jueves, 16 de septiembre de 2021

Burila, desasosiego e intimidación en la colonización de la “Hoya del Quindío”.

Burila, desasosiego e intimidación en la colonización de la “Hoya del Quindío”.




En 1842 la “Hoya del Quindío” estaba ocupada por animales de todos los pelambres, espesos guadales y colosales árboles, serpientes, bichos y otras formas de vida. Territorio de profusa biodiversidad nunca antes vista, agua en abundancia, terrenos impolutos y fecundos, donde nacían las semillas sin necesidad de arar, solo se desbrozaba quemaba, surcaba y sembraba.  

Colonizadores oriundos de disímiles comarcas, evadiendo las reyertas civiles de fin de siglo XIX, buscando nuevas oportunidades se aventuraron por el camino del Quindío y plantaron sus reales en Boquía. De aquí se extendió el poblamiento a Salento, Filandia, Circasia, Calarcá, Armenia, Pijao, Génova y Quimbaya.

Las tierras no tenían dueño, eran baldías, estaban en pura montaña, se rumoraba la abundancia de oro de guacas (Todo el que daba un azadonazo obtenía grandes tesoros) y minas de veta y aluvión.

En un principio los colonos vivieron en paz con sus familias, pero pronto llegaron los malos días y las desgracias causadas por los poderosos tentáculos de una nefasta empresa que borro por completo la felicidad primera de tan agraciado edén.

La anarquía



económica, política y administrativa motivada por tres guerras civiles (1876, 1885 y la de los “Mil Días"), da inicio a un proceso de  distribución, adjudicación y apropiación de tierras baldías, presentándose litigios terciados por políticos y mineros caucanos, quienes a través de las élites manizaleñas se aprovecharon de las necesidades y del trabajo de los colonos recién asentados, constituyen  la Sociedad Anónima Burila en el año 1884.

BURILA, vocablo indígena derivado de una tribu de los Pijaos (Bulirás), fue el nombre asumido de la sociedad constituida por el señor Lisandro Caicedo y formalizada por escritura pública número 693 de 25 de noviembre de 1884, otorgada en la notaría de Manizales y constituida por cien accionistas de reconocida influencia económica y política de Cauca y Caldas.

El objeto empresarial se fundamentaba en la explotación de minas, salinas y carboneras existentes en los terrenos cedidos por los señores Lisandro y Belisario Caicedo a la Compañía, quienes aseveraban que el área era de doscientas mil fanegadas.

Con artificio e ingenio, presumiendo de ánimo colonizador, la Burila se reserva cuatro mil fanegadas, ubicadas en el lugar con las mejores condiciones de salubridad, clima y topografía, donde se preveía el cruce de tres caminos, el del Tolima por Anaime, el del Valle del Cauca por La Paila y la de Antioquía por Circasia, que desembocaban en el valle de Maravelez, en inmediaciones de la confluencia de los ríos Barragán y Quindío, donde ya unidos forman el río de La Vieja y en sus contornos se demarcaría el área para una ciudad (Caicedonia), de conformidad a las indicaciones y planos que aportaría la compañía.

Todo estaba calculado para consolidar el dominio y provecho del territorio. De primera mano Burila tenía el conocimiento de que por dichos terrenos se proyectaba la línea del ferrocarril, que colocaría en comunicación al Cauca con el Tolima por Anaime, y que atravesaría de occidente a oriente una extensión de más de diez leguas en los terrenos de la Burila. Pretensión que se complementó inmediatamente tramitando ante el gobierno de época, una solicitud de privilegio exclusivo, en los terrenos por donde se planeaba la vía.

La sociedad espero un largo tiempo mientras la montaña cedía al golpe de las hachas de los colonos que descuajaban la selva y después entrar a ejecutar actos de dueño, amparada en dudosos títulos y deslindes arbitrarios. Trama que generó desasosiego, intimidación, malestar e incertidumbre en los colonizadores rasos, por el poderío de esta infausta empresa que extendió sus tentáculos en territorios de Quindío y norte del Valle.

Los accionistas y representantes legales sustentaban un perfil político y socioeconómico de adalides de la patria, tal como: Manuel Antonio Sanclemente, Eliseo Payán, Rafael Reyes y Ezequiel Hurtado (expresidentes de la República); los presbíteros Rafael Aguilera y Juan N. Parra; señores Lucio A. Pombo, José Miguel, Marcelino, Silverio y Gabriel Arango, Juan de Dios Ulloa, Eduardo Holguín, Manuel María Castro, Eustaquio Palacios, Fortunato, José María y Narciso Cabal, Belisario Zamorano, Manuel U. Carvajal, Emidio Palau, C. H. Simonds, Elías Reyes, Leopoldo Triana, Alejandro y Juan de Jesús Gutiérrez , Manuel María Sanclemente, Norberto J. Gómez; el Banco Industrial de Manizales, y el Banco del Cauca.

Desde 1884 representaron la Burila, Marcelino y José Miguel Arango, padre e hijo, quienes durante los últimos tiempos de la guerra de 1900 y años siguientes hasta 1906, se hicieron propietarios de terrenos denominados: Maravelez, Pijao, Buenos Aires, Ceilán, La Palmera, El Gigante, Italia, Altamira, Cuba, Arcadia, y otros más.

¿Qué se podía esperar de estos “prohombres”, representantes de los poderes religiosos, políticos y económicos, ante las justas reclamaciones de posesión y derecho de baldíos ocupados por desarrapados e ignorantes colonos?

Los mercaderes de tierras despojaron a cincuenta mil colonos pobres, cuya única riqueza y poderío eran su trabajo y deseos de establecer su núcleo familiar lejos de la influencia de las guerras de fin de siglo XIX, para poder vivir en paz.  

El proceder de Burila fue rapaz, brutal e inhumano, igual o peor que el de sus similares Aránzazu y Villegas, caracterizado por el despojo a colonos pobres en la región del sur del estado soberano de Antioquía.

Los esbirros de la Burila se hicieron famosos en los recién fundados caseríos de Calarcá y Armenia por su arbitrariedad y agresividad. Cumpliendo órdenes de los accionistas, y en complicidad con las autoridades judiciales y de policía, despojaron con apariencia legal a los colonos. A los que se oponían les quemaban sus ranchos y cultivos, obligando a desocupar o pagar onerosos precios por la tierra que con sacrificio habían desbrozado.

Secuaces, sin expresión humana alguna, violentos, crueles, quienes en asocio de bravucones agrimensores de Burila, emprendieron a toda clase de bellaquerías y atropellos en contra de los poseedores de las mejoras en litigio.

Forasteros camorristas merodeaban las parcelas en líos con Burila, resguardados bajo grandes ruanas, aparecían por todas partes, miraban todo, no decían nada, solamente escuchaban. Su misión, acosar a los colonos para que desocuparan sus predios. Por las noches se dedicaban a destruir cercados, baldaban los ganados, destruían sementeras, incendiaban las casas de los colonos.  Todo encaminado a dar termino a los largos y constantes pleitos a través del terror. Se sospechaba, pero no se atrevían a señalar abiertamente a los responsables de los atropellos, por miedo a la represalia.

Las autoridades locales lideradas con los socios de la Burila, se hacían los de la oreja mocha.  Muchas autoridades estaban compradas por los representantes de la burila, a quienes pagaban su complicidad sufragando deudas de juegos de azar a los jueces y corregidores, que perdieron la plata de los depósitos judiciales en dichos juegos.

Agrimensores de La Burila, cortejados de autoridades judiciales y alguaciles, previo boleto por parte de los bravucones de la Burila, borrachos y agresivos se dirigían a las mejoras de los colonos para hacer efectivas las diligencias de lanzamiento.  Con engaños procesaban a los colonos, bajo el argumento de que no tenían derechos, al no contar con los títulos de propiedad.  Sin más preámbulos, se procedía al lanzamiento. Muchos sucumbieron y entregaron sus mejoras sin luchar, convirtiéndose en jornaleros o el éxodo silencioso en espera de cualquier cosa.

Don Catarino Cardona, maestro de escuela y tinterillo, fue el adalid en la defensa de los colonos. Ante la contundencia y efectividad de su acción legal y para impedir su actuar, certificaron falsamente que sufría de lepra, para poder recluirlo en Agua de Dios, en donde al término de un año y gracias a su experticia legal, logro salir para seguir la defensa de los colonos.

Redacto un memorial dirigido al gobierno central, que firmaron treinta mil colonos, en el que se pedía la anulación del acto administrativo por medio del cual se reconocía a Burila como la única dueña del territorio. Sólo en 1930 después de un largo y sangriento conflicto el ministro Juan Antonio Montalvo decide poner fin al asunto, mediante resolución del 26 de febrero, en la cual pone en pie de igualdad a colonos y Compañía:

El 12 de diciembre de 1912, el Ministerio de Obras Públicas, revocó todos los derechos sobre los terrenos de Burila. Los colonos cultivadores de la región a que se refiere la providencia pudieron solicitar, de acuerdo con el Código Fiscal y con las leyes, la adjudicación de sus mejoras.

 

Álvaro Hernando Camargo Bonilla.

 


viernes, 10 de septiembre de 2021

HOMICIDIO Y ROBO DEL FRANCES RUDECINDO STOCLEST, EN EL CAMINO DEL QUINDÍO. 1857.

 

MICRO HISTORIA  DEL PASO O CAMINO DEL QUINDIO.

HOMICIDIO Y ROBO DEL FRANCÉS RUDECINDO STOCLEST, EN EL CAMINO DEL QUINDÍO. 1857.



Gobernación de la Provincia del Cauca. Sección de Gobierno. Número 49. Buga, 30 de mayo de 1857, Circuito en el despacho de los negocios criminales. Cartago, mayo 19 de 1857.

Señor Secretario de Estado del Despacho de Gobierno.

Para conocimiento del Poder Ejecutivo y en cumplimiento de lo que se previno a esta Gobernación por aquella Secretaría, con fecha 18 de abril último, número 9°, tengo el honor de informar a usted, que por auto dictado por el Juzgado del Circuito de Cartago, con fecha 19 del que cursa, y del que acompaño a usted, una copia autorizada, se ha declarado con lugar el seguimiento de causa contra Honorato Varón, Rufino Diaz, Pedro José Castro, Manuel Velazco y Juan Antonio Solarte, por los delitos de homicidio y robo, ejecutados en la persona del súbdito francés Rudecindo José Stoclest.

Soy de usted. muy atento servidor, Ramón Sanclemente.

Vistos: Después de trescientos años en que la montaña del Quindío prestaba seguro asilo a los que la traficaban, tanto en sus personas como en sus intereses, sin que se hubiese presentado, en todo ese gran trascurso de tiempo, un hecho en que fuese sacrificada una víctima, por robarla, acaba de tener lugar un horrendo crimen, que por su naturaleza y circunstancias es de inmensa trascendencia. El desgraciado Prudencio José Stoclest, súbdito francés, sale de esta ciudad con dirección a la de Ibagué, emprendiendo su marcha sin compañero alguno, principalmente de la Aldea de Boquía para adelante, y aparece muerto violentamente en el punto denominado “Chuscal-largo” de la comprensión de este

Circuito, de cuyo acontecimiento se encuentra en los autos la comprobación bastante, por las diligencias que se registran a fojas 28,29, 115, 116 vuelta a 117. Justificado, pues, el cuerpo del delito, analizaremos los hechos para ver quienes sean los responsables. En el contadero de “Novilleros” se reúnen a Stoclest,  Rufino Diaz, Pedro José Castro, Juan Antonio Solarte y Manuel Velazco, y llegan juntos a “Boquía,” en donde los alcanza Honórato Varon: pernoctan en dicho punto el 12 de marzo último, y el 13 del mismo emprende su marcha el extranjero, y un poco después los enunciados individuos, los cuales al tomar la cuesta inmediata lo alcanzan, y dejándolo atrás, vuelve a unírseles en la subida de “Barsinal,” en donde se quedó componiendo sus mulas y trastos, y lo encontraron los señores, José Pio Duran, Manuel José Feijoo Marisancena, Jesús María Mendoza y Eustaquio Bonilla, que venían de Ibagué, a quienes pregunta Stoclest si había por allí una casa inmediata en donde pudiera quedarse, y contestándole que no, pero que podía hacerlo en una tolda que había en Chuscal-largo, ya muy inmediata, les dijo no lo hacía porque tenía desconfianza a esa gente. Añaden los citados testigos, que en el trayecto de Barsinal a Chuscal largo no hallaron otras personas que las que estaban en el sitio referido, y lo eran Varon, Diaz y compañeros. En la tarde del mencionado día 13 llega el francés a Chuscal largo, y convidado por Varon, Diaz y Castro para que fuese a acomodar las dos mulas en que conducía su equipaje, lo llevan por una vía que de aquel punto, y pasando por el camino antiguo del Incencial, sigue a Boquía, de donde regresan ya bastante tarde los individuos citados, sin el extranjero, que no volvió a verse más (declaraciones de Velazco y Solarte, fojas 86 a 88, 88 vuelta a 90 vuelta).


Estos testigos aseguran también que Varon, Diaz y Castro iban desde Boquía conferenciando, como que trataban cosas muy reservadas, y que el último de los mentados dijo en aquel sitio a Varon, “qué bueno para tirarse uno a este animal en esta montaña,” y aun cuando él ha confesado que si vertió tal expresión, fue con referencia a un macho que estaba enjalmando, se encuentra desmentido por las disposiciones de varios testigos que terminantemente dicen lo hizo con referencia al francés.

El 14 marcha Varon y sus demás compañeros, y van a dormir al pie de San Juan; ahí ordena aquel a Diaz saque lo que llevan en los hatillos, y este presenta cuatro paquetes forrados en tafilete verde, y abiertos los derraman sobre un bayetón, conteniendo una suma de mil pesos fuertes (declaración de Pedro José Castro, fojas 92 vuelta a 94 vuelta).

Reconocidas que fueron por este testigo las bolsas de tafilete verde que han venido a este Despacho y que servían de forro a los clarinetes que se hallaron junto al cadáver de Stoclest, asegura que son de las mismas en que iba el dinero que contaron Varon y Diaz en el sitio indicado, y las que en Boquía vio al francés, aunque ignoraba su contenido; corroborándose su dicho con el de Aparicio L. Guerrero.

Según se patentiza de las diligencias de reconocimiento, el cadáver de Stoclest fue hallado hacia el punto o en la dirección en que Solarte y Velazco indicaron había sido llevado por Varon, Castro y Diaz la tarde del 13, y a muy poca distancia del contadero de Chuscal largo. Sin embargo, de que el día 14 del mencionado mes duermen en Toche, Ulpiano Ángel y Heracleo Ochoa, y al día siguiente emprenden su viaje para esta, no encuentran en ninguna parte al francés, sucediéndole lo mismo a Manuel Gómez y a otras personas.

Aunque contra Solarte y Velazco no aparecen fuertes cargos, existe sí el de que iban juntos con Varon, Diaz y Castro; que se les repartió y recibieron una parte del dinero robado; y que no dieron cuenta a la autoridad respectiva del hecho de no haber vuelto el francés a la tolda de Chusca—largo oportunamente; tanto más cuanto presumían había sido asesinado, según ellos mismo lo han manifestado. En orden al robo de los intereses del relacionado extranjero, no cabe la más pequeña duda por la justificación legal que exhiben los autos.

Todos los hechos enunciados, diferentes, pero enlazados entre sí, y los mas que suministra el proceso, forman los indicios de que hablan los artículos 140 y 217 de la ley de 11 de mayo de 1848, orgánica de proceder en lo criminal; y en tal virtud, se declara: que hay el mérito bastante para someter a juicio a Honorato Varon, Rufino Diaz, Pedro José Castro, Manuel Velazco y Juan Antonio Solarte, por los delitos de homicidio y robo. En su consecuencia, redúzcaseles a prisión y prevéngaseles nombren defensor, si es que no lo hacen por sí.

Notifíquese. Rivera Gutiérrez, secretario.

En la misma fecha notifiqué el auto anterior a los procesados Honorato Varon y Manuel Velazco, y dijeron: que nombran de su defensor al señor Juan Agustín Uricoechea, y que apelan de este auto para ante el Superior Tribunal de este Distrito; y firma el primero, y por el segundo un testigo. — Honorato Varon. —Diaz. —Testigo, Francisco Antonio Martínez—Rivera Gutiérrez, secretario. —Es copia. —Cartago, a 22 de mayo de 1857—Wenceslao Rivera G, secretario.

EDICTO:

Citando a los que se crean con derecho a los bienes del finado súbdito francés

José Prudencio Stoclet.

República de la Nueva Granada.

Juzgado del Circuito. —Número 37–Cartago, agosto 17 de 1857.

Al señor Secretario de Estado del Despacho de Gobierno.

Tengo el honor de acompañar a usted un edicto, para que se sirva disponer su publicación en la Gaceta Oficial, a fin de que llegue a noticia de los que se crean con derecho a los bienes del finado José Prudencio Stoclet, y hagan los reclamos que tengan por conveniente. De usted obsecuente servidor, "Jesús María Zorrilla.

La República de la Nueva Granada, y en su nombre el señor Juez

del Circuito en el Despacho de los negocios civiles,

HACE SABER,

Que en el expediente mortuorio de José Prudencio Stoclet dictó el señor Juez un auto, en 14 del presente, que copiado a la letra dice así: “Habiéndose practicado judicialmente los inventarios y avalúos de los bienes pertenecientes al súbdito francés José Prudencio Stoclet, cítese a los que se crean con derecho a los expresados bienes por edicto fijado por treinta días en la puerta de este Despacho, remitiéndose igualmente copia de este auto, con inserción de los inventarios practicados, al señor Secretario de Estado en el Despacho de Gobierno, para que se sirva mandarlo publicar en la Gaceta Oficial para los efectos legales.

Zorrilla. —Peña, secretario.

Los inventarios y avalúo de que se hace mérito son los siguientes:

 

Dos monedas oro inglesas, a 5 fuertes cada una.

Una moneda de oro francesa de 40 francos, en 8 fuertes.

Una id. de oro de la República de Chile, en 4fuertes. dos id. de oro sardas, a 4 fuertes cada una

Dos id. de oro españolas, a 2 fuertes cada una.

Una id. de oro granadina, en 2 fuertes.

Otra id. de oro en un fuerte.

Dos águilas norteamericanas, a 20 fuertes cada una.

Seis onzas de oro de la República de Chile, a 16 fuertes cada una.

Cuatro id. de oro granadinas, a 16 fuertes cada una.

50 cóndores del cuño de Bogotá y Popayán, a 10 fuertes cada uno.

145 monedas de oro francesa, a 4 fuertes cada una.

Cinco clarinetes, en mal estado, a 5 fuertes cada uno.

Cinco corbatines, dañados, sin valor.

Dos manillas de cuentas en número de 27, a dos y medio centavos.

Dos y media docenas botones concha, en diez centavos.

Una jeringa de inyección, en veinte centavos.

Un candado con llave, en veinte centavos.

Una cuchara de fierro, sin valor.

Una brocha y cepillo, sin valor.

Un cepillo, en diez centavos.

Veinte plumas de metal, sin valor.

Seis llaves sin valor.

Una cachucha de género, sin valor.

Un sombrero de fieltro, sin valor.

Un sobretodo de hule, sin valor.

Un par botines carraos, sin valor.

Una cobija de lana vieja, sin valor.

Un lazo de fique, sin valor.

Una cartera, sin valor.

Dos frascritos de vidrio, sin valor.

Unos papeles en francés que contienen facturas y certificaciones.

Por tanto y para que llegue a noticia de los que se crean con derecho a los bienes del citado Stoclet, se libra el presente, que es dado en Cartago a 17 de agosto de 1857.

Jesús María Zorrilla. —Ramon A. de la Peña, secretario.