HISTORICAS ERUPCIONES DEL VOLCÁN NEVADO DEL RUIZ.
En Colombia existen 30 volcanes, que en su mayoría
situados en la codillera Central. Uno de ellos, el Volcán Nevado del Ruiz,
conocido en la época precolombina como “Cumandáy”, hoy "del Ruiz",
seguramente en honor a un ibérico que residió en Ibagué, de nombre Alfonso Ruiz
de Sahajosa.
La historia colombiana ha registrado 3 erupciones del
volcán nevado del Ruiz.
Estos fenómenos han sucedido en intervalo de tiempo
428 años. Una primera, ocurrida el 12 de marzo de 1595; la segunda, sucedida el
19 de febrero de 1845 y la tercera, la más reciente, el 13 de noviembre de 1985,
que devastó a Armero y ocasiono gran daño y crecido número de muertos en otras
ciudades, como Villamaría y Chinchiná. Estas catástrofes han afectado principalmente
el territorio de Armero Tolima, en donde las erupciones han causado el mayor
daño y muerte de más de 25.000 personas.
Su accionar geológico ya había originado pasadas
avalanchas devastadoras, entre ellas, la del 12 de marzo de 1595, en plena
época Colonial, y más tarde, la sucedida en el año1845 y la última, en 1985.
La ocurrida el 12 de marzo de 1595, narrada
por Fray Pedro Simón, quien describe como los ríos Lagunilla y Gualí causaron
avalanchas monumentales compuestas de mazas de fango que dejaron infecundas la
tierra durante largo tiempo.
Narra que, al occidente de Mariquita,
aproximadamente a 48 kilómetros de distancia, a lo alto de la denominada mesa
de Herveo, situada la cordillera de los Andes, se divisaba un altísimo volcán,
cubierto de nieve y que solo en tiempo despejado se podía de ver, gracias a su
penacho permanentemente cubierto de nieve, y del que de su cumbre, se veía
emerger perennemente una monumental estela de humo, y que en las más oscuras
noches resplandecían las emisiones de piedra pómez, azufre y arena menuda que
se depositaban a muchas leguas de distancia de sus contornos, en especial a la
parte de Mariquita.
Antaño reventó el volcán, evento que se vio y oyó
el domingo 12 marzo del año 1595. Ese
día se sintieron tres estruendos sordos, como disparos de mortero, tan
estridentes que se escucharon en un contorno de más de treinta leguas. Las
detonaciones causaron avalanchas de los ríos Gualí, que cruza por Mariquita, y
el Lagunilla, ubicado a cinco leguas de Ibagué, a causa del derretimiento de la
nieve a causa de la incandescencia de los flujos piroclásticos y lava,
expulsados por el volcán, materiales que abrieron un boquete de más de media
legua de ancho, dejando al descubierto mucha piedra, arena y profuso olor a
azufre en su camino.
El candente magma produjo el deshielo de la nieve,
arrastró enormes cantidades de rocas, tierra y árboles, que, sin detenerse,
fueron arrastrados con tal impulso, para luego represarse, lo que generó una
asombrosa avalancha que parecía, una gigantesca ola de ceniza y tierra, con un
fétido olor a azufre que no se podía soportar desde muy lejos. Por los dos
ríos, siendo más notable la creciente del río Lagunilla que la del Gualí, se
desplegaron las avalanchas, todos los peces murieron. Fue tanta la furia, que,
desde sus nacimientos en la cima, hasta su desembocadura en el río Magdalena,
arrastraron inmensas rocas, de tamaño descomunal, que quedaron desplegadas por
la sabana, por más de media legua de distancia.
Las avalanchas arrastraron todos los ganados que
encontraron a su paso, en un espacio de más de cuatro leguas; avalancha que se
extendió hasta entrar a las aguas del rio Magdalena, incendiando de tal manera
las tierras por donde pasaba, y que solo hasta pasado un tiempo considerable,
no había vuelto a retoñar sino algunas hierbas y espartillos.
Veamos la descripción de suceso contenido en las
crónicas de las Conquistas de tierra firme en las indias occidentales. por fray
pedro simón, narrada en el texto denominado: “Noticias de las conquistas de
tierra firme”, de su autoría, quien narró este acontecimiento así:
“Pero no podré excusar
tratar algunas otras cosas que ellos no han tratado y de su volcán y lo que con
él sucedió el año de mil y quinientos y noventa y cinco (1595), a doce (12) de
marzo, domingo de Lázaro, que llamamos en la cuaresma. A la parte oriental de
esta ciudad, siete u ocho leguas van corriendo Norte Sur la gran cordillera de
los Andes, de quien tantos han tratado; la cual por esta parte y por la que
mira al Oriente, que da vista al Valle de Neiva, por donde corre el Río de la
Magdalena, hace espaldas a las grandes Provincias de los Pijaos; y por la que
mira al Occidente las hace también a las Provincias de los Putimaes; gente los
unos y los otros confederados por la igualdad que tienen en alterados ánimos,
guerreros bríos y voraces hambrea de carne humana; un pedazo de esta
cordillera, que es de más levantadas cumbres y de distancia de más de cuarenta
leguas (según me ha parecido siempre que la he visto de lejos), está toda
nevada, sin que en toda la vida se descubra, antes cayendo siempre una sobre
otra, debe de ser mucha la que hay al principio de esta región nevada, que
corre Norte Sur; tomándola por la parte del Norte, levanta una teta o peñol
redondo y tan alto, que de casi todas las partes, que lo son en este Nuevo
Peino, se descubre siempre que el tiempo está despabilado y de buen brusco, por
estar tan empinado y todo él cubierto de nieve, fuera de lo último de su
cumbre, que la derrite la fuerza del calor» fuego y humo que sale a las veces
por la boca que tiene abierta, en que se remata su punta, que a las voces suele
ser de manera que, de noche, bien a lo largo de él, a su pie y faldas, que ya
no están nevadas, se puede leer una carta.
Bajará en redondo ocho
leguas, y distará de la ciudad de Cartago diez y siete, por donde va el camino,
aunque por el aire se pueden quitar las diez.
2.° Sucedió, pues, que
el día, mes y año dichos, habiendo salido el sol muy claro y despabilado, a dos
horas de su luz, que sería como a las ocho, salió de este volcán un tan
valiente, ronco y extraordinario trueno, y tras él otros tres no tan recios,
que se oyeron en distancia da más de cuarenta leguas en su circunferencia, y
mucho más á la parte que soplaba el viento; tras los cuales comenzaron a salir
tan crecidos borbollones de ceniza orizente (?) una noche muy
oscura de tempestad y
sin luna, y comenzó a caer envuelta con piedra pómez, tan menuda como arena,
que fue acrecentándose poco a poco, hasta ser como menudo granizo, y que hacía
el mismo ruido que en los tejados. Duró esto como dos horas, habiéndose
aclarado algo el aire, hasta que después de ellas tornó a oscurecerse con un
nubarrón tan espeso que no se podía leer una carta, con ser casi medio día,
prosiguiendo siempre el llover la ceniza y piedra pómez hasta las dos del día,
con aquella oscuridad, ponqué aclarando entonces, quedó el horizonte como día
nublado. No cesó de llover de esta ceniza en toda la noche, de suerte que a la
mañana estaba toda la tierra cubierta do más de una cuarta de piedra pómez y
ceniza, que bajando pegajosa con la humedad que debía de tener el volcán de
donde salía, se pegaba mucho a donde quiera que caía; y así se descubrió al
otro día la tierra tan triste y melancólica, cubierta de ceniza, árboles y
plantas, sembrados, casas y todo lo demás, que parecía un día de juicio. Los
ganados bramaban por no hallar qué comer; las vacas no daban leche a sus
becerros; las legumbres de las huertas no se parecían, y como por la mayor
parte es toda esta tierra de montañas y arboledas, que todo el año están
frescas, verdes y alegres a la vista, se acrecentaba la melancolía de verlas
hechas montes y árboles de ceniza, que se extendió tanto hacia la parte del
Occidente, adonde debiera de correr el viento, que llegó hasta la ciudad de
Toro, que está de la de Cartago veintiocho leguas, que con las ocho que hay de
volcán a la ciudad de Cartago, vienen a ser más de treinta y seis las que voló,
con gran daño de esta ciudad de Toro, pues acertando a estar tiernos los
maíces, todos los derribó.
3.° Los ríos y
quebradas corrían espesos, de suerte que los peces que tenían huían de un parto
y otra sin saber a dónde; muchos de ellos saltaban a tierra buscando socorro
contra el raudal de la ceniza. Acudió al del cielo la ciudad de Cartago con
procesiones, sacrificios y otras plegarias a Dios, que fue servido con su
acostumbrada piedad usarla en esta ocasión, enviando tan abundantes aguaceros,
jueves y viernes siguientes, que lavaron todos los árboles y tierra, dejándola
alegre y regada, de que estaba harto necesitada, por estar muy seca antes quo
sucediera esta tempestad. La cual conocieron algunos caminantes que yendo de la
ciudad de Mariquita a Cartago, tres días antes tuvieron tan grandes temblores y
bramidos de tierra, que entendieron perecer, y el sábado en la noche, antes del
domingo que llovió esta ceniza, vieron estos españoles que arrojaba el volcán
gran número de piedras pómez, tan grandes como huevos de avestruz; de allí para
abajo hasta grueso de huevos de paloma, tan encendidos y chispeando, como sale
el hierro de la fragua, que parecían estrellas erráticas; daban algunas sobre
ellos y sobre sus caballos, que no los inquietaban poco. La parte que este
cerro mira al Oriente, que es la de la ciudad de Mariquita, por una pequeña
abra, por donde salía tanta agua como una naranja, reventó con tan gran fuerza
que hizo una abertura de más de trescientos pasos en ancho, y de doscientos
estados en hondo (de suerte que se hubo de echar el camino real que iba por
allí, por otra parte), y por la que salía la poca agua comenzó a salir tanta
como grueso de dos bueyes, que dura hasta hoy, con que creció en aguas el río
de Gualí, que es el que riega los cimientos de la ciudad do Mariquita; el cual
y otro su compañero, que corre al sur, que llaman el de la Lagunilla, y se
originan ambos de la nieve que se
derrite de este cerro,
corrían tan cuajados de ceniza que más parecía mazamorra
de cernada que agua.
Salieron ambos de madre; dejando la tierra por donde derramaron tan quemada,
que en muchos años después no producía la tierra ni aun pequeñas hierbas; los
pescados de ambos ríos, que por ser muy grandes tienen muchos, no pudiendo huir
de la tempestad encenizada que los traía antecogidos, perecían entre aquel
barro cenizoso, que llegando así ambos ríos al de la Magdalena, donde entran,
no dejaron de turbarle algo sus aguas, aunque son tantas.
Paréceme podemos conjeturar en el suceso de este volcán lo mismo que dijimos en nuestra segunda parte del de la Grita, que hizo volar aquel cerro en el Valle de los Bailadores, porque según vemos en el reventar tanta agua en este de Cartago, debió de ser que ella venía por una gran caverna, desmandada de otra parte por aquella cordillera abajo, y llegando a aquel volcán que allá en las entrañas está ardiendo, como se conoce en el fuego y humo que echa de cuándo en cuándo, con la contradicción del agua y fuego le hizo vomitar aquella ceniza y piedra pómez por donde pudo (al modo que se levanta la ceniza cuando se le echa agua al fuego), y reventando ella por la parte más flaca, vino a salir aquel borbotón de agua tan grande y a durar sin cesar, por durar el origen de donde viene .[1]
Erupción, sucedida el 19
de febrero de 1845.
Ha continuación, la reproducción del texto relativo a la catástrofe del 19 de febrero de 1845, que, guardadas las proporciones y el paso del tiempo con la sucedida el 12 de marzo de 1595 y 13 de noviembre de 1985, permite percibir la magnitud e impacto destructivo de los fenómenos vulcanológicos en el territorio.
República de la Nueva Granada. - Gobernación de la provincia de Mariquita.
-Ibagué a 23 de febrero de 1845.
“Informe relacionado con la erupción y avalancha del volcán nevado del Ruiz.
Presentado por el Gobernador de la Provincia de Mariquita, señor J. Uldarico
Leiva, al Secretario de Estado del Despacho de do Interior, de República de la
Nueva Granada.
El 19 del presente a las 9 de la mañana se ha experimentado una avenida
horrible del rio Lagunilla, que ha inundado más de siete leguas sobre sus márgenes.
Innumerables trozos de nieve han rodado por todas partes acompañadas de barro,
que, según los datos que se me comunican, no son sino el producto de algún volcán en el páramo de Ruiz en donde tiene su origen
el Lagunilla. Los establecimientos más hermosos de aquellos sitios han sido arrasados
y las habitaciones destruidas por el agua, quedando en su lugar inmensos barriales
que no pueden atravesarse. Las corrientes de Lagunilla tienen represo el
Magdalena por dos leguas, según se me informa, habiendo quedado incomunicados
con Mariquita y Honda por el interior de la provincia. El pueblo de Guayabal está
rodeado perfectamente por el agua y se
ignoran las desgracias que hayan ocurrido; solo sé que en Tasajeras han pasado
de ciento cincuenta los muertos y que una multitud de infelices aguardan el desenlace
de su suerte sobre las copas de los árboles. Tales son las tristes nuevas
que por conducto de los alcaldes de Peladeros y Ambalema he sabido, ratificadas
por el señor jefe político de Mariquita, cuya comunicación acabo de recibir.
Dentro de una hora marcho para el lugar de la desgracia, con el fin de
poder dictar las órdenes que las presencias de los hechos me hagan creer
necesarias, y de allí daré a usted. el informe más detallado.
El 23 del pasado anuncié a usted la desgracia ocasionada por el desborde
de Lagunilla, y en el mismo día me puse en marcha con el señor. Andrés Caicedo
y mi Secretario, llegando a los Peladeros el 24. Allí dicté todas las órdenes
que fueron necesarias para liberar a los infelices que aun permanecían aislados
y expuestos a una muerte segura. En medio de la tristeza que a cada paso me ofrecía
aquel cuadro de desastres, tuve el
consuelo de hacer salvar a más de ochenta personas que todavía estaban en medio
de fangales impracticables, llenos de heridas, de gusanos i acongojados por la
sed y el hambre.
Auxiliado por el Sr. Caicedo i las autoridades políticas del cantón de Mariquita,
pude proveer a la subsistencia de más de
cuatrocientas personas que destiné a prestar apoyo a los desgraciados, y
estos recibieron los pequeños auxilios que en aquellas circunstancias pude
darles. Los estropeados fueron entregados a sus parientes, y los que no los tenían
se entregaron al cuidado de persona aparente a quien satisfice su trabajo. En
la parte del Guayabal varios ciudadanos entre ellos los señores Mateo Viana, Chávez,
Barrionuevo, Treffri, Cano y Ortiz prestaron oportunos servicios a los infelices
y por su ayuda pudieron salvarse algunos. Su manera de comportarse, es digna de
elogio
Según los datos que pude recoger en
los días que estuve en Peladeros, pasan de mil las personas que han perecido en
seis leguas cuadradas que calculo inundadas, y los capitales perdidos no bajan de medio millón de pesos.
Tristísima es la situación a que fueron reducidos los habitantes de
aquel país desventurado. Familias enteras se perdieron sin quedar un solo
miembro de ellas. Muchos salvados por la casualidad vieron perecer los suyos,
quedando de repente solos en el mundo. Yo vi salvar una niña de dos años, poco
menos, que se encontró asida del brazo de su madre que había perecido y estaba
sepultada casi en el fango. Otros se han salvado sobre los troncos de los
árboles que arrancó de cuajo la avenida, y allí duraron manteniéndose con cañas
o plátanos que les arrimó la creciente, pasando algunos días entre las ansias más
mortales. Por donde quiera que pasaban los peones encontraban miembros
separados de las distintas personas…
Soy de usted. Muy obediente servidor
J. Uldarico Leiva.”[2]
Por: Álvaro
Hernando Camargo Bonilla.
[1] FR. PEDRO SIMÓN. Noticias de las conquistas de tierra firme Capítulo VI Tratase del volcán de Cartago—2 ° Revienta este volcán y cubre la tierra de ceniza— 3° Otros efectos que causó cuando reventó. Pág. 186 - 191CASA EDITORIAL DE MEDARDO RIVAS. BOGOTÁ 1892.
[2] GACETA DE LA NUEVA GRANADA. Trim. 55. (Núm. 733. VALE DOS PESOS. BOGOTA, DOMINGO 23 DE MARZO DE 1845