COSMOGONÍA DE BUZIRACO.
DIVINIDAD INDIGENA; PARA LOS IBERICOS DEMONIO.
Descrito en diversos relatos como
un ente de gran tamaño, con forma de murciélago gigante, cuernos y una risa
penetrante. Se aparecía montando un caballo y una lanza en la mano, y un gran
sombrero de paja en la cabeza.
De todo el año eran dos días los más
famosos de su revelaciones, la noche de San Juan y la de la natividad de
Cristo, queriendo hacerse estimar y que los pobres indios dejasen de acudir a
lo que la santa madre Iglesia les ordenaba en noches y días tan festivos.
Los indígenas le construían un bohío
(que siempre se le tenía en el pueblo o la montaña, a escondidas de los
españoles, y en especial del cura doctrinero), en donde colocaban una tinaja
grande como de a seis arrobas (que en el Nuevo Reino llamaban moya), llena de agua.
A la media noche se congregaban
dentro del bohío el mohán (hechicero) y los indios e indias más viejos del
pueblo; de ninguna manera jóvenes (receloso que los jóvenes revelaran el
secreto), y a medida que iban entrando las mujeres se iban quitando sus
collares, manillas y otras piezas de oro y lo arrojaban dentro de la moya, y el
mohán (hechicero) previamente tenía
depositadas en la misma vasija hojas y polvo de tabaco, como principal preparatorio
de la ceremonia que luego se hacia.
Al estar todo dispuesto y la gente
en el bohío, inmediatamente se solicitaba al cacique, como lo hacían meneando
sus chaquiras, a cuyo son le veían y oían con brevedad dentro del agua de la
moya, cuyo resplandor era el del progenitor de
las tinieblas. A partir ahí, haciendo ruido en el agua, como seña de que
estaba presente, les hacía una breve oración, dándole gracias del bien que les
proveía y de que hubiese querido venir a ser honrado esa noche, que los
cristianos honraban el nacimiento de Cristo y San Juan.
Los asistentes, en profundo silencio,
oían bien el susurro que Buziraco hacía en el agua, dando a entender que se
bañaba y frotaba a prisa con las hojas de tabaco todo su cuerpo, y haciendo una
pausa de cuando en cuando, llevaba a la boca el tabaco en polvo y lo expelía a
todos, y todos los presentes hacían lo mismo con los que cada cual tenía al
lado.
BUZIRACO LES PLATICABA.
Manifestaba que él no era tacaño,
antes deseaba darles muchas cosas, y que volvieran a sacar sus collares,
zarcillos y alhajas de oro de la tinaja y se las llevaran de nuevo, que él sólo
quería la fiesta, el tabaco en hoja y polvo, porque eran muy gustoso sustento;
y que trasladaran el agua donde él se había purificado, y rociaran sus cuerpos
y sus casas, para que santificaran, como los conquistadores lo hacían en las
suyas con el agua bendita de la iglesia. Una vez cumplida el ceremonial,
desaparecía Buziraco, y se acababa la celebración. Esté fue el ritual que los españoles
descubrieron de como los indígenas medio de invocaban al demonio (para los
indígenas su divinidad), circunstancia derivada de haber encontrado el bohío
con esta tipologías en diversas lugares de las tierras conquistadas.
Por: Álvaro Hernando Camargo
Bonilla.
Fuente: Cronistas de Indias en la
Nueva Granada. Capitulo IX. (1536 – 1731). Libro al Viento. Secretaria de
Cultura, recreación y deporte. Instituto Distrital de Artes. Bogotá.