO.
Provistos
de ruana, sombrero aludo de paja, mulera, zurriago, alpargatas de fique sujetadas
con cabuya, pantalón de manta, camisa de fula, marchaban todos, porque era su apuro,
migrar a la “Hoya del Quindío”. Sobrevivir al destino elegido, a pesar de los malos
días y las desgracias de sus desventuras.
Provistos
de pocas prendas, medio vestidos, casi que, con el pecho y la espalda al viento,
entablaban el maderamen del rancho, de vara en tierra y levantado sobre estantillos,
techado con hojas de bijao superpuestas sobre barillones de guadua, liados con
bejucos, piso y paredes de esterilla; amoblada con bancas de orillos de los árboles
talados; ataviado con canastos de “tripeperro”, piedra de amolar. Cuyabras,
manigueta, recatones y mediacañas.[1]
La
guaquería avivaba el arrojo. Poseídos por centelleantes candelillas que les apresaba
y embelesaba el ánimo, los conducía al azar del lucro repentino del oro de las guacas,
obligadolos a correr el riesgo de perder o ganar. Labor cortejada con el deguste
de “tapetusa” destilado en alambiques de contrabando escondidos en la espesura,
néctar que lo trasformaba en ilusos, fulleros, machistas, buscapleitos, y tahúres. Las guacas le proveían emoción y le proveía
vida.
Guaqueros
como: Macuenco, Patebarra, Casafu, entre mucho otros, patrocinados por “gasteros”
como Demetrio Salazar, rondaban las tierras casi deshabitadas del Pueblo del Muerto,
Calle Larga, Pueblo tapado, Platanillal, Hojas anchas y Piamonte; con sus atuendos y herramientas, ligados
obstinadamente a sus premoniciones, deambulaban en búsqueda de las sepulturas indígenas.
ALVARO HERNANDO CAMARGO
BONILLA
Fuente; Bahena Hoyos Benjamín. El río corre hacia atrás. Carlos Valencia editor. Bogotá
1980. Pag.22, 232
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