TIGRERO EN EL PARAJE DE TRAVESIAS
Los corbones —árboles gigantes encendidos por la llamas durante las quema.
Jesús María Ocampo le preguntaba a Arsenia, su esposa, ¿ como hago para evitarme los viajes a Calarcá y a Salento en busca de víveres?, a lo que respondido Arsenia: ¿Por qué no carias a Juan Antonio Ospina y a don Gabino para que levanten una fonda? , y Tigrero le replico—Muy buena idea, mija, vamos a ponerla en práctica
La fonda surgió como epicentro de la colonización, al final de la jornada de arriería, en los cruces de caminos, en donde compraban y vendían sus productos, y realizaban sus jolgorios en que participaban todos colonos, que furtivos disfrutaban de los amores y placeres de voluptuosas mujeres y otros a negociar los tesoros de guacas, y a la compraventa de ganados y cosechas, actividad acompañada de juego de naipes y consumo del sabroso tapetusa fabricado en alambiques clandestinos, acompasados con la música surrunguera que alegraban las noches de la fonda.
LEYENDA DE LA LAGUNA DE MARAVELES.
«La laguna de Maravélez» Las mencionadas
leyendas afirmaban que veían arder las montañas, inflamadas por el oro que
poseían. En los peñascos y cuevas de
Peñas Blancas se escuchaban bandas de música y sonidos de campanas, como en la
cueva de Tambichuqui.
La candileja
La Candileja
es una bola fuego de tres penachos de candela, como brazos como tentáculos.
Perseguía a borrachos, infieles y a padres de familia irresponsables, también a
los viajeros que transitan en horas avanzadas de la noche. Según cuentan hace
muchísimos años había una anciana que tenia dos nietos a quienes consentía
demasiado, tolerándoles hasta las más extrañas ocurrencias, groserías y
desenfrenos. Las infantiles ocurrencias llegaron hasta exigirle a la viejita
que hiciera el papel de bestia de carga para ensillarla y luego montarla entre
los dos; la abuela accedió en el acto para la felicidad de sus dos nietos,
quienes anduvieron por toda la casa como sobre el más manso cuadrúpedo. Cuando
murió la anciana, San Pedro la recriminó por la falta de rigidez en la
educación de sus dos pimpollos y la condenó a purgar sus penas en este mundo
entre tres llamaradas de candela que significan: el cuerpo de la anciana y el
de los dos nietos.
El trespiés, ave agorera cuyo canto —según algunos— anuncia la muerte de algún vecino.
Figura petulante de
Piquillo, montado en mula negra de inquietudes luciferinas. Nadie sabía de dónde salió aquel personaje de
maneras simpáticas, pero rodeado de una especie de misterio. Los ojos chiquitos
sonreían más que la boca relumbrante por los casquetes de oro. Afirmaban que
sabía toda clase de magias porque tenía contacto con el diablo, y que dominaba
la ventriloquía por completo.
— ¿Dónde aprenderá tantas
marrullas Piquillo? —le consultó María Arsenia a Tigrero.
—En las guerras civiles,
mija. Ese hombre ha sido un demonio. Su hechicería y sus agüeros nos han traído
borrascas de sugestiones. cundió
la noticia de que Piquillo se transformaría en jabalí para amedrentar a las
sencillas gentes.
—Pero dicen que sos
transformista y que llevás monicongo...
—Tal vez, porque las
brujas vienen y les forman trenzas en las crines.
—Yo las he visto, padre, rodando como bolas de fuego sobre la montaña.
A las nueve de la noche
los colonos se encontraban tranquilos en sus hogares, cuando escucharon un
ruido gigantesco que arropaba el caserío. Algunas esposas de los colonos creyeron que se trataba del Enemigo
Malo; otras afirmaron haber visto un águila inmensa que llevaba fuego en el
pico y trazaba letreros mágicos en la atmósfera. Aseguraron las últimas que
habían sentido caer una piedra, como así lo era, lo cual fue creído por la
mayoría, pues el estremecimiento de la tierra hizo vacilar la capillita.
Incapaces de comprender los fenómenos que se producen en la naturaleza,
especialmente al caer un aerolito, las mujeres y varones del colonizaje
buscaron refugio en la oración como lo hacían siempre cuando los envolvía la
tempestad o el terremoto sacudía sus viviendas. Piquillo
descubrió la concavidad abierta por la caída de la gran masa mineral y las
mujeres no quedaron contentas sino después de que el Padre Valencia fue con
ellas en nutrida procesión y esparció agua bendita en el sitio en donde se
había sepultado por su propio peso la piedra estratosférica.
Los espíritus, los duendes, espantos, agüeros y brujas. Zabulón Noreña y los colonos del cerro de El Berrión.
Zabulón Noreña, amigo de Tigrero, representaba el tipo del orador de vereda. Creía en duendes y en brujas, y a tal punto llegaba en la sugestión de los agüeros, que muchos lo creían chiflado. Su cultura desordenada la había adquirido leyendo códigos en la cárcel de Popayán, lugar en donde estuvo largo tiempo a consecuencia de un pleito sobre linderos en que se vio envuelto. Creía en duendes y en brujas.
Comprendía él
que Catarino había luchado hasta el cansancio por lograr que la compañía de
Burila dejara tranquilos a los colonos en la posesión de sus pequeños cultivos,
sin lograr conseguirlo.
El encarcelamiento de unos pobres colonos del cerro de El Berrión,
hizo de Zabulón reuniera ochenta campesinos para sacar a los que están en la
cárcel.
“los pueblos viriles se han hecho de sí propios con la escopeta y
la ley”. Así lo quieren las mismas almas de
los Pijaos y los Quimbayas que prefirieron la muerte a la esclavitud. Nosotros no queríamos llegar a estos extremos, porque somos una raza
pacífica de labriegos. Pero los Agentes de la Burila nos han compelido a la
revuelta, al aplicarnos el despojo como si fuéramos colonos clandestinos y
violentos.
Y en
desbordante tropel, los campesinos se derramaron por las vertientes con
dirección a Calarcá, y en barahúnda incontenible irrumpieron en las calles del
corregimiento. Cuando se hallaron frente a la cárcel rompieron la gruesa puerta
y dieron escapea a los campesinos que se encontraban allí detenidos por asuntos
de tierras. El lisiado Erasmo fue llevado por alguno de los hombres más
fornidos, y entre los disparos de los alguaciles huyeron a Peñas Blancas.
Al otro día,
saboreando una deliciosa lechona, Zabulón les explicó así con férvidas
palabras:
—Por los lados
de estas cumbres vivió el Cacique Calarcá con sus compañeros de raza, los
Pijaos. Los españoles quisieron esclavizarlos pero no lograron conseguirlo en
cuarenta años de tenaces luchas. Si nosotros, que somos alma y espíritu de la
gleba, nos dejáramos subyugar por los poderosos, estoy seguro que se removerían
con rabia las cenizas de aquel valiente cacique, a cuyo recuerdo se estremecen
estas montañas.
—Todavía
vibran —arguyó un colono mozo—, porque en ciertas noches se oyen en Peñas
Blancas murmullos largos y músicas de instrumentos raros...
—Nosotros —dijo
Florinda— hemos oído rodar los peñascales hasta caer en los vaguadones del río.
Pero al día siguiente notamos que las rocas están intactas y que nada ha
sucedido.
—Sin duda son
los gandharvas, ángeles de la vibración, o las mismas almas de los Pijaos que
todavía custodian sus dominios por los cuales perecieron —agregó Zabulón—.
Sepan que el Cacique Calarcá, fuerte y hermoso como ninguno de los Pijaos,
reunió a su pueblo en esta cordillera, y le habló de este modo en su lenguaje:
Habéis de
saber que en mis sueños se me presentó Lulumoy y me dijo cómo una raza de
blancos usurpadores, en nombre de testas coronadas, habrá de venir a
perseguirnos y acorralarnos en nuestra propia tierra. Es preciso que nos
preparemos para defendernos. Tenemos jefes guerreros como Quincuima y Matora
que no los tienen tan buenos los Quimbayas, así sean ellos Consota o Tacurumbí,
y somos tenaces porque estamos acostumbrados a vivir en la guerra. Yo he
buscado estas cumbres para habitar, porque en ellas sólo medran los huracanes. La
raza de conquistadores audaces regará por todos los caminos nuestra sangre,
nuestros propios huesos. ¡Les pelearemos! Y cuando nos exterminen —si es que lo
consiguen— Tulima se cubrirá de blanco al igual de los fantasmas, y el dios
Lulumoy hará que en esta cordillera cuaje una roca blanca, retadora y altísima,
como recuerdo de nuestros huesos irredentos y de la infamia de los
expoliadores. Esta roca podrán verla los indios Quimbayas si nos sobrevivieren,
lo mismo que las generaciones que habrán de venir después a habitar en estos
dominios, de cualquiera de los sitios Quindianos en donde se hallaren.
Los Pijaos
fueron perseguidos y aniquilados por los españoles y apareció embutido en la
montaña el roquero audaz y desafiante que los recuerda. Y con voz solemne
terminó Zabulón:
—En estos
pueblos del Quindío, como ustedes bien lo saben, llamamos estas rocas “Peñas
Blancas”.
Horas después,
claridades celestes quebraron sus luces sobre la bigornia de la cordillera y un
cuarteto de instrumentos musicales, con denuedo cadencioso, trinó exquisitas
congojas. Eran músicas tristes, con dejos de arias y de endechas, las que a
veces desparramaban sus resonancias dulces en el convivio familiar; ya eran
alegres, con crescendos de borbollón y remilgos de bambuco. Pero todas ellas,
si alegraban momentáneamente, iban dejando con el avance de las horas una
amargura en el alma, un escozor muy parecido al que proporcionan ciertos
licores espirituosos. ¡Músicas cosmopolitas que vinieron de llanuras
mediterráneas o de sitios costaneros de la patria; músicas errabundas que
tuvieron tal vez su origen en las sápidas tierras de los Santanderes, en las
planicies de Cundinamarca o en los hondones del Cauca, pero que al ponerse en
contacto con el nuevo ambiente, hicieron nacer ritmos inéditos en el sensorio
artístico de hombres ignorados que sabían ludir los cordajes instrumentales
produciendo gemidos viriles o reminiscencias telúricas...! Una lámpara
primitiva, con curvaturas de arpa, presidía la fiesta como si el alma de
Terpsícore estuviera representada en ella para foguear la diversión de los
campesinos.
Fondas
—Minutos después se retiraron silenciosos. Bajaron al río y
enrumbaron hacia la fonda de Francisco Arango, situada en el desemboque de tres caminos.
Usted por
ejemplo, me dijo cierta vez, que prefiere
trabajar en esta fonda y no en una parcela.
—Naturalmente, porque la tierra que yo cultivaba me la quitaron.
—Me alegro que
así sea. Por mi parte los invito a que vamos a visitar la tumba de Tigrero.
—Vamos allá
—confirmaron entusiasmadamente.
Los campesinos
treparon la cuchilla y llegaron al sitio indicado. Allí se desmontaron y
permanecieron en actitud reverente.
Con voz
emocionada, y en tono cadencioso, expresó Zabulón estas palabras:
—Danos, ¡oh! Tigrero, de esa valentía tuya que siempre fue tu distintivo para no retroceder ante nadie; queremos de esa tu fuerza, tú que venciste las fieras de estas montañas. Anhelamos poseer algo de esa agudeza de tus ojos y de esa fortaleza deseosa que te acompañó siempre al luchar por el engrandecimiento de los pueblos. No nos des de tu dolor terrible, que ese ya lo hemos saboreado en la carne de nuestros propios compañeros. Si así fuere, juramos ante esta tumba marchar unidos hasta conseguir la libertad de estas tierras por las cuales nos hemos sacrificado durante varios años.
—Juramos —dijeron los campesinos.
“TIGRERO”
Y LA FUNDACIÓN DE ARMENIA.
La fundación de Armenia se atribuye a Jesús María Ocampo Toro, alias "Tigrero", un líder nato y carismático que promovió la creación del pueblo después de superar discrepancias con el corregidor de Calarcá. La historia de la fundación está llena de detalles fascinantes sobre la colonización y la búsqueda de oportunidades en una región inhóspita pero llena de potencial.
En
conclusión, los mitos y leyendas relacionados con la fundación de Armenia
reflejan la rica cultura y la conexión con la naturaleza de sus habitantes.
Estas historias siguen siendo relevantes hoy en día, ofreciendo una visión
fascinante de la tradición oral y la mitología de la región.
Historia
que combina elementos de aventura, colonización y la búsqueda de oportunidades
en una región inhóspita pero llena de oportunidades para los colonos que se
avecindaban.
"Tigrero",
un líder nato, un hombre carismático y decidido que promueve la fundación de
Armenia.
En el
proceso de poblamiento se destaca la presencia de aventureros y guaqueros como
Desiderio López, Macuenco y el padre Casafú que se dedicaron a la buscada de
riquezas en las tumbas indígenas, y que contribuyeron a urdir la historia e
idiosincrasia.
Condiciones
sociales como el lenguaje, descripción de la naturaleza y costumbres de la
época hacen que la narración sea viva y atractiva.
Este
relato sobre "Tigrero" y la fundación de Armenia, en el departamento
del Quindío, es fascinante, cuenta el acontecimiento colonizador y la búsqueda
de oportunidades en una región inhóspita pero llena de potencial.
"Tigrero",
líder nato, carismático y decidido impulsó la fundación del pueblo después de superar
discrepancias con algunos personajes que ostentaban el poder, como es el caso del
corregidor de la naciente Calarcá.
“Tigrero”
fue el principal fundador de Armenia. Él mandaba, él disponía. Como les decía
en antes, ¡era un hombre de todo el ancho!
Le gustaban las mujeres y ese era su elemento. Decía: “La vida sin
mujeres es como un velorio sin velas”, y se torcía los bigotes. Ellas se morían por él, por lo macho, porque
no tenía agüero y por bien cogido. Había
que verlo los domingos cuando se engalanaba con calzón de dril blanco, su
camisa rayada, su sombrero aguadeño y su cinturón ancho con ojetes de cobre.
Prendía el tabaco y se echaba de para atrás el carriel, como quien no quiere la
cosa y empezaba a golpearse los muslos con los ramales de la cubierta del
machete, y entonces sí: ¡Ay sos camisón de cuadros! Se les iba la baba por él a
todas esas montañeras.
¿Y para
el juego? ¡Ni lo piensen! En eso sí que era fuerte el hombre. A uno le daban
escalofríos cuando él ponía el dedo delante de un montón grande, se echaba el
sombrero para atrás, guachaquiniaba los dados y decía: “¡Pago a todos!
En el
juego de cartas era que había que verlo.
Al naipe lo llamaba “el librito” y cuando lo tenía en la mano decía:
“Vamos a ver que nos dice el librito de las hojas despegadas” …Barajaba con
rapidez tan grande que no se le veían casi los dedos y cortaba en el aire y
sabia el juego de los otros y era como si las cartas le nacieran de la palma de
la mano.
Para el
aguardiente también era rasgado y nadie era capaz de emparejársele. Se mandaba
unos dobles que a uno le hacían chocoliar. ¡Y aguantador como él solo! Podía
tomar toda la noche y amanecía fresco, como una mata de chilca.
- ¿Y para
la pelea qué tal era? - Eso era lo que sabía.
Concia todas las paradas desde el machete migao hasta la parada del
Ángel, que es muy trabajosa. Se envolvía
la ruana en una mano y en la otra agarraba la peinilla y había que verlo. Era recio en el empuje y ágil en el
quite. Siempre se mostraba liso,
voluntarioso y acosador, pero tenía muchas noblezas… Tigrero nació para la montaña como la
hormiga para la tierra y la montaña lo mató”.[1]
-A
“Tigrero” se le metió en la cabeza fundar un pueblo en este lado del río
Quindío. Todo fue por un disgusto que
tuvo con Eliseo Ochoa, que era corregidor del caserío de Calarcá. Ellos habían
planeado hacer un puente en el paso de San Pedro, para cruzar a la cabecera,
porque en invierno el rio Quindío no lo vadeaba nadie. Se salía de madre y
tronaba como un condenado por ese cañón abajo, arrastrando árboles desraizados,
rastrojo y animales; en fin, todo lo que ustedes quieran.
Quedaron
convenidos para un convite un día sábado y Eliseo Ochoa lo dejo metido. Yo ya le había dicho a “Tigrero”: “ese
corregidor no me gusta porque es como el querques que se muerde los dedos
cuando se siente atrapado. Nos dejó,
pues metidos con los tabacos, el aguardiente y la carne de marrano para el
sancocho del almuerzo que había recogido entre los pudientes Prudencio
Cárdenas, que era como el Sangrero del convite.
Entonces, después de mucho esperar, “Tigrero” se puso muy bravo y se fue
para Calarcá donde Eliseo Ochoa a hacerle el reclamo. Se lo encontró en la cantina de Segundo Henao
y le dijo que eso no se hacía, que tuviera palabra, que si los hombres eran
hombres era para eso, para sostener la palabra empeñada y otras cosas así. Entonces se armó la del diablo y lo tuvieron
que coger Enrique Nieto y Servando Castaño que estaban allí y todo para evitar
una desgracia.
Entonces
“Tigrero” mando llamar a los Suárez a Salento, porque ellos le habían propuesto
un negocio de montar una fonda. Los
Suarez se llamaban Alejando y Jesús María y eran dos rionegreños muy
trabajadores que mantenían muchas ganas de meterse a la hoya a jalarle a
cualquier negocio. Estaban aburridos en Salento, por la persecución política,
porque ellos habían peleado en la guerra del 85 y las autoridades les tenían
ojeriza y muy mal modo. Después de que
llegaron allí habían tenido desventuras y sufrimientos por lo de la guerra.
Cuando
bajaron los Suarez nos pusimos a echarle el ojo a una tierra para la
fundación. Éramos como treinta. Nos
gustó mucho un punto que llamaban Potreros y nos pegamos a trabajar, a trabajar
en convites todos los sábados, hasta que hicimos el primer desmonte. Los hombres aventando hacha y voliando machee
y las mujeres, unas al pie del fogón y otras sirviendo aguardiente. Todo mundo tenía oficio y lo hacíamos
contentos.
Como a ms
volvimos y no nos gustó ya el abierto.
Empezamos a verle inconvenientes, que el agua esto, que el agua lo otro,
que la humedad por aquí, que el calor por allá, que la pendiente buena, que la
pendiente mala, en fin, que no era lo que buscábamos Yo creo que los pueblos no
debíamos fundarlos los montañeros. Uno
no ve más adelante y hace muchas pendejadas.
-Y si no
somos los montañeros, ¿quién va a ser entonces? - preguntó Fortunito.
Eso mismo
digo yo –comento Severiano- pero pregunto: ¿Quién los funda? ¡Nadie! Los
pueblos se hacen casi solos, por la necesidad.
Principia la cosa en una fonda, digamos en un crucero de caminos,
después viene una casa al lado, después otra al frente y empiezan a agruparse
más casas, a agrandarse el caserío por los dos caminos.
Entonces
los vecinos dicen: “hace mucha falta la iglesia” y las mujeres empiezan a
recoger para hacerla. Que una escuela,
que una casa cural, que el cementerio, que una plaza, y cuando uno menso
acuerda eso se vuelve un pueblo. Los
antioqueños son los machos para hacer pueblos en cualquier falda. Ellos no buscan sino el agua y dicen: “donde
hay agua, hay pueblo, lo demás sobra”.
-Luego
prosiguió el viejo-, inspeccionamos una mejora del padre Sebastián Restrepo, un
cura que vivía en Medellín y hasta allá le mandamos un propio para que
negociara con él y no hubo trato porque pedía quinientos pesos, es decir esta
vida y la otra, y nosotros no teníamos toda esa plata. La finca Armenia no nos gustó por la
ardentía del clima y eso que si tenía una buena localidad para poblar. Ya nos estábamos aburriendo con tanto perque
y tanta titubiadera cuando encontramos la mejora que tenía, como colonos
pobladores, Juan Antonio Herrera y José de los Reyes Santa. Era poco más de una plaza de abierto y mucho
monte. La compramos por cien pesos.
Recuerdo
muy bien –comentó Venancio- que la primera reunión para nombrar junta pobladora
la hicimos en una ramada de guadua, de vara en tierra y techada con hojas de
platanillo que tenía Ignacio Martínez, uno que llamaban “el godo”. Allí se ordenó que para tener derecho a solar
había que avecindarse al nuevo pueblo y pagar cinco pesos de ocho décimos por
un solar de ocho varas a la plaza pública y cuarenta varas de centro; dos pesos
por solar de las mismas medidas con frente a las primeras y segundas manzanas;
y un peso por solar con frente a las otras.
-Cuando
se supo la noticia de la fundación, la gente de Antioquía empezó a inventar
viaje para acá –continuó diciendo-, había que ver el camino del Manzano lleno
de familias enteras. Era como si se
hubieran venido de huida de una peste. ¡Traían de todo! Hasta guitarras y
tiples venían en los sobornales. Esos
eran muchos hombres, ¡carajo! ¡Gente empujosa! Porque para meterse uno por esos
caminos necesitaba ser de fierro. Y las
mujeres… ¿qué me dicen de las mujeres? ¡Esas sí que daban ejemplo! Juerciaban con
los animales lo mismo que los hombres, enderezaban las cargas, volvían a liar
las flojas y ayudaban a la bestia en los pasos malos. Porque esos no eran caminos sino tragadales y
los animales se enterraban hasta el pecho y muchas veces había que sacarlos con
alzaprimas de madera verde.
Todos los
días llegaba gente forastera. Venían
artesanos, negociantes, agricultores, carniceros, de todo… Hasta un tullido
vino, lo trajeron en una parihuela y tocaba el requinto y cantaba muy alegre,
pues no tenía impedimento para tocar el instrumento porque solo era tullido del
ombligo para abajo.”[2]
“Los
colonos después de la primera quema, sembraban tabaco y maíz… La fiebre del
tabaco llego con la fiebre de la colonización.
“Los
hombres del resguardo: almas de cieno, vidas mutiladas en su albedrio. Venían de los subfondos, de los abrevaderos
clandestinos, de la colonia de Boquía. Bastaba pegarles una placa de latón en
el pecho y tomaban carácter.”[3]
“El
Sangrero recogió las mulas en un cornijal de la manga y luego le empujo con el
perro y el zurriago por los trillos arriba, hasta hacerlas salir a la puerta de
golpe, que se abría a pocos pasos de la fonda.
Mañosamente les puso los cabezales de lazo y llamo a los arrieros para
que las aparejaran. Los animales tenían
húmedo de recio el pelo de las cernejas y despedían un olor áspero de yaragua.
Los arrieros les echaron encima los sudaderos de vaqueta engrasados con sebo de
riñonada y sobre estos montaron las enjalmas, unciéndoles pos pretales y las
retrancas, antes de apretar, ayudándose con la rodilla, la faja de las
cinchas.”
“Carmelina
le trajo una bebida fresca de hojas maceradas de verbena negra con raíces de
zarpoleta. También un poco de quinina”.[4]
“El
Quindío es muerte para nosotros, pero apenas se haga a las manos del hombre
será vida para los que vengan detrás”.[5]
“Había
mucho guaquero en el lugar… Las autoridades, a petición de la Burila, habían
prohibido la guaquería en lo que ellas llamaban las tierras de La concesión”.[6]
“Los
guaqueros, atados obstinadamente a sus premoniciones, se vieron precisados a
buscar unas tierras casi deshabitadas.
Abandonaron el Pueblo del Muerto,
Calle Larga, Pueblotapao, Platanillal, y Hojasanchas y se adentraron a
las montañas de Alejandría, al otro lado de Montenegro, siguiendo las noticias que señalaban la existencia de
un pueblo ciego, presumiblemente rico”.[7]
“Desiderio
López y Macuenco llegaron al atardecer con sus líos de ropa y sus medicañas. La
jornada había sido larga porque antes, en las horas de la mañana, habían hecho
un desvío hasta Piamonte para enterarse de los cateos de Lisandrino. Cuando llegaron a la fonda, ya Patebarra y
otro guaquero de nombre Aristipo habían sacado una guaca zarca de bóvedas
calzadas, buques entoñados y tierra quintosa, pero bien cernida. También una terronuda. La noticia cundió: sesenta libras de oro en
la Borrascosa y unos pocos torzales en la de nicho.”[8]
Demetrio
Salazar y el padre Casafú estaban allí desde temprano. Casafú era como un desperdicio de la Guerra
de los Mil Días. Un cura cejón y boquiflojo, hecho de una extraña mezcla de
materiales contradictorios: virtud y vicio, fuerza y debilidad. Un cura sin preceptos y sin amarras
rigurosas, suelto como un animal de monte. Demetrio un gastero ambicioso.”[9]
“-Con
Macuenco sacamos un armadillo cerca de Maravélez –dijo Casafú-. Cuando el
reparto, lo echamos a la suerte y me tocó.
Después lo jugué contra un caballo de paso, una ruana y un carriel de
nutria y me lo ganaron. El armadillo
tenía la cabeza de oro de veintidós quilates y el resto de tumbaga. Lo sacamos en una guaca de taqueo, que
generalmente son pobres porque son entradoras.
Macuenco me dijo: “Esta parece mala, pero el guaquero de ley no
retrocede, aunque sepa que no va a barrer sin trastos”. Yo le contesté: “El oro
no importa, lo que importa es la esperanza, el hambre del corazón, el hurgar en
las cosas desconocidas. Vamos a
sacarla”. Y tenía oro.
-Se goza
y se sufre. De todas maneras, hay algo que nos arrastra –insinuó Desiderio.
-Como
dice el padre Casafú, uno no busca el oro, uno busca es como la aventura, como
la casualidad. El oro siempre se le va a
uno de las manos –dijo Macuenco haciendo un gesto desilusionado-. En cada guaca
uno encuentra una historia distinta. El
indio importante con todas sus riquezas, el indio pobre con su collar de
lágrimas de San Pedro o de dientes de jabalí.
Lo mismo de siempre. Cuando saque la guaca del cacique de Puertoespejo,
me sucedió una cosa bien rara. Después
de tirar mediacaña toda la mañana, encontré un cateo de guaca sucia, con tierra
negra, carbón, de madera, ceniza, tiestos y piedras. Y pensé: “¡Carajo!, esa
maldita se me va a amargar”. Monté la
manigueta y trabajé toda la tarde como un gurre. El canasto subía y bajaba sacando la carga,
Como a los tres metros apareció una tierra pantanosa que me hizo caer el
corazón. “Esta debe ser la tumba de un indio ladrón”, pensé. Cuando tope con tierra seca, antes de llegar
a la bóveda, la cosa cambio y me vino la confianza. Llevaba dos días de cavar y manguetear cuando
descubrí el patio. ¡Qué lindo patio! Y
empecé a barrerlo como loco. Tiré la
barra a un lado y me puse a trabajar con las manos, con los pies, con las uñas. Había tres libras de oro. Pero oigan esto:
había tres cadáveres de indios enmochilados en costales de bejuco. Una cosa
bien rara.
-Eso no
es raro- afirmó Demetrio, dándole a la voz tono de convicción- Eso lo hacen con cristianos vivos, ¿qué de
raro tiene que lo hagan con unos indios muertos? ”[10]
“Desde la
densa tiniebla del monte llegaba el canto viscoso del paujil”.[11]
“Los
regatos fulgían como pedazos de charol en la tierra desnuda del camino. La parihuela alta, izada sobre los hombros,
empalidecía la tarde con su color blanco de sábana. Al pie de ella se alzaba la fila de los
brazos, Detrás de ella caminaba la fila zonza de los ojos…[12]
Fuente: Bahena
Hoyos Benjamín. El río corre hacia atrás. Carlos Valencia editor. Bogotá 1980
Por: ALVARO HERNANDO CAMARGO BONILLA
[1]
Bahena Hoyos Benjamín. El río corre hacia atrás. Carlos Valencia editor. Bogotá
1980
[2]
Ideen pág. 121-124
[3]
Ideen pág. 190
[4]
Ideen pág. 221
[5]
Ideen pág. 223
[6]
Ideen pág. 231
[7]
Ideen pág. 232
[8]
Ideen pág. 232
[9]
Ideen pág. 232
[10]
Ideen pág. 233, 234, 235
[11]
Ideen pág. 235