viernes, 22 de agosto de 2025

TIGRERO EN EL PARAJE DE TRAVESIAS

Los corbones —árboles gigantes encendidos por la llamas durante las quema. 

Jesús María Ocampo le preguntaba a Arsenia, su esposa, ¿ como hago para evitarme los viajes a Calarcá y a Salento en busca de víveres?, a lo que respondido Arsenia: ¿Por qué no carias a Juan Antonio Ospina y a don Gabino para que levanten una fonda? , y Tigrero le replico—Muy buena idea, mija, vamos a ponerla en práctica

La fonda surgió como epicentro de la colonización, al final de la jornada de arriería, en los cruces de caminos, en donde compraban y vendían sus productos, y realizaban sus jolgorios en que participaban todos colonos, que furtivos disfrutaban de los amores y placeres de voluptuosas mujeres y otros a negociar los tesoros de guacas, y a la compraventa de ganados y cosechas, actividad acompañada de  juego de  naipes y consumo del sabroso tapetusa fabricado en alambiques clandestinos, acompasados con la música surrunguera  que alegraban las noches de la fonda. 

LEYENDA DE LA LAGUNA DE MARAVELES.

«La laguna de Maravélez» Las mencionadas leyendas afirmaban que veían arder las montañas, inflamadas por el oro que poseían.  En los peñascos y cuevas de Peñas Blancas se escuchaban bandas de música y sonidos de campanas, como en la cueva de Tambichuqui.

La candileja

La Candileja es una bola fuego de tres penachos de candela, como brazos como tentáculos. Perseguía a borrachos, infieles y a padres de familia irresponsables, también a los viajeros que transitan en horas avanzadas de la noche. Según cuentan hace muchísimos años había una anciana que tenia dos nietos a quienes consentía demasiado, tolerándoles hasta las más extrañas ocurrencias, groserías y desenfrenos. Las infantiles ocurrencias llegaron hasta exigirle a la viejita que hiciera el papel de bestia de carga para ensillarla y luego montarla entre los dos; la abuela accedió en el acto para la felicidad de sus dos nietos, quienes anduvieron por toda la casa como sobre el más manso cuadrúpedo. Cuando murió la anciana, San Pedro la recriminó por la falta de rigidez en la educación de sus dos pimpollos y la condenó a purgar sus penas en este mundo entre tres llamaradas de candela que significan: el cuerpo de la anciana y el de los dos nietos.

El trespiés, ave agorera cuyo canto —según algunos— anuncia la muerte de algún vecino.

Figura petulante de Piquillo, montado en mula negra de inquietudes luciferinas. Nadie sabía de dónde salió aquel personaje de maneras simpáticas, pero rodeado de una especie de misterio. Los ojos chiquitos sonreían más que la boca relumbrante por los casquetes de oro. Afirmaban que sabía toda clase de magias porque tenía contacto con el diablo, y que dominaba la ventriloquía por completo.

— ¿Dónde aprenderá tantas marrullas Piquillo? —le consultó María Arsenia a Tigrero.

—En las guerras civiles, mija. Ese hombre ha sido un demonio. Su hechicería y sus agüeros nos han traído borrascas de sugestiones. cundió la noticia de que Piquillo se transformaría en jabalí para amedrentar a las sencillas gentes.

—Pero dicen que sos transformista y que llevás monicongo...

—Tal vez, porque las brujas vienen y les forman trenzas en las crines.

—Yo las he visto, padre, rodando como bolas de fuego sobre la montaña.

A las nueve de la noche los colonos se encontraban tranquilos en sus hogares, cuando escucharon un ruido gigantesco que arropaba el caserío. Algunas esposas de los colonos creyeron que se trataba del Enemigo Malo; otras afirmaron haber visto un águila inmensa que llevaba fuego en el pico y trazaba letreros mágicos en la atmósfera. Aseguraron las últimas que habían sentido caer una piedra, como así lo era, lo cual fue creído por la mayoría, pues el estremecimiento de la tierra hizo vacilar la capillita. Incapaces de comprender los fenómenos que se producen en la naturaleza, especialmente al caer un aerolito, las mujeres y varones del colonizaje buscaron refugio en la oración como lo hacían siempre cuando los envolvía la tempestad o el terremoto sacudía sus viviendas. Piquillo descubrió la concavidad abierta por la caída de la gran masa mineral y las mujeres no quedaron contentas sino después de que el Padre Valencia fue con ellas en nutrida procesión y esparció agua bendita en el sitio en donde se había sepultado por su propio peso la piedra estratosférica.

 

Los espíritus, los duendes, espantos, agüeros y brujas. Zabulón Noreña y los colonos del cerro de El Berrión.

Zabulón Noreña, amigo de Tigrero, representaba el tipo del orador de vereda. Creía en duendes y en brujas, y a tal punto llegaba en la sugestión de los agüeros, que muchos lo creían chiflado. Su cultura desordenada la había adquirido leyendo códigos en la cárcel de Popayán, lugar en donde estuvo largo tiempo a consecuencia de un pleito sobre linderos en que se vio envuelto. Creía en duendes y en brujas.

 

Comprendía él que Catarino había luchado hasta el cansancio por lograr que la compañía de Burila dejara tranquilos a los colonos en la posesión de sus pequeños cultivos, sin lograr conseguirlo.

El encarcelamiento de unos pobres colonos del cerro de El Berrión, hizo de Zabulón reuniera ochenta campesinos para sacar a los que están en la cárcel.

“los pueblos viriles se han hecho de sí propios con la escopeta y la ley”. Así lo quieren las mismas almas de los Pijaos y los Quimbayas que prefirieron la muerte a la esclavitud. Nosotros no queríamos llegar a estos extremos, porque somos una raza pacífica de labriegos. Pero los Agentes de la Burila nos han compelido a la revuelta, al aplicarnos el despojo como si fuéramos colonos clandestinos y violentos.

Y en desbordante tropel, los campesinos se derramaron por las vertientes con dirección a Calarcá, y en barahúnda incontenible irrumpieron en las calles del corregimiento. Cuando se hallaron frente a la cárcel rompieron la gruesa puerta y dieron escapea a los campesinos que se encontraban allí detenidos por asuntos de tierras. El lisiado Erasmo fue llevado por alguno de los hombres más fornidos, y entre los disparos de los alguaciles huyeron a Peñas Blancas.

Al otro día, saboreando una deliciosa lechona, Zabulón les explicó así con férvidas palabras:

—Por los lados de estas cumbres vivió el Cacique Calarcá con sus compañeros de raza, los Pijaos. Los españoles quisieron esclavizarlos pero no lograron conseguirlo en cuarenta años de tenaces luchas. Si nosotros, que somos alma y espíritu de la gleba, nos dejáramos subyugar por los poderosos, estoy seguro que se removerían con rabia las cenizas de aquel valiente cacique, a cuyo recuerdo se estremecen estas montañas.

—Todavía vibran —arguyó un colono mozo—, porque en ciertas noches se oyen en Peñas Blancas murmullos largos y músicas de instrumentos raros...

—Nosotros —dijo Florinda— hemos oído rodar los peñascales hasta caer en los vaguadones del río. Pero al día siguiente notamos que las rocas están intactas y que nada ha sucedido.

—Sin duda son los gandharvas, ángeles de la vibración, o las mismas almas de los Pijaos que todavía custodian sus dominios por los cuales perecieron —agregó Zabulón—. Sepan que el Cacique Calarcá, fuerte y hermoso como ninguno de los Pijaos, reunió a su pueblo en esta cordillera, y le habló de este modo en su lenguaje:

Habéis de saber que en mis sueños se me presentó Lulumoy y me dijo cómo una raza de blancos usurpadores, en nombre de testas coronadas, habrá de venir a perseguirnos y acorralarnos en nuestra propia tierra. Es preciso que nos preparemos para defendernos. Tenemos jefes guerreros como Quincuima y Matora que no los tienen tan buenos los Quimbayas, así sean ellos Consota o Tacurumbí, y somos tenaces porque estamos acostumbrados a vivir en la guerra. Yo he buscado estas cumbres para habitar, porque en ellas sólo medran los huracanes. La raza de conquistadores audaces regará por todos los caminos nuestra sangre, nuestros propios huesos. ¡Les pelearemos! Y cuando nos exterminen —si es que lo consiguen— Tulima se cubrirá de blanco al igual de los fantasmas, y el dios Lulumoy hará que en esta cordillera cuaje una roca blanca, retadora y altísima, como recuerdo de nuestros huesos irredentos y de la infamia de los expoliadores. Esta roca podrán verla los indios Quimbayas si nos sobrevivieren, lo mismo que las generaciones que habrán de venir después a habitar en estos dominios, de cualquiera de los sitios Quindianos en donde se hallaren.

Los Pijaos fueron perseguidos y aniquilados por los españoles y apareció embutido en la montaña el roquero audaz y desafiante que los recuerda. Y con voz solemne terminó Zabulón:

—En estos pueblos del Quindío, como ustedes bien lo saben, llamamos estas rocas “Peñas Blancas”.

Horas después, claridades celestes quebraron sus luces sobre la bigornia de la cordillera y un cuarteto de instrumentos musicales, con denuedo cadencioso, trinó exquisitas congojas. Eran músicas tristes, con dejos de arias y de endechas, las que a veces desparramaban sus resonancias dulces en el convivio familiar; ya eran alegres, con crescendos de borbollón y remilgos de bambuco. Pero todas ellas, si alegraban momentáneamente, iban dejando con el avance de las horas una amargura en el alma, un escozor muy parecido al que proporcionan ciertos licores espirituosos. ¡Músicas cosmopolitas que vinieron de llanuras mediterráneas o de sitios costaneros de la patria; músicas errabundas que tuvieron tal vez su origen en las sápidas tierras de los Santanderes, en las planicies de Cundinamarca o en los hondones del Cauca, pero que al ponerse en contacto con el nuevo ambiente, hicieron nacer ritmos inéditos en el sensorio artístico de hombres ignorados que sabían ludir los cordajes instrumentales produciendo gemidos viriles o reminiscencias telúricas...! Una lámpara primitiva, con curvaturas de arpa, presidía la fiesta como si el alma de Terpsícore estuviera representada en ella para foguear la diversión de los campesinos.

Fondas

—Minutos después se retiraron silenciosos. Bajaron al río y enrumbaron hacia la fonda de Francisco Arango, situada en el desemboque de tres caminos.

Usted por ejemplo, me dijo cierta vez, que prefiere trabajar en esta fonda y no en una parcela.

Naturalmente, porque la tierra que yo cultivaba me la quitaron.

—Me alegro que así sea. Por mi parte los invito a que vamos a visitar la tumba de Tigrero.

—Vamos allá —confirmaron entusiasmadamente.

Los campesinos treparon la cuchilla y llegaron al sitio indicado. Allí se desmontaron y permanecieron en actitud reverente.

Con voz emocionada, y en tono cadencioso, expresó Zabulón estas palabras:

—Danos, ¡oh! Tigrero, de esa valentía tuya que siempre fue tu distintivo para no retroceder ante nadie; queremos de esa tu fuerza, tú que venciste las fieras de estas montañas. Anhelamos poseer algo de esa agudeza de tus ojos y de esa fortaleza deseosa que te acompañó siempre al luchar por el engrandecimiento de los pueblos. No nos des de tu dolor terrible, que ese ya lo hemos saboreado en la carne de nuestros propios compañeros. Si así fuere, juramos ante esta tumba marchar unidos hasta conseguir la libertad de estas tierras por las cuales nos hemos sacrificado durante varios años.

—Juramos —dijeron los campesinos.

“TIGRERO” Y LA FUNDACIÓN DE ARMENIA.

 La fundación de Armenia se atribuye a Jesús María Ocampo Toro, alias "Tigrero", un líder nato y carismático que promovió la creación del pueblo después de superar discrepancias con el corregidor de Calarcá. La historia de la fundación está llena de detalles fascinantes sobre la colonización y la búsqueda de oportunidades en una región inhóspita pero llena de potencial.

En conclusión, los mitos y leyendas relacionados con la fundación de Armenia reflejan la rica cultura y la conexión con la naturaleza de sus habitantes. Estas historias siguen siendo relevantes hoy en día, ofreciendo una visión fascinante de la tradición oral y la mitología de la región.

Historia que combina elementos de aventura, colonización y la búsqueda de oportunidades en una región inhóspita pero llena de oportunidades para los colonos que se avecindaban.

"Tigrero", un líder nato, un hombre carismático y decidido que promueve la fundación de Armenia.

En el proceso de poblamiento se destaca la presencia de aventureros y guaqueros como Desiderio López, Macuenco y el padre Casafú que se dedicaron a la buscada de riquezas en las tumbas indígenas, y que contribuyeron a urdir la historia e idiosincrasia.

Condiciones sociales como el lenguaje, descripción de la naturaleza y costumbres de la época hacen que la narración sea viva y atractiva.

Este relato sobre "Tigrero" y la fundación de Armenia, en el departamento del Quindío, es fascinante, cuenta el acontecimiento colonizador y la búsqueda de oportunidades en una región inhóspita pero llena de potencial.

"Tigrero", líder nato, carismático y decidido impulsó la fundación del pueblo después de superar discrepancias con algunos personajes que ostentaban el poder, como es el caso del corregidor de la naciente Calarcá.  

“Tigrero” fue el principal fundador de Armenia. Él mandaba, él disponía. Como les decía en antes, ¡era un hombre de todo el ancho!  Le gustaban las mujeres y ese era su elemento. Decía: “La vida sin mujeres es como un velorio sin velas”, y se torcía los bigotes.   Ellas se morían por él, por lo macho, porque no tenía agüero y por bien cogido.  Había que verlo los domingos cuando se engalanaba con calzón de dril blanco, su camisa rayada, su sombrero aguadeño y su cinturón ancho con ojetes de cobre. Prendía el tabaco y se echaba de para atrás el carriel, como quien no quiere la cosa y empezaba a golpearse los muslos con los ramales de la cubierta del machete, y entonces sí: ¡Ay sos camisón de cuadros! Se les iba la baba por él a todas esas montañeras.

¿Y para el juego? ¡Ni lo piensen! En eso sí que era fuerte el hombre. A uno le daban escalofríos cuando él ponía el dedo delante de un montón grande, se echaba el sombrero para atrás, guachaquiniaba los dados y decía: “¡Pago a todos!

En el juego de cartas era que había que verlo.  Al naipe lo llamaba “el librito” y cuando lo tenía en la mano decía: “Vamos a ver que nos dice el librito de las hojas despegadas” …Barajaba con rapidez tan grande que no se le veían casi los dedos y cortaba en el aire y sabia el juego de los otros y era como si las cartas le nacieran de la palma de la mano.

Para el aguardiente también era rasgado y nadie era capaz de emparejársele. Se mandaba unos dobles que a uno le hacían chocoliar. ¡Y aguantador como él solo! Podía tomar toda la noche y amanecía fresco, como una mata de chilca.

- ¿Y para la pelea qué tal era? - Eso era lo que sabía.  Concia todas las paradas desde el machete migao hasta la parada del Ángel, que es muy trabajosa.  Se envolvía la ruana en una mano y en la otra agarraba la peinilla y había que verlo.  Era recio en el empuje y ágil en el quite.  Siempre se mostraba liso, voluntarioso y acosador, pero tenía muchas noblezas… Tigrero nació para la montaña como la hormiga para la tierra y la montaña lo mató”.[1]

-A “Tigrero” se le metió en la cabeza fundar un pueblo en este lado del río Quindío.  Todo fue por un disgusto que tuvo con Eliseo Ochoa, que era corregidor del caserío de Calarcá. Ellos habían planeado hacer un puente en el paso de San Pedro, para cruzar a la cabecera, porque en invierno el rio Quindío no lo vadeaba nadie. Se salía de madre y tronaba como un condenado por ese cañón abajo, arrastrando árboles desraizados, rastrojo y animales; en fin, todo lo que ustedes quieran.

Quedaron convenidos para un convite un día sábado y Eliseo Ochoa lo dejo metido.  Yo ya le había dicho a “Tigrero”: “ese corregidor no me gusta porque es como el querques que se muerde los dedos cuando se siente atrapado.  Nos dejó, pues metidos con los tabacos, el aguardiente y la carne de marrano para el sancocho del almuerzo que había recogido entre los pudientes Prudencio Cárdenas, que era como el Sangrero del convite.  Entonces, después de mucho esperar, “Tigrero” se puso muy bravo y se fue para Calarcá donde Eliseo Ochoa a hacerle el reclamo.  Se lo encontró en la cantina de Segundo Henao y le dijo que eso no se hacía, que tuviera palabra, que si los hombres eran hombres era para eso, para sostener la palabra empeñada y otras cosas así.  Entonces se armó la del diablo y lo tuvieron que coger Enrique Nieto y Servando Castaño que estaban allí y todo para evitar una desgracia.

Entonces “Tigrero” mando llamar a los Suárez a Salento, porque ellos le habían propuesto un negocio de montar una fonda.  Los Suarez se llamaban Alejando y Jesús María y eran dos rionegreños muy trabajadores que mantenían muchas ganas de meterse a la hoya a jalarle a cualquier negocio. Estaban aburridos en Salento, por la persecución política, porque ellos habían peleado en la guerra del 85 y las autoridades les tenían ojeriza y muy mal modo.  Después de que llegaron allí habían tenido desventuras y sufrimientos por lo de la guerra.

Cuando bajaron los Suarez nos pusimos a echarle el ojo a una tierra para la fundación.  Éramos como treinta. Nos gustó mucho un punto que llamaban Potreros y nos pegamos a trabajar, a trabajar en convites todos los sábados, hasta que hicimos el primer desmonte.  Los hombres aventando hacha y voliando machee y las mujeres, unas al pie del fogón y otras sirviendo aguardiente.  Todo mundo tenía oficio y lo hacíamos contentos.

Como a ms volvimos y no nos gustó ya el abierto.  Empezamos a verle inconvenientes, que el agua esto, que el agua lo otro, que la humedad por aquí, que el calor por allá, que la pendiente buena, que la pendiente mala, en fin, que no era lo que buscábamos Yo creo que los pueblos no debíamos fundarlos los montañeros.  Uno no ve más adelante y hace muchas pendejadas.

-Y si no somos los montañeros, ¿quién va a ser entonces? - preguntó Fortunito.

Eso mismo digo yo –comento Severiano- pero pregunto: ¿Quién los funda? ¡Nadie! Los pueblos se hacen casi solos, por la necesidad.  Principia la cosa en una fonda, digamos en un crucero de caminos, después viene una casa al lado, después otra al frente y empiezan a agruparse más casas, a agrandarse el caserío por los dos caminos.

Entonces los vecinos dicen: “hace mucha falta la iglesia” y las mujeres empiezan a recoger para hacerla.  Que una escuela, que una casa cural, que el cementerio, que una plaza, y cuando uno menso acuerda eso se vuelve un pueblo.  Los antioqueños son los machos para hacer pueblos en cualquier falda.  Ellos no buscan sino el agua y dicen: “donde hay agua, hay pueblo, lo demás sobra”.

-Luego prosiguió el viejo-, inspeccionamos una mejora del padre Sebastián Restrepo, un cura que vivía en Medellín y hasta allá le mandamos un propio para que negociara con él y no hubo trato porque pedía quinientos pesos, es decir esta vida y la otra, y nosotros no teníamos toda esa plata.  La finca Armenia no nos gustó por la ardentía del clima y eso que si tenía una buena localidad para poblar.  Ya nos estábamos aburriendo con tanto perque y tanta titubiadera cuando encontramos la mejora que tenía, como colonos pobladores, Juan Antonio Herrera y José de los Reyes Santa.  Era poco más de una plaza de abierto y mucho monte.  La compramos por cien pesos.

Recuerdo muy bien –comentó Venancio- que la primera reunión para nombrar junta pobladora la hicimos en una ramada de guadua, de vara en tierra y techada con hojas de platanillo que tenía Ignacio Martínez, uno que llamaban “el godo”.  Allí se ordenó que para tener derecho a solar había que avecindarse al nuevo pueblo y pagar cinco pesos de ocho décimos por un solar de ocho varas a la plaza pública y cuarenta varas de centro; dos pesos por solar de las mismas medidas con frente a las primeras y segundas manzanas; y un peso por solar con frente a las otras.

-Cuando se supo la noticia de la fundación, la gente de Antioquía empezó a inventar viaje para acá –continuó diciendo-, había que ver el camino del Manzano lleno de familias enteras.  Era como si se hubieran venido de huida de una peste. ¡Traían de todo! Hasta guitarras y tiples venían en los sobornales.  Esos eran muchos hombres, ¡carajo! ¡Gente empujosa! Porque para meterse uno por esos caminos necesitaba ser de fierro.  Y las mujeres… ¿qué me dicen de las mujeres? ¡Esas sí que daban ejemplo! Juerciaban con los animales lo mismo que los hombres, enderezaban las cargas, volvían a liar las flojas y ayudaban a la bestia en los pasos malos.  Porque esos no eran caminos sino tragadales y los animales se enterraban hasta el pecho y muchas veces había que sacarlos con alzaprimas de madera verde.

 

Todos los días llegaba gente forastera.  Venían artesanos, negociantes, agricultores, carniceros, de todo… Hasta un tullido vino, lo trajeron en una parihuela y tocaba el requinto y cantaba muy alegre, pues no tenía impedimento para tocar el instrumento porque solo era tullido del ombligo para abajo.”[2]

“Los colonos después de la primera quema, sembraban tabaco y maíz… La fiebre del tabaco llego con la fiebre de la colonización.

“Los hombres del resguardo: almas de cieno, vidas mutiladas en su albedrio.  Venían de los subfondos, de los abrevaderos clandestinos, de la colonia de Boquía. Bastaba pegarles una placa de latón en el pecho y tomaban carácter.”[3]

“El Sangrero recogió las mulas en un cornijal de la manga y luego le empujo con el perro y el zurriago por los trillos arriba, hasta hacerlas salir a la puerta de golpe, que se abría a pocos pasos de la fonda.  Mañosamente les puso los cabezales de lazo y llamo a los arrieros para que las aparejaran.  Los animales tenían húmedo de recio el pelo de las cernejas y despedían un olor áspero de yaragua. Los arrieros les echaron encima los sudaderos de vaqueta engrasados con sebo de riñonada y sobre estos montaron las enjalmas, unciéndoles pos pretales y las retrancas, antes de apretar, ayudándose con la rodilla, la faja de las cinchas.”

“Carmelina le trajo una bebida fresca de hojas maceradas de verbena negra con raíces de zarpoleta.  También un poco de quinina”.[4]

“El Quindío es muerte para nosotros, pero apenas se haga a las manos del hombre será vida para los que vengan detrás”.[5]

“Había mucho guaquero en el lugar… Las autoridades, a petición de la Burila, habían prohibido la guaquería en lo que ellas llamaban las tierras de La concesión”.[6]

 

“Los guaqueros, atados obstinadamente a sus premoniciones, se vieron precisados a buscar unas tierras casi deshabitadas.  Abandonaron el Pueblo del Muerto,  Calle Larga, Pueblotapao, Platanillal, y Hojasanchas y se adentraron a las montañas de Alejandría, al otro lado de Montenegro, siguiendo  las noticias que señalaban la existencia de un pueblo ciego, presumiblemente rico”.[7]

“Desiderio López y Macuenco llegaron al atardecer con sus líos de ropa y sus medicañas. La jornada había sido larga porque antes, en las horas de la mañana, habían hecho un desvío hasta Piamonte para enterarse de los cateos de Lisandrino.  Cuando llegaron a la fonda, ya Patebarra y otro guaquero de nombre Aristipo habían sacado una guaca zarca de bóvedas calzadas, buques entoñados y tierra quintosa, pero bien cernida.  También una terronuda.  La noticia cundió: sesenta libras de oro en la Borrascosa y unos pocos torzales en la de nicho.”[8]

Demetrio Salazar y el padre Casafú estaban allí desde temprano.  Casafú era como un desperdicio de la Guerra de los Mil Días. Un cura cejón y boquiflojo, hecho de una extraña mezcla de materiales contradictorios: virtud y vicio, fuerza y debilidad.  Un cura sin preceptos y sin amarras rigurosas, suelto como un animal de monte. Demetrio un gastero ambicioso.”[9]

“-Con Macuenco sacamos un armadillo cerca de Maravélez –dijo Casafú-. Cuando el reparto, lo echamos a la suerte y me tocó.  Después lo jugué contra un caballo de paso, una ruana y un carriel de nutria y me lo ganaron.  El armadillo tenía la cabeza de oro de veintidós quilates y el resto de tumbaga.  Lo sacamos en una guaca de taqueo, que generalmente son pobres porque son entradoras.  Macuenco me dijo: “Esta parece mala, pero el guaquero de ley no retrocede, aunque sepa que no va a barrer sin trastos”. Yo le contesté: “El oro no importa, lo que importa es la esperanza, el hambre del corazón, el hurgar en las cosas desconocidas.  Vamos a sacarla”. Y tenía oro.

-Se goza y se sufre. De todas maneras, hay algo que nos arrastra –insinuó Desiderio.

-Como dice el padre Casafú, uno no busca el oro, uno busca es como la aventura, como la casualidad.  El oro siempre se le va a uno de las manos –dijo Macuenco haciendo un gesto desilusionado-. En cada guaca uno encuentra una historia distinta.  El indio importante con todas sus riquezas, el indio pobre con su collar de lágrimas de San Pedro o de dientes de jabalí.  Lo mismo de siempre. Cuando saque la guaca del cacique de Puertoespejo, me sucedió una cosa bien rara.  Después de tirar mediacaña toda la mañana, encontré un cateo de guaca sucia, con tierra negra, carbón, de madera, ceniza, tiestos y piedras. Y pensé: “¡Carajo!, esa maldita se me va a amargar”.  Monté la manigueta y trabajé toda la tarde como un gurre.  El canasto subía y bajaba sacando la carga, Como a los tres metros apareció una tierra pantanosa que me hizo caer el corazón. “Esta debe ser la tumba de un indio ladrón”, pensé.  Cuando tope con tierra seca, antes de llegar a la bóveda, la cosa cambio y me vino la confianza.  Llevaba dos días de cavar y manguetear cuando descubrí el patio.  ¡Qué lindo patio! Y empecé a barrerlo como loco.  Tiré la barra a un lado y me puse a trabajar con las manos, con los pies, con las uñas.  Había tres libras de oro. Pero oigan esto: había tres cadáveres de indios enmochilados en costales de bejuco. Una cosa bien rara.

-Eso no es raro- afirmó Demetrio, dándole a la voz tono de convicción-  Eso lo hacen con cristianos vivos, ¿qué de raro tiene que lo hagan con unos indios muertos?  ”[10]

“Desde la densa tiniebla del monte llegaba el canto viscoso del paujil”.[11]

“Los regatos fulgían como pedazos de charol en la tierra desnuda del camino.  La parihuela alta, izada sobre los hombros, empalidecía la tarde con su color blanco de sábana.  Al pie de ella se alzaba la fila de los brazos, Detrás de ella caminaba la fila zonza de los ojos…[12]

 

Fuente: Bahena Hoyos Benjamín. El río corre hacia atrás. Carlos Valencia editor. Bogotá 1980

 

Por: ALVARO HERNANDO CAMARGO BONILLA



[1] Bahena Hoyos Benjamín. El río corre hacia atrás. Carlos Valencia editor. Bogotá 1980

 

[2] Ideen pág. 121-124

[3] Ideen pág. 190

[4] Ideen pág. 221

[5] Ideen pág. 223

[6] Ideen pág. 231

[7] Ideen pág. 232

[8] Ideen pág. 232

[9] Ideen pág. 232

[10] Ideen pág. 233, 234, 235

[11] Ideen pág. 235